..
Un paseo por la Isla de los Pavos Reales
.. ..
El día que se corría la maratón de Berlín, que acabó ganando por cuarta vez consecutiva el etiope Gebrselassie, aprovechando el buen tiempo, decidimos alejarnos de la ciudad y visitar la Isla de los Pavos Reales, en el entorno del Wansee. Es uno de esos pocos lugares idílicos en los que resulta difícil encontrar turistas que no sean alemanes. Por ello, a los amigos que se acercan a la ciudad y se quedan satisfechos, que son todos, les aconsejo que hagan un segundo viaje sólo para conocer Potsdam y alrededores, pues merecen una visita exprofeso. Es un viaje, claro, que sólo puede hacerse con buen tiempo, entre abril y octubre, dado que prácticamente todos los lugares que merece la pena conocer se encuentran al aire libre.
....
..
El día amanece espléndido, con cielo despejado y sol radiante, 23 grados a las 11 de la mañana, y el tren va lleno a rebosar de gente, sin que ni siquiera falte un veterano cantautor alemán, con su guitarra en ristre, empeñado en amenizarnos el trayecto. Lo hermoso del recorrido es que una gran parte de él transcurre a lo largo de un túnel sin techo, el que van formando los propios árboles. Produce un efecto grato y tranquilizador ver cómo los rayos del sol se filtran por entre la tupida vegetación, mientras el tren transita a buena marcha. Frente a nosotros, en los asientos de la derecha, una joven rubia, y blanca como el papel folio, alta, grande y razonablemente rellenita, teje con parsimonia lo que parece apuntar hacia un jersey a rayas, de mil colores. Jóvenes y mayores andan con sus bicicletas en los vagones del tren. Alguien se acaba de dejar una castaña en el asiento. En la estación de Wansee, punto de llegada, hay que coger el autobús 218, que en este caso es un viejo armatoste que funciona a la perfección, dejándonos frente al muelle. Puesto que a la isla sólo se puede llegar en barco, es necesario coger un pequeño y más bien rústico transbordador, que, por 2 euros, cumple con el viaje de ida y vuelta, aunque el periplo sea uno de los más breves que puedan hacerse en transporte público, ya que sólo dura unos pocos minutos.
..
..La isla posee la forma de un gato tendido, con el cuerpo levemente levantado a la altura de la cabeza, que vuelve hacia la izquierda. Pero tracemos un pequeño recorrido por su historia. En 1765 se inicia en Dessau la concepción del jardín silvestre, con la naturaleza creciendo en libertad, que es la que aquí se seguirá. Pfaueninsel, o la Isla de los Pavos Reales, es un parque y reserva natural (desde 1924) de menos de un kilómetro cuadrado, que fue diseñado en 1795, por Johann August Eyserbeck, basándose en su concepción del jardín campestre, en contraposición al de Sanssoucci, de tipo francés, geométrico, por lo que se le denominó Neuer Garten, o Nuevo jardín. Así las cosas, su disposición actual es obra del diseñador de jardines Peter Joseph Lenné, quien trazó también los caminos que recorren la isla, para que los visitantes pudieran disfrutar de su tranquilidad y belleza.
.. ..
El único edificio que puede visitarse es el palacete de estilo neogótico, construido por Johann Gottlieb Brendel, para Federico Guillermo II, `El Grande´, y su favorita Guillermina Encke, la condesa de Lichtenau, a quien con tanta malicia retrató en 1744 Anna Dorothea Therbusch. Con tan mala fortuna que el rey murió unas semanas después de concluidas las obras y la viuda, la reina Isabel Cristina, se dio el gustazo de poner de patitas en la calle a la amante. Después, el palacete fue utilizada como residencia de verano de su sucesor, Federico Guillermo III y de la muy querida reina Luisa. Este monarca fue el que encargo traer a la isla animales exóticos como búfalos y ciervos bengalíes. Todavía se conserva en el norte de la isla el llamado estanque de los búfalos. En la actualidad, la disposición de las salas del palacete, como veremos, son las que ellos decidieron y sus retratos presiden las estancias. A partir de 1835 la isla era ya muy conocida por la belleza de su campo y el exotismo de su flora y fauna, pudiendo ser visitada por los habitantes de Berlín y Potsdam los martes y jueves.
