sábado, 30 de julio de 2011

`La nave de los locos´ en `El Cultural´


La revista El Cultural, del diario El Mundo, ha hecho una encuesta sobre los mejores blogs literarios cuyos resultados dio a conocer en su número de ayer, viernes: 
Os copio a continuación el texto completo que, a petición del autor del reportaje, Daniel Arjona, escribí sobre este blog, y que sólo en parte se transcribe en el suplemento. Y aunque señala Arjona que en La nave de los locos se publican, entre otras cosas, microcuentos y microrretratos, preferiría, en aras de la precisión terminológica, que a mí me importa, y mucho, que los hubiera denominado como se hace aquí: microrrelatos y autorretratos. Y sin más chincherías os copio mi texto. 

Tras superar ciertos reparos, abrí la La nave de los locos a finales de diciembre del 2007. El título no proviene de Baroja, como suelen decirme, sino de un libro del humanista alsaciano Sebastian Brandt (Das Narrenschiff, 1494). El objetivo era doble: publicar textos literarios ajenos, con la condición de que fueran inéditos; y poder escribir yo lo que me pareciera oportuno, sin límite de espacio ni condicionamientos externos de ningún tipo. Al repasar las etiquetas del blog, puede observarse que, sobre todo, ha ido acogiendo formas breves, microrrelatos y poesía, tanto de autores españoles como hispanoamericanos, consagrados, pero intentando que hubiera también jóvenes principiantes o desconocidos. Por lo que respecta a mis propias entradas, quizá destacaría las dedicadas a Berlín, y a otras ciudades europeas o americanas visitadas; así como las reseñas o comentarios críticos sobre diversos aspectos del sistema literario. Tampoco he dejado de llamar la atención, con motivo de un reconocimiento, aniversario o fallecimiento, sobre una serie de escritores o artistas que llegué a tratar y conocer, a los que no se les había prestado la atención que merecían.


A menudo las entradas vienen determinadas por la actualidad, lo que me parece de interés o simplemente sorprendente o curioso. He intentado siempre que fueran variadas (teatro, música, arte, deportes o gastronomía), pero tengo que reconocer que he pensado más en mi propio interés y placer, que en el de los posibles lectores. Casi siempre me he ocupado de asuntos que conozco y, cuando no era así, como en el caso de la música, o la ópera, he extremado mi prudencia. Pero lo que he procurado, al fin y a la postre, es que las impresiones vertidas perdurasen a lo largo del tiempo, conservando algún rasgo de interés, pues no en vano se trata de un repertorio de curiosidades personales escritas con una cierta pasión y –espero- con conocimiento de causa.  

Quizá la entrada que suscitó un debate más enconado, con algunas intervenciones de gran altura, fue un manifiesto sobre el cuento. Desde luego, un blog sin comentarios interesantes está semimuerto. En el mío he tenido la fortuna de que dejen su huella escritores, profesores y meros lectores apasionados por la literatura o, en general, las artes. El que nunca haya permitido la publicación de anónimos, ni intervenciones despreciativas o insultantes, probablemente haya debido de contribuir a una mayor calidad de los comentarios.


Otra de las facetas que prefiero del blog, y que a mí me proporciona una grata satisfacción, consiste en la elección de las ilustraciones, las fotos y cuadros que acompañan a las entradas, complementándolas y –presumo- enriqueciéndolas. En este sentido, he tenido la gran fortuna de contar con colaboradores de lujo, tales como el caricaturista y escritor LPO, quien me ha cedido generosamente su archivo, y el fotógrafo almeriense, si bien afincado en Nueva York, Francisco Uceda. Por no hablar de las frecuentes fotos de Gemma Pellicer, sin cuya colaboración este blog sería infinitamente peor. 

Concluyo con unas cuantas cifras para los muy curiosos: he publicado hasta ahora 1.517 entradas, he tenido 826.000 visitantes y 566 seguidores. Si tres años y medio después sigo publicando una entrada diaria en la bitácora no es por las estadísticas, claro está, aunque estoy muy agradecido a los visitantes, seguidores y comentaristas, sino por la satisfacción personal que produce la escritura sin otras pretensiones que las del mero placer y el puro entretenimiento.

* Los cuadros son de Lola Valls.

