domingo, 13 de enero de 2008

Pepín Bello, el amigo ágrafo

Si José Bello, que es como quería que lo llamaran, ha pasado ya a la historia de la cultura de este país, es debido a que fue el gran amigo de Lorca, Dalí (cuyas cartas encabeza siempre con un jovial y sin duda poco ortográfico: "Ola Pepín") y Buñuel (a quien le hizo de mánager en su corta carrera como boxeador), el primero que los acogió en la mítica Residencia de Estudiantes. Pero también por haberles suministrado, gracias a su ingenio verbal y a un humor disparatado e inverosímil, distracciones como el anaglifo (juego de palabras compuesto por tres sustantivos, de los cuales el primero se repite y el segundo era siempre "la gallina"), imágenes como el burro muerto sobre el piano de cola (aparece en Un perro andaluz), o conceptos como putrefacto o carnuzo, variante de aquellos filisteos del XIX, los burgueses conservadores enemigos del arte y las costumbres modernas. Que Pepín Bello tenía talento y gracia natural parece fuera de toda duda, aunque sólo lograra expresarla oralmente. Así, acabó destruyendo las memorias que en diversas ocasiones trató de escribir.

El caso es que este soltero empedernido nació en Huesca en 1903, hijo de un ingeniero agrónomo, amigo de Joquín Costa y de algunos de los más destacados miembros de la Institución Libre de Enseñanza, como Francisco Giner de los Ríos y Manuel B. Cossío. Aunque quizá la ciudad donde mejor lo pasó, en diversas etapas de su vida, fuera Sevilla, tratándose con toreros (fue amigo entrañable del diestro Ignacio Sánchez Mejías) y con gentes del flamenco. A lo que habría que añadir, claro está, los años en la Resi, como ellos la llamaban, donde aterrizó en 1915, bastante antes que sus amigos, para estudiar Medicina, carrera que no llegó a completar. Además, fue el autor, en 1927, de la foto del homenaje a Góngora en Sevilla. La guerra civil y la muerte de Lorca supondrían el gozne trágico en una existencia que ya nunca sería igual.

Tras la contienda desaparece y apenas nada se sabe de él, hasta los años setenta, momento en que empieza a convertirse en la memoria viva del 27, de la que ha acabado siendo el último testigo. Después de haber trabajado en calidad de consejero para la Hidroeléctrica de su tierra natal, los negocios de peletería y el motocine que montaría en Madrid no le fueron bien del todo. Aquel que desee saber más sobre este sorprendente personaje, ahora también en la nómina de los bartleby de Enrique Vila-Matas, quien de lo único que presumía era de habérselo pasado bien, debe leer el oportuno libro de David Castillo y Marc Sardá, Conversaciones con José Pepín Bello (Anagrama, 2007).
Las crónicas dicen que falleció en Madrid mientras dormía, en su piso de la Prosperidad, produciéndose así la última gran paradoja en la existencia de este hombre singular, pues no parece la peor manera de morir para quien llegó a ser un perpetuo insomne.


* En la foto, Pepín Bello, Lorca y Dalí, en Madrid, 1924.

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