.. Retrato de la reina Luisa de Prusia, 1804, realizado por Josef Grassi (1758-1838)
..
..
Tras desembarcar, hay que coger el camino de la izquierda y subir la leve cuesta que lleva al castillo. Con suerte, nosotros la tuvimos, pueden oírse repicar las campanas a lo lejos y ver cómo los barcos surcan el Havel, mientras aparecen los pavos reales entre los cuidados parterres, como si todo estuviera preparado para el disfrute y el ambiente placentero. Después, tras dejar a la izquierda la Casa del Castellano y la Casa Suiza, habitada por el jardinero (¿a quién no le gustaría ser jardinero en esta isla?), se planta uno ante el castillo que tiene delante un hermoso jardín con flores por donde pululan los pavos reales. El escritor Theodor Fontane escribió en 1880 que esta isla le traía a la memoria imágenes de su niñez, con castillos, palmeras, papagayos, pavos reales yendo de acá para allá, extensas praderas y tapices de flores en el centro del cuadro.
..
..
El aspecto externo de castillo, la fachada es de madera, más bien kitsch, recuerda un tosco decorado de película, aunque visto desde lejos, tiene un aspecto romántico, mucho más agradable. Lo que sí merece la pena conocer es su interior, la planta baja y el primer piso, con mobiliario de los siglos XVIII y XIX, así como la espléndida escalera de caracol. El único inconveniente es que para visitarlo hay que ponerse pantuflas, para no estropear el parket; excepto la delgadísima guía, claro, que no parece necesitarlas. Se trata de una veterana del antiguo Este, a la que le cuelgan unos monumentales aretes de las orejas, antes de que el cuerpo aparezca embutido en un ajustado vestido negro. Si no fuera por su extrema delgadez, recordaría a una de esas mujeres tremendas, con una larga boquilla, que aparecen en los cuadros de Otto Dix, aunque su dicción y trato resultan tan amables como distantes. Sólo se nos permite recorrer la planta baja y el primer piso, para lo que hay que subir una espléndida escalera de caracol, con pasamanos de madera, que se enrosca por la torre lateral del edificio. A lo primero que se accede es a la sala de té, o de visitas, cuyo suelo está hecho de madera de ciruelo. Entre la decoración, aparecen varios retratos de la reina, sus sombreros de verano y un curiosa mesa para jugar al Coliseo, entretenimiento del que no tenía noticia alguna. La ya muy ponderada escalera nos conduce al salón comedor, en el primer piso. La guía elogia que las columnas del artesonado de la pared sean de madera y se fija en la chimenea, pero lo que más llama la atención son las dos arañas que cuelgan del techo y la vista del Havel, desde las tres amplias ventanas. Antes había también un piano, pero no se nos cuenta qué ha sido de él. Esta sala da al pequeño despacho del rey, con vistas también al río, que conserva su correspondiente bureau de época. En dos de las esquinas restantes de la planta se encuentran los dormitorios de los reyes, conectados por un pequeño pasillo. En la estancia del monarca, cuyos mobiliario es obra de Schinkel, incluida la minúscula cama, cuelga un retrato de la reina Luisa, cuando tenía 22 años. En el segundo piso, al que no se puede acceder, estaban las cocinas.
(Continuará...)
*Hoy, la bitácora cumple su segundo aniversario. Gracias a todos los visitantes y a los que dejan comentarios. Entre la nieve y el frío, me quedo al sol en la Isla de los Pavos Reales, para daros un poco de envidia.... Las fotos son de Gemma Pellicer.
..