viernes, 29 de julio de 2011

Un día en Leipzig, y 2


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Escena del Fausto, de Goethe
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Al fondo, escena del Fausto, en el interior del Auersbachs Keller
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Café Riquet
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Bar del Museo de Bellas Artes
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Museo de Bellas Artes
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Monumento a Felix Mendelssohn-Bartholdi
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La ciudad en obras, con un cartel de Wagner
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El Museo de Bellas Artes, creado en 1837, ocupa un edificio nuevo, muy espacioso, en el que convive el arte clásico y el moderno. Es uno de esos museos de dimensiones humanas que uno puede recorrer tranquilamente en un par de horas y decir que ha disfrutado de sus pinturas, grabados, dibujos y esculturas. Mis preferidas, intentando no dar un lista prolija de obras, son las de Lower Rheinish (“El mago del amor”), Lucas Cranach el Viejo (“El baño de la ninfa en la fuente”), Hans Baldung (“Las siete edades de la mujer”), los tres Friedrich, las obras de Max Klinger (hay que ver en la ciudad la ostentosa casa renacentista familiar que mandó construir su padre), la quinta versión de “La isla de la muerte”, de Arnold Böcklin (he visto las de Berlín, Zurich y el MET de Nueva York), la “Salomé II”, de Lovis Corinth y los cuadros de Neo Rauch. De pintores españoles sólo recuerdo haber visto la “Anunciación”, de El Greco.      
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Pero si uno callejea, de acá para allá, sin rumbo fijo, como debe hacerse en todas las ciudades, y en Leipzig casi todo lo que merece la pena ser visitado está cerca, va encontrándose con espléndidos edificios barrocos y de Jugendstil, ante los que hay que detenerse, observar los detalles de sus fachadas y conocer su historia. ¿Y dónde comer? Si os contentáis con un lugar con historia, amplio, y con buena comida a un precio razonable, os aconsejo el Auerbachs Keller, situado en las galerías Mädler, donde Mefistófeles y Fausto se divierten con los estudiantes, como debieron de hacer los jóvenes Goethe y Wagner. Es una típica cervecería de comida alemana, situada en un sótano, cuyas paredes están decoradas con escenas de la leyenda de Fausto. En la entrada, antes de empezar a bajar las escaleras hay un par de grupos escultóricos, de Molitor, con escenas de la obra de Goethe. Muy cerca está la casa Riquet, fundada a mediados del XVIII, en cuya terraza puede tomarse un café y un trozo de tarta, como suelen hacer los nativos. En este exótico edificio, construido a comienzos del XX, se despachaban productos de Oriente.
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No tuve tiempo de ver, en cambio, la casa de Schiller, donde empezó el Don Carlos (“Pasaron los hermosos días de Aranjuez…”) y compuso el llamado “Himno a la alegría”, que cierra la novena sinfonía de Beethoven, ni el monumento que conmemora la derrota de Napoleón, en 1813, cerca de la ciudad, cuando el ejército se replegaba tras la campaña en Rusia, en lo que se llamó la Batalla de las Naciones que acabó con los delirios del emperador, tras cien mil muertos y heridos. Si el viaje a Leipzig se hace en coche y con tiempo suficiente, la cercana Dessau, ciudad de la Bauhaus, merece una parada. Pero, en fin, yo prefiero dedicarle otro viaje sólo a ella. Y si lleváis en el coche música de Bach (por ejemplo, las seis sonatas para violín y piano, en la versión de Jaime Laredo y Glenn Gould) mejor que mejor.         
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* Las fotos son de GP, excepto la última, que es de Luis Matilla.
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jueves, 28 de julio de 2011

Un día en Leipzig, 1


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Vía de circunvalación del centro histórico
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Plaza del Mercado, con el Ayuntamiento Viejo al fondo.
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La iglesia de San Nicolás
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Plaza junto a la iglesia de San Nicolás
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Interior de la iglesia de San Nicolás
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Interior de la iglesia de San Nicolás
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Busto de Bach, en el interior de la iglesia
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Antigua escuela de Nicolás
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Iglesia de Santo Tomás
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Iglesia de Santo Tomás
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Monumento a Bach
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Café Riquet, con sus cabezas de elefantes
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Monumento a Goethe, con el antiguo edificio de la bolsa al fondo
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Vista del Ayuntamiento viejo, en la plaza del Mercado
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En Leipzig, un día de verano con sol, el mercadillo de frutas y verduras ocupa la plaza del viejo ayuntamiento. En esta época es obligado comprar cerezas. Las terrazas están llenas de gente que comen o chupetean helados. Leipzig y Dresde son las dos grandes ciudades de Sajonia, cuya frontera limita con Polonia y la República Checa. En la historia de la antigua ciudad del este, que hoy tiene casi medio millón de habitantes, pesan sobre todo sus ferias comerciales, el importante desarrollo de la industria del libro, de las artes gráficas, iniciada en el siglo XV (el primer libro impreso, por M. Brandis, data de 1480; en 1660 aparece a la venta el primer periódico del mundo; y en 1682 la primera revista especializada), y por último, sus hijos ilustres, tanto los nacidos en ella (el pintor Max Bechmann) como los que por alguna razón vivieron en la ciudad durante algún período de tiempo como el filósofo Leibniz, los músicos Bach, Mendelsson-Bartholdy, quien pasó los últimos años de su vida en la ciudad, o Wagner, y el escritor Goethe. Excepto al autor de Tristán e Isolda, a los demás la ciudad les ha dedicado un monumento que es necesario visitar. El del autor de Werther está delante de la antigua bolsa. ¿Qué más hay que ver? Desde luego, la amplia plaza del mercado; el ayuntamiento viejo porticado, renacentista; las diversas galerías comerciales; las iglesias de San Nicolás y Santo Tomás, y el Museo de Bellas Artes. En ambas iglesias tocó Bach. Frente a la primera se haya la vieja escuela municipal donde estudiaron Leibnitz, Goethe y Wagner. En San Nicolás se reunían los lunes los opositores al régimen comunista que acabó con la marcha pacífica del 9 de octubre, en la que participaron 50.000 personas, anticipo de la caída del muro en 1989. Mientras que la iglesia de Santo Tomás, fundada en 1212 por los agustinos, es famosa por su coro de jóvenes, Thomanerchor, dirigido durante más de veinte años por el autor de los Conciertos de Brandenburgo, quien yace enterrado aquí. Los viernes por la noche y los sábados por la tarde puede oírse cantar al coro. Junto a la iglesia, está el monumento y el museo dedicados al músico.
 
* Las fotos son de Gemma Pellicer y de Luis Matilla.
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miércoles, 27 de julio de 2011

CARLOS FLOR ROMERO

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EL FIN DE LA INMORTALIDAD
           
El día que llovió para arriba Jesús, Alá y Buda controlaban el destino del planeta. Al primero al que le sorprendió el fenómeno meteorológico fue al gordo. Goterones del tamaño de una nuez caían por la calva cabeza de Buda y se deslizaban por entre sus gruesas carnes.
Jesús, que estaba a su lado no pudo evitar reírse. Sin embargo, él estaba peor si cabe. Sus lacios cabellos se pegaban a su lánguida cara que, junto a su barba desaliñada, le daban un aspecto de yonki fracasado.
Por último, a Alá, el turbante se le empapó, y del peso del agua, se le venció hacia abajo tapándole hasta los ojos.
Mírenlos, ahí los tienen, los causantes de tantos milagros y tanta leyenda, calados hasta los huesos. ¡Menudos dioses!
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EL ORIGEN DEL MUNDO
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Aquella fue la primera vez. No podía dormir. Llevaba en la cama dando vueltas un par de horas. Las sábanas, húmedas de sudor, se pegaban a su cuerpo como la túnica con la sangre de Neso al de Hércules. Al lado, su mujer respiraba profundamente. Dormía.
El hombre se levantó, orinó y se lavó la cara. Se pasó la mano mojada por la frente y por la nuca. Pensó que así, a lo mejor, se le quitaba el dolor de cabeza. Se vistió y dejó una nota a su esposa por si se despertaba. Salió a la noche.
Entró en un bar cercano. Se sentó en la barra y pidió una copa. Al poco rato apareció una chica joven con un vestido de gasa rojo. Se sentó cerca del hombre, le miró de arriba abajo y pidió un vodka con naranja. Cuatro frases hechas bastaron para que a ambos les entraran ganas de follar. Se la llevó a su casa.Subió los tres tramos de escaleras con la mujer cogida a su cuello, besándole las orejas.Abrió la puerta como pudo. La llevó a su habitación y la tiró contra la cama. Al otro lado no dormía nadie. Acabaron agotados y, abrazados, durmieron hasta el amanecer.

LA NOTA
Sobre la mesita de noche, una simple nota: “Siempre dije que suicidarse era de cobardes. Nunca dije que yo no lo fuera”.


* Carlos Flor Romero (Madrid, 1982) se ha diplomado en literatura creativa en la escuela superior de artes y espectáculos TAI y, con posterioridad, ha estudiado Filología Hispánica en la Universidad Complutense. Tiene un par de libros de relatos inéditos.
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* El cuadro es de Neo Rauch.

lunes, 25 de julio de 2011

El Sol de los indignados

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Acabamos de llegar de Sol y hemos visto cómo la plaza se llenaba de gente que venía en manifestación por Alcalá, Preciados y Arenal; gente de todas las edades, y de casi cualquier condición, coreando eslóganes y mostrando pancartas cuyos mensajes van más allá de la situación creada por la crisis. No hace falta ser un genio para darse cuenta de que algo se ha puesto en marcha porque en todo este movimiento hay un enorme malestar que no solo tiene que ver con esta crisis, sino también con la desvergüenza con la que políticos, medios de comunicación y, en general, lo que antes se llamaba el establishment, dirigen el país desde hace veinticinco o treinta años. La duda es la misma que hace dos meses, es decir, si serán capaces de convertir esa indignación en objetivos políticos realizables. Así las cosas, y por ahora, no parece este movimiento ser solo flor de un día. Veremos.
(Madrid. Microcrónica y fotos de Guillermo Méndez, enviado especial de La nave de los locos.)




domingo, 24 de julio de 2011

¿Cuentos, microrrelatos? Móviles


En Los objetos nos llaman (Seix Barral, 2008), de Juan José Millás, hay un cuento brevísimo, titulado "La verdadera muerte de mamá", que si le quitáramos un par de innecesarias digresiones y lo podáramos un poco de aquí y allá, sin perder por ello su esencia, podría pasar perfectamente por un excelente microrrelato. Este podría ser un sencillo ejercicio para distinguir un cuento de un microrrelato, tras constatar que, pese a su cercanía y la confluencia de una serie de elementos en común, no responden ni a los mismos mecanismos narrativos, ni mucho menos a una actitud semejante del autor ante el texto literario. Como escribía recientemente Javier Cercas ("La tercera vedad", El País, 25 de junio del 2011), los géneros literarios se distinguen por sus rasgos formales, pero tal vez también por el tipo de preguntas que plantean y por el tipo de respuestas que dan. Estos rasgos son algo que hasta los narratólogos españoles que con tan escasa pericia se han ocupado del microrrelato podrían apreciar, si por un momento dejaran de atiborrarse de teoría, a menudo mal digerida, leyeran más textos de ficción, y tuvieran un gusto y criterio mejor formado. Pero, claro, sería demasiado pedir, a quienes tanto les gusta hacer ostentanción de su embotamiento.


Por otra parte, “La verdadera muerte de mamá” es un ejemplo del papel trascendental que desempeña el móvil en la sociedad actual, hasta tal punto que para el protagonista su madre no muere realmente hasta que no se convence de que el teléfono ya no la mantiene vinculada con otra persona. Por tanto, hasta que no se le agota la batería, como si se tratara de un órgano vital. Además, el texto se vale de una pequeña intriga, pues el móvil puede esconder los últimos secretos de un difunto, ¿quizás una última relación sentimental, desconocida por el hijo? Si bien estas expectativas no se cumplen, por otro lado, como la madre ha muerto de repente, el lento agotamiento de la batería del móvil, supone, en cierta medida, una forma de poder acompañarla en su agonía. Al fin y a la postre, el móvil ha acabado convirtiéndose en el último vínculo del ser con la vida.
 

En la serie Mad men, el protagonista Don Driper, esconde todos los secretos de su enigmático pasado en una caja de zapatos. En esas fotos, documentos y chapas militares se halla contenida su historia personal, hasta que conoce a Betty, su actual mujer. La desgracia para el protagonista es que su esposa se topa con este agujero negro cuando él está vivo y ella puede pedirle cuentas. Hasta no hace mucho, nuestra vida, los recuerdos, cabían en el cajón de un mueble, cerrado con llave, o en una caja de dulce de membrillo que un día aparecía en el fondo de un armario ropero de tres cuerpos. Hoy, como cuenta Millás, quien quiera irse tranquilo al más allá, si es que mantiene algún secreto inconfesable, deberá dejar limpio de texto y fotos el móvil y el ordenador. En fin, no digáis luego que no os lo advertí.
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sábado, 23 de julio de 2011

El Tour de Cadel Evans

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Si este año Alberto Contador hubiera ganado la carrera francesa hubiera sido un acontecimiento tan extraordinario como inverosímil. No por el posible cansancio acumulado en el Giro, ni porque ha corrido sin apenas equipo, sino por la presión que ha tenido que vivir por la acusación de dopaje y por el clima hostil que ha tenido que padecer a lo largo de la carrera. El puñetazo al falso médico me pareció tan lógico como el cabezado que le propinó el gran Zidane al tosco leñero Materazzi. Y a pesar de todo ello, en estas últimas etapas, Contador  ha luchado lo indecible, aunque se haya visto que no estaba tan fino como suele ser habitual en él; incluso, a veces, parecía ausente de la carrera, perdido en la cola del pelotón.


Todo empezó de la peor manera, con las caídas que sufrieron los corredores, Contador entre ellos, durante la primera semana de carrera. El resto, hasta llegar a los Alpes, incluidas las etapas de los Pirineos, han sido bastante soporíferas. Toda la emoción se ha concentrado en los últimos días, con la derrota de Contador y el triunfo de Cadel Evans. El australiano es un ciclista que no parece agrardarle a nadie, por su manera de correr, siempre a remolque de las iniciativas ajenas, aunque sea un extraordinario contrarrelojista como hoy mismo ha demostrado. Había sido segundo en un par de ocasiones y ya tiene 34 años, por lo que quizás esta fuera su última oportunidad. Los hermanos Schleck han pecado de conservadores y maniobreros, aunque Andy es quizá quien haya hecho más méritos para ganar el Tour y su forma de correr resulta mucho más atractiva que la del siempre agazapado australiano. El español más destacado ha sido, sin duda, Samuel Sánchez, quien ha ganado una etapa y el premio de la montaña, con el horroroso maillot de lunares rojos, y siempre ha estado peleando por figurar en los puestos de cabeza.



A ver cómo se resuelve, finalmente, el caso Contador. Si es de manera positiva, como espero, lo veremos de nuevo peleando el próximo año con Andy Schleck, que ya ha sido segundo en tres ocasiones y va camino de convertirse en el nuevo Poulidor.
           

viernes, 22 de julio de 2011

Lucian Freud, in memoriam

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Ha muerto en Londres, a los 88 años, el pintor británico Lucian Freud (Berlín, 1922), uno de los grandes pintores vivos, según los expertos, de los más cotizados, y uno de mis preferidos. En el 2008 se pagaron 33,6 millones de dólares por "Benefits Supervisor Sleeping" (1995), en el que aparecía recostada en un sofá una gruesa mujer, Sue Tilley, una supervisora de subsidios sociales de Londres que posó para el artista en diversas ocasiones. Freud, nieto del fundador del psicoanalisis, del que hace unos años pudo verse una importante antológica en CaixaForum, de Barcelona, pintó, además de desnudos, numerosos retratos, autorretratos y naturalezas muertas, mostrando siempre una visión descarnada, naturalista del cuerpo humano. 
Aunque había nacido en Alemania, en 1933 emigró con su familia al Reino Unido, escapando del nacionalsocialismo. Su evolución como pintor va del surrealismo a la pintura figurativa, realista, caracterizada por la penetración psicológica de sus modelos y el minucioso examen de la relación que éstos mantienen con el artista. Valga esta entrada como modesto homenaje a quien para mí ha sido, junto con Bacon, uno de los grandes pintores de la segunda mitad del siglo XX. 









* El primer cuadro es un autorretrato del pintor. El tercero es un retrato de Bacon. En el cuarto es Bacon quien lo retrata a él. Y el quinto aparece en la cubierta de una novela española. Al primero que acierte quién es el autor, el título del libro y la editorial que lo publicó, le mandaré un buen libro de regalo. 
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jueves, 21 de julio de 2011

¿Realidad, ficción?

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El domingo pasado, el diario El País publicaba un texto de José Luis Corral, catedrático de Historia Medieval y autor de éxito en el terreno de la narrrativa histórica, en el que se contaba cómo se produjo el robo del Codex Calixtinus en la catedral de Santiago. Lo curioso del caso es que el periódico, ¿o el autor, o ambos, de mutuo acuerdo?, tras el título de la pieza, "Así robaron el Códice", se sintió/sintieron obligado/s a poner entre paréntesis que era ficción. Y aunque el citado diario no pueda tacharse precisamente de sensacionalista, a pesar de que cada vez acoja en sus páginas más frivolidades y tontunas, ni esté dirigido al público lector más popular, debió de confiar más bien poco en la capacidad de discernimiento de sus lectores, cuando tuvo que advertirles de que el relato de Corral, poco original e imaginativo, por cierto, era pura ficción. La parte buena del robo es que ha servido para que nos enteremos al fin de su contenido y de cuál es el valor del Códice sustraido, además de poder conocer la naturaleza y el lugar en donde se guardan los demás códices valiosos que atesora la iglesia. Sí alguien se anima a hacer una novela con todo este material, en la que se narre el robo en cadena de estos códices, deberá acordarse de contar con el consejo de uno de esos comerciantes que se disfrazan de editores, junto con el apoyo de periodistas culturales complacientes, y de plagar la historia preferiblemente de lugares comunes, aparte de escribirla en una prosa funcional, sin que falten -además- peripecias mil y esoterismos varios. ¡Podría convertirse en el nuevo Dan Brown, e incluso podría rodarse una película subvencionada por el Ministerio de Cultura, siempre que, en aras de la igualdad, tal y como la entiende la señora ministra, la mitad de los personajes fueran femeninos! ¡Viva la bagatela!
 

P.S. De todas formas, no seré yo quien los culpe porque hace ya tiempo que a mis estudiantes tengo que advertirles, una y otra vez, de que las lecturas obligatorias son obligatorias; o sea, que hay que leerlas, para que no se crean que todo es pura ficción. En fin, qué mundo, que diría el mejor Millás.
 

martes, 19 de julio de 2011

ANTONIO BÁEZ

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"El descanso"

En casa se celebraron mucho mis primeras gafas graduadas de miope, que me compró mamá a los 17 años, ella con pocos más, después de haber empezado a leer ambos a Pablo Neruda. En casa todos gozaban de excelente salud visual y yo fui el primero. Tras la publicación de mi primer libro de cuentos en una edición llena de erratas. Comprendí que mi vida había estado marcada más que por las gafas que consecutivamente había tenido que ir adquiriendo, por las maletas que había destrozado en mis viajes. La primera vez que me fui lo hice con una vieja caja de cartón que había que cinchar para que se mantuviese cerrada. Con ella habían estado mis padres de luna de miel. Se moría de aburrimiento debajo de una cama. La llené de calzoncillos y calcetines para contentar a los de casa y la metí en un tren que viajaba al norte, de donde regresé yo solo con un puñado de piedras en los bolsillos. En verano rompía unas gafas y perdía una maleta. Acabo de llegar a una ciudad en la que voy a estar un par de meses. He descargado las maletas del coche y después de vaciarlas las he llevado al trastero en un sótano frío que me ha producido cierta inquietud. Sin saber por qué me han venido cosas extrañas a la cabeza, como encontrar a un ocupa albino al abrir la puerta. En casa mi mujer y mis hijos han celebrado mucho que por fin me decidiese a operarme de la vista. Es que en verano para hacer deporte las gafas son un coñazo, he dicho yo por ahí. Y alguien, con el mejor juicio de todos, me ha replicado: ¿Y cuándo has hecho deporte tú? Pienso que podría empezar hoy mismo ahora ya. Sin hacer prácticamente cambios unos años después de mi primer libro de cuentos, publiqué el segundo, con más erratas que el primero. En ninguno de ellos hago referencia a la importancia que han tenido para mí las gafas con las que he intentado amar ni las maletas sin las que he querido huir... 

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La primera vez que me propuse perder la virginidad fue en verano y recuerdo que leía a Yukio Mishima. Por supuesto no lo conseguí. Veamos alguna versión de los hechos. En la terraza de los apartamentos en los que trabajaba me propuse asaltar a una de las camareras de piso de un modo inesperado. Me hubiese podido pegar con una de las botellas de cerveza que estaba recogiendo, pero le bastó con mirarme en el momento en el que me dirigía hacia ella. Me daba vergüenza pensar que sería de los pocos chavales dedicados aquel verano a la hostelería que nunca se habían acostado con ninguna mujer. Por las tardes desde la terraza en la que se había frustrado mi fantasía amatoria divisaba melancólico un horizonte surcado de hidropedales con mujeres que se entregaban en su duermevela a las caricias de Apolo. Luego remataba mis faenas y regresaba en tren a casa leyendo. Aprendí mucho ese verano y el siguiente. En realidad las picardías y los trucos de los hosteleros más bribones de la costa. Lo que más les importaba era sacar tajada. Para mí aquel era un trabajo con el que costearme el curso. Tenía mucho tiempo para leer porque por una serie de circunstancias de índole picaresca acabé sentado tras un mostrador que funcionaba como conserjería. En uno de los cuentos de mi primer libro, plagado de erratas, hice que esa camarera con la que no perdí la virginidad me sedujera en la terraza del último piso, a pleno sol del mediodía. Me resulta imposible, eso sí, recordar su nombre, pero he retenido en la mente con todo detalle su rostro no demasiado agraciado y picado con marcas y hoyitos de la viruela. En mi segundo libro de cuentos, que es prácticamente un plagio del primero y que no consiguió librarse de las erratas, sólo tuve que jugar con la introducción de algunos adverbios para contar lo contrario, que ante la propuesta más que explícta de la camarera para convertirme en un hombre experimentado, yo metí la cabeza en el libro de un escritor japonés que se atravesó las tripas ritualmente.

Antes de publicar mi segundo libro de cuentos me puse a calcular cuántas personas podrían haber leído el primero, de donde me pareció que podrían ser unas doscientas. Caray, no está mal si uno lo piensa detenidamente y no entra en las odiosas comparaciones. Me convertí en un lector obsesivo a los 16 años, antes de usar gafas, de la mano de Jack London. Un día mientras escribía un cuento para mi segundo libro llamaron al timbre de la puerta. Un hombre rubio y perlado de gotas de sudor, como si fuese el remedo burlesco del dios Mercurio, me alcanzó un pequeño volumen que se titulaba Huellas y que me ofrecía a un precio razonable. Me invitó a que lo hojease antes de comprarlo y sólo pude leer la primera frase de la introducción, que decía así: “Tras la 1ª edición de esta antología, en un total de 2000 ejemplares. Sin cambiar prácticamente nada de lo que es el contenido; por una serie de razones que explicarlas en su totalidad pienso...” Me bastó para decidirme a su compra y nunca más volví a tener noticias de su autor. Con una sintaxis que tan pronto movía a la risa como al llanto coloqué el libro en un estante entre otros y lo olvidé. Sin embargo, algo oculto apeló a mi inconsciente, porque de ahí a unos días comencé a recopilar cuentos para montar un nuevo libro y en casi todos me propuse introducir frases que reprodujeran un modelo sintáctico tan aberrante como el que os he mostrado ahí atrás. Cuando se publicó estuve tentado también de copiar su modo de vender el libro de puerta en puerta. Imagino que hubiese llegado a muchos más lectores. Un cuento que en el primer libro se había titulado Autostop pasó a llamarse en el segundo, tras unas ligeras variaciones, Huellas, como homenaje. Pensé que más allá de su poco o mucho talento un escritor es un ser pintoresco, casi estorbadizo. He sacado de la biblioteca pública Missing de Alberto Fuguet, donde dice, en la primera hoja: “Un escritor puede ser raro, puede vivir en su cabeza, no tiene que -no debe- vivir igual que los demás”. A veces uno comienza a escribir una historia e igualmente sigue uno leyendo cosas, porque uno si cree en algo es en la contaminación. Y es como cuando te caes, te fracturas una pierna, te la escayolan y sales a la calle y no dejas de ver escayolados por todas partes. Del mismo modo en lo que escribes en lo que lees hasta en lo que sueñas empiezas a encontrar señales marcas coincidentes que le dan al mundo una orientación, un atisbo de orden. No es por otro motivo sino por ese por lo que sigues adelante.
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Antes de empezar con el siguiente fragmento de estos recuerdos que son un pastel de lo que fue, de lo que no y de lo que pudo haber sido, he bajado a la calle para ayudar a mi mujer a montar a los niños en el coche: un carrito, una mochila con bañadores, un bolsa con meriendas, además hay que atarlos a las sillas adaptadoras y antes de eso llegar al propio coche, que por suerte hoy no estaba aparcado demasiado lejos. Cuando he regresado al portal he hecho un horrible, un espantoso descubrimiento. Las llaves que he sacado, con las que he pretendido abrir la puerta estaban equivocadas. Me he visto en la calle sin dinero, sin llaves, sin teléfono y con una ropa de estar en casa demasiado ridícula y desaliñada como para andar dando paseítos por ahí. Al tiempo que he sentido pánico se me ha ocurrido que desde el locutorio de la esquina me podrían dejar hacer una llamada. En efecto, me han dado un minuto. Mi mujer ha regresado y me ha entregado su llavero por la ventanilla del coche. Casualmente a ella le faltaba la llave del portal y he tenido que llamar al telefonillo de varios vecinos hasta que uno ha contestado y me ha abierto. Luego he regresado al locutario a pagar la llamada. La aventura no ha durado más de quince minutos. Por fin he retomado el plan inicial que era escribir en soledad un par de horas. A los 20 años leí Crimen y castigo de Dostoievsky, estando en algunas sesiones de lectura bajo los efectos de la fiebre, que yo asimilaba a un posible estado de drogadicción. Lo comenté con un amigo de entonces y él me dijo que había tenido alguna experiencia parecida. En aquella época la grisura del mundo en el que vivía sólo encontraba escape por medio de la literatura y la fiebre. En un libro de cuentos que tengo inédito y que en modo alguno se parece ya a los dos publicados, tan iguales entre sí, hay uno que habla de unos vecinos. En concreto de la mujer que me ha abierto la puerta, gracias a la cual ahora estoy escribiendo y no dando tumbos por ahí con un aspecto estrambótico, esperando que mi mujer y mis hijos regresaran de la playa. De la mujer y de su marido, que son dos empedernidos fumadores a los que nunca he visto sin un cigarrillo entre los dedos. Tras la publicación de mis dos primeros libros de cuentos en un total de 400 ejemplares vendidos. Los presento desgastados por el tiempo y la rutina tras miles y miles de cajetillas de tabaco, que si se apilaran servirían para construir la muralla de una ciudad. Frecuentan las terrazas de las cafeterías de la calle desde que se prohibe fumar en sus interiores, pero nunca los he visto más allá, en las terrazas a las que yo voy a fumar, y es lo que me intriga, el hecho de que a ellos no les guste perder de vista la calle en la que viven.

A los 21 años hice un viaje en verano al otro extremo del país en tren. A ratos leía a Bakunin. Había escrito algunas cosas, pero había decidido esperar para adoptar la postura del escritor otros veinte años. Tras la publicación de mi primer libro de cuentos, cuando yo ya tenía más de cuarenta. Comencé a escribir un segundo libro de cuentos, en el que opté por inventar unas historias tan radicalmente distintas a las del primero que el resultado fue una especie de autoplagio. En esta suseción de recuerdos me doy cuenta de que en ninguna de ellas he abordado el momento en el que perdí la virginidad. Entre Bakunin y el Poema de Gilgamesh, en la edición de Borges para su biblioteca personal. Sin embargo, en uno de esos cuentos que titulé “Panem et circenses” en el primer libro y que en el segundo se quedó fuera conté mis andanzas de aquella época, durante el curso que siguió a aquel verano del viaje al otro extremo del país. Mucho más alcohólicas que amatorias. A diferencia que a mis compañeros de piso de estudiantes las mujeres no lograron interesarme. El ejercicio amatorio me parecía coreográficamente previsible y vano. También es verdad que en ese cuento no todo era yo, que en realidad en aquella época tenía una novia. Hice una mezcla de ocurrencias y suposiciones personales y las que le atribuí a cierto compañero que me intrigaba. Me retraté a través de alguien muy distinto a mí, pienso que de una manera muy certera. Tuve algunos embrollos de mujeres en aquella época mientras gestaba un personaje que estaba al margen de todo eso, que se entretenía bebiendo y observando a los demás, leyendo las etiquetas de las botellas. En verano, lo conté al principio, hice un viaje al norte. Allí conocí a una mujer, que era como yo, virgen. Una noche tomamos un puré de patatas cocinado con vodka, a la mañana siguiente estábamos desnudos bajo un saco de dormir, pero seguíamos siendo vírgenes. Mis gafas se habían roto por la mitad y tuve que pegarlas con una cinta adhesiva. Al comienzo de este cuento escribí que hice el viaje con una maleta de cartón, pero sólo me llevó a ello la imagen, no la verdad, además la hice coincidir con la maleta que usaron mis padres en su viaje de novios. En realidad era una pequeña mochila de un azul estridente. Y no la olvidé, nunca la dejé atrás en ninguna huida, me deshice de ella un buen día con algo de nostalgia. Literariamente funcionaba mejor contarlo de otro modo. Mentir también.
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Muchos hombres se sienten fracasados porque instalan su vida en la mentira. Para un escritor la mentira es un elemento fundamental de su día a día. El éxito de un escritor es la mentira, la mixtificación, el derroche de confusiones. El relato de una vida, de cualquier vida, ya sea inventada o real, es un espejismo ficticio. Yo nunca ponía la atención en lo que me contaban, sino en cómo lo hacían. Siempre encontraba orificios de silencio con muchísima información interesante. La mentira puede ir en la vida o en su relato, el escritor elige la del relato creyendo ingenuamente que se libra de la mentira en la vida. Un cuento sólo merece la pena si es piadoso. En un cuento se perdona todo, todo se ama y todo se comprende. A los 8 años leía el catecismo porque en casa no había otros libros. He escrito un cuento que va de eso, que difiere de este que estás leyendo sólo en algunos aspectos adverbiales. Una y otra vez uno no hace sino leer soñar escribir signos coincidentes que conducen al mundo en una dirección, esa falacia de sentido es una experiencia que se parece mucho a lo que ofrece y proporciona la religión. Tras la publicación de mi tercer cuarto quinto libro de cuentos en un total de muy pocos lectores en comparación con otros pero muchísimos si se consideran en sí mismos. Desde ese futuro irreemplazable habré decidido sobre mi pasado irreal, pero pasado al fin. Que había llegado el momento de abrir un gran orificio, yo diría ahora boquete, de silencio. El descanso.
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*Antonio Báez Rodríguez (Antequera, Málaga, 1964) publicó en el 2008 un libro de relatos titulado Mucha suerte, ha aparecido en la antología Velas al viento. Los microrrelatos de La nave de los locos (Cuadernos del Vigía, Granada, 2010), y en otoño saldrá su primera novela en la editorial Talentura, titulada La memoria del gin tonic.

