miércoles, 16 de enero de 2008

DAVID LAGMANOVICH

"Vidas imaginarias"

Al revisar los anaqueles de la biblioteca, en la sección de literatura francesa, encontró un título que le llamó la atención: Vidas imaginarias, de Marcel Schwob. El nombre del libro le arrancó una sonrisa. “¡Pero si toda vida humana es imaginaria! ¿Acaso no se puede comprobar eso en cualquier momento? Ahora mismo, por ejemplo”, se dijo. Para probar su argumento hizo desaparecer primero a la bibliotecaria, luego a los demás lectores, y finalmente se desvaneció él mismo, atravesando estanterías y muros hasta convertirse en un puntito que se perdía en el horizonte.

"El sabio"

Vivía solo. Murió súbitamente, rodeado de miles de libros, papeles, cuadros y testimonios de gratitud de instituciones científicas. Cuando revisaron todo aquello encontraron un papel azul con el comienzo de una confesión: “Yo hubiera querido ser actor”.


"Monólogo de la camisa"

Una corbata roja pretendió anudarse a mi cuello, so pretexto de abrazo. Soy una camisa con experiencia de la vida, así que me libré de ella con algunas oportunas ondulaciones. Avergonzada, volvió a instalarse con sus hermanas. ¡A mí con zalamerías que esconden propósitos aviesos! En cambio la cercanía de los pañuelos resulta reconfortante, aunque el consuelo sea transitorio. Mejor acogerme al amparo de esa chaqueta de muchos botones, esa que dice ser “de gala” y no como mi otra vecina, “de fajina”. Todos necesitamos protección.


"Paquidermo"

Han comenzado a llegar los paquidermos, esos raros animales de grandes orejas y larga trompa, a los que miro con curiosidad mientras ellos a su vez me devuelven una mirada asombrada, sin tener ni demostrar miedo. Hay uno que se dedica a observarme, como si yo representara un vestigio de épocas pasadas. Sé que tienen la piel muy dura y resistente, pero, dado su tamaño, no creo que puedan subsistir en estas duras condiciones climáticas. Son demasiado pequeños comparados con nosotros. O conmigo, pues tal vez yo sea el último de mi tribu y hasta de mi especie, y esté condenado a desaparecer. Si eso sucede, dejaré el territorio a merced de estos seres patéticos, mientras yo me hundo en el fango y muero. Nadie sabrá jamás —ni siquiera esa bestia diminuta, el elefante— que he sido el último dinosaurio vivo sobre la superficie de la tierra.


"El otro Franz"

Tú no te enteras de nada, hijo. Se te van los días y las noches pensando en serenatas, reflexionando sobre la velocidad de las truchas o intentando componer una sinfonía que sin duda dejarás inconclusa. A veces tu música suena como algo agradable, pero no es ocupación para un hombre hecho y derecho. Te lo he dicho una y mil veces, Franz: cambia de hábitos y haz algo de provecho, pues estás en riesgo de pasar a la historia como un auténtico símbolo del fracaso.


"El alma en un hilo"

Vivía con el alma en un hilo. Era un hilo brillante, dúctil, que dejaba al alma libertad de movimientos sin cortar el vínculo con el cuerpo. Pero el alma no estaba conforme: ¿por qué no soltar el hilo y salir a volar, como una cometa que de súbito se arranca de la mano infantil que la sostiene? Día a día se escuchaban los lamentos del alma por tener que vivir en un hilo. Una tarde que no estaba demasiado ocupado, Dios escuchó sus quejas, y de un celeste tijeretazo cortó la dependencia que al alma tanto le fastidiaba. Nadie volvió a acordarse del hilo, que había caído en medio de unos pastizales. Pero ahora el alma, liberada, siente una infinita desolación.




* El escritor argentino David Lagmanovich ha cultivado la poesía, el ensayo y el microrrelato. En este último género es autor de La hormiga escritora (2004), Casi el silencio (2005), Menos de cien (2007) y Las intrusas (2007). Su libro más reciente ha aparecido en España con el título de Los cuatro elementos (Menoscuarto, Palencia, 2007). Esta misma editorial ya había publicado dos libros imprescindibles para todos los interesados en el género: La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (2005) y El microrrelato. Teoría e historia (2006). Los textos que publicamos son inéditos.

* David Lagmanovich (a la derecha) con José María Merino, en el restaurante ya desaparecido King George de la Avenida Santa Fe, en Buenos Aires, 2006. Foto de Gemma Pellicer.

2 comentarios:

Nocturna dijo...

Sí, sí y sí...

Mañana debo madrugar, pero preferí quedarme un buen rato a ver entradas pasadas.

La paso muy bien aquí, Fernando.

Y a David sólo es justo responderle con palabras de elogio. Es excelente.


¡Gracias!

P/D:
¡Qué lindas son mis noches así!

Sandra dijo...

Hace poco descubri a este genio de los microrrelatos, había comenzado primero a leer a Monterroso, y luego descubri a David. Me fascina este genero.