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La literatura vasca, tan ritual, se concentra en dos épocas del año. En abril, para la Feria del Libro, se publica la hornada de nuevos escritores. En diciembre, se reserva la Feria del Libro y Disco de Durango a los grandes nombres y a los autores con trayectoria. En este movimiento pendular queda resumido el año literario. Y en medio, se publica la poesía.
Abril. A lo largo de este mes se promociona a los jóvenes escritores, a autores que comienzan y publican su primera obra. Lo cierto es que este año literario puede marcar época, ya que -en primer lugar- los nuevos escritores han preferido la narración breve a la novela; y -en segundo lugar- las obras publicadas no desmerecen de las de los narradores con empaque.
La memoria guarda tres nombres cuyos libros se publicaron en esa fecha: Uxue Alberdi (Elgoibar, Guipúzcoa, 1984) que sacó Aulki bat elurretan [Una silla en la nieve]; Katixa Agirre (Vitoria, 1981) que se dio a conocer con Sua falta zaigu [Nos falta fuego], dos libros de sorprendentes narraciones, y Harkaitz Zubiri (San Sebastián, 1977) que en Zakur kale [Calle de perros] completa un ciclo sobre la San Sebastián contemporánea.
Son tres libros diferentes. A Uxue Alberdi hay que agradecerle que se haya empeñado en un libro de relatos fríos, los más fríos fueron escritos en Suecia, en el transcurso de un Erasmus. Sus cuentos hablan de momentos de memoria y de desolación, con un estilo que recuerda la trayectoria de un cuchillo helado que penetra en el interior. Katixa Agirre ha escrito un libro más irregular, donde unos cuentos espléndidos en su desarrollo se combinan con ejercicios de aburrido neocostumbrismo. Harkaitz Zubiri se sumerge en el diagnóstico del tiempo actual, en un mundo de relaciones laborales duras, de vida precaria, de imposibilidad de acceder a la vivienda, un fresco de un mundo social en explosión económica, pero que ha olvidado algunos valores. Su crítica social estremece por su justeza.
Diciembre. Para la gran oportunidad que es siempre la Feria del Libro y Disco Vasco de Durango se guardan las novedades más impactantes. Creo que en esta ocasión han sido tres. La novela personal, metafísica, filosófica de Felipe Juaristi Gaua ez da begietara etortzen [La noche no viene a los ojos], Antzararen bidea [El camino del ganso] de Jokin Muñoz y Haragia [Carne] de Eider Rodríguez.
En Gaua ez da begietara etortzen, Felipe Juaristi ha construido la historia de un reencuentro. El personaje principal es testigo en el atentado equivocado de alguien que no debía ser asesinado. Años más tarde, se encuentra con la persona a la que iban a matar y con la mujer de la víctima. Novela metafísica sobre el destino, Juaristi recrea un tapiz de recuerdos y reflexiones sobre el sentido de la vida.
Antzararen bidea, de Jokin Muñoz, supone la aportación vasca al tema de la guerra civil. En la Ribera navarra tres personas son paseadas; el cuarto de su grupo sobrevive como un traidor, y la novela comienza cuando este anciano personaje se encuentra con la madre de un etarra que ha muerto en la explosión de una bomba: la madre investigará la existencia de este superviviente carlista para desentrañar una historia trágica de amistad y sueños utópicos que no se han realizado.
Eider Rodríguez en Haragia vuelve a indagar en las relaciones personales, sobre la tensada psicología de sus personajes, en un volumen de fuerte carga emocional. Su virtud es el silencio, la metonimia del gesto, la frase no dicha.
Mayo y junio. En los meses de menor tensión editorial, la industria vasca ha mantenido dos tendencias. La publicación de clásicos como la novela Egunero hasten delako [Porque comienza cada día], de Ramon Saizarbitoria, una novela mítica, publicada por primera vez el año 1969, que se ocupó ya, en una fecha tan lejana, del tema del aborto, de la peripecia vital de una mujer que decide interrumpir su embarazo.
Antes del verano y nadie sabe por qué importantes razones, se publica la poesía en el País Vasco. Quisiera destacar ahora dos nombres: Beñat Sarasola (San Sebastián, 1984), con Kaxa huts bat [Una caja vacía], un poemario interesante que trabaja con el apropiacionismo y que rompe con las tendencias dominantes en la lírica vasca, tan propensa al simbolismo; y Aintzane Galardi (Oiartzun, Guipúzcoa, 1969) cuya obra Zirrikituak [Rendijas] es precisamente un buen ejemplo de cultivo del simbolismo y de la poesía metafísica. Lo que sucede es que Galardi ha realizado un viaje lírico por varios estados culturales, concibiendo su obra en el intersticio donde se unen palabra e imagen.
Y aunque apareció en diciembre, en plena expansión de la Feria de Durango, y por eso quizás ha pasado inadvertida, debe mencionarse la obra de Jon Gerediaga (Bilbao, 1975), Jainkoa harrapatzeko tranpa [Trampa para cazar dioses], un texto poético que continúa aquella concepción de la poesía que tanto debe a Hölderlin, una lírica sobre la reflexión y el pensamiento, el sentido de la vida y el gozo de vivirla.
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* Jon Kortazar es profesor de la Universidad del País Vasco, en el campus de Vitoria, y crítico literario.
* Los dibujos son de Paul-Emile y Gilbert Pajot, 1904 y 1905.
2 comentarios:
Vaya, el amigo Jon sigue pensando y afirmando que literatura vasca SOLO es la que se escribe en euskera. Los autores vascos que escriben y escribimos en castellano seguimos sin tener un lugar, parece ser. Lo cual demuestra la puta ignorancia de unos y la mala baba de otros.
Un saludo.
Sólo pasaba por aquí.
Oscar, utilizamos unas convenciones establecidas mediante las cuales llamamos LITERATURA VASCA a la escrita en vascuence, mientras que las obras de autores vascos escritas en castellano formarían parte de la LITERATURA ESPAÑOLA. Lo que no quiere decir que Julia Otxoa sea menos vasca, ni que Bernardo Atxaga sea menos español por ello. Ahora, Jorge G. Aranguren o Francisco Javier Irazoki, formarían parte de la CULTURA VASCA, lo mismo que Kirmen Uribe.
Yo pensaba que estas cosas estaban ya claras.
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