* La foto, que data de 1970, está hecha en el parque de Málaga.
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lunes, 18 de julio de 2011

Claude Mestreit: la bailarina belga

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A veces el correo electrónico, de manera escueta, nos trae las peores noticias, como es la muerte de Claude Mestreit, vieja y querida amiga, compañera de trabajo, profesora de francés en la Facultad de Traducción de la Universidad Autónoma de Barcelona. Durante una década, más o menos, mantuvimos una estrecha relación, nos veíamos con frecuencia, no sólo en el trabajo sino también fuera. Compartíamos, con otros amigos, salidas, bailes, comidas, cenas, cine y teatro. En los últimos años, por esas cosas raras que tiene a veces la vida, nos veíamos mucho menos, pero siempre que la encontraba por los pasillos de la facultad nos parábamos a charlar un rato y me contaba cómo estaba y qué hacía. Lo extraño es que ni siquiera sé de qué ha fallecido. Una amiga común, que compartió con nosotros los festejos de aquellos años, me cuenta que ha muerto de cáncer de pulmón, como fumadora empedernida que era. ¿Qué edad tenía, le pregunto? Mi amiga me responde que debía andar por los 61 o 62 años. Parece ser que llevaba meses enferma, aunque con mis idas y venidas a Barcelona, no me había enterado. Quería llevar su enfermedad con la máxima discreción y que se enterara la menor cantidad de gente posible. Claude ha decidido morir como vivió, de una manera discreta, sin molestar ni dar la lata a nadie.
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Nació en Bélgica, por lo que Julio Murillo, catedrático de Lengua francesa en mi universidad, su protector y maestro, solía meterse con ella, entre burlas y veras, diciéndole que hablaba francés mal, con acento belga. No sé si hablaba un francés ortodoxo, pero el español lo utilizaba a la perfección, con un leve acento en la pronunciación, pero no solía cometer errores en el uso del vocabulario ni de la sintaxis.


Claude se dedicó a la formación de profesores y formó parte del equipo que coordinaba las Jornadas de Profesores de Francés que organizaba el ICE de la Autónoma. También trabajó en distintos proyectos europeos sobre la enseñanza de las lenguas extranjeras. Siendo, además, fundadora y miembro de la redacción de la revista Cuadernos de Traducción e Interpretación, publicada entre 1982 y 1992.
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Debí de conocerla en 1980 cuando empecé a dar clase de Literatura Española en la entonces EUTI. Fue uno de los profesores que contrató Murillo cuando le nombraron director del centro, para intentar mejorar la docencia, tan maltrecha entonces. La había conocido en los cursos de verano de formación de profesores de francés, rescatándola de un centro de idiomas, en Madrid, donde daba clase. Como investigadora, siempre estuvo vinculada al Departamento de Francés de la Facultad de Filosofía y Letras. Así, no hace mucho publicaron un método de enseñanza titulado Forum.
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Claude era cariñosa, amena conversadora, amante del vino y de la buena mesa, tenía un excelente sentido del humor y era mejor persona. Pero yo prefiero recordarla ahora como una excelente bailarina, riendo a carcajadas, como solía hacer, echando levemente la cabeza hacia atrás. En aquellos años, los ochenta, bailábamos mucho, organizábamos fiestas, en su flamante ático, cerca de la plaza Lesseps, o en mi piso de Sant Cugat, juergas que duraban horas y horas, y bailábamos salsa, boleros, rock, lo que nos echara el improvisado pinchadiscos... Bailaba con soltura y tenía la gentileza, con los más bien patosos, como yo, de hacerte sentir que no lo hacías mal del todo. Era, en ese sentido, una maestra en el arte de dejarse llevar... Pongo ahora la Pasadena, o la Orquesta Platería, en su honor, y siento, querida Claude, no poder estar mañana contigo en Barcelona para darte un último adiós.

domingo, 17 de julio de 2011

Regreso a Berlín

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De nuevo en la capital alemana. Nada más llegar, nos hemos ido a comer al viejo café Einstein, al primigenio, con Julia y Flor, dos viejas amigas españolas que a veces añoran Berlín, donde vivieron varios años. Hoy mismo regresaban a Madrid y Granada, respectivamente. Nos hemos decantado por el Wiener Schnitzel (filete empanado de ternera), con sus patatas cocidas y la correspondiente ensalada, y una Weizen Beer (cerveza de trigo). Estaba lleno, como suele ser habitual y el día se prestaba para comer al aire libre, como hemos hecho, con los árboles meciéndose sobre nuestras cabezas en la fabulosa terraza con que cuenta. Para los que tengan curiosidad por el tiempo que hace les diré que desde el mediodía hasta el atardecer hemos tenido ratos de sol y de lluvia, que ahora hace fresquito, y que hará cosa de un par de horas que el cielo encapotado ha dado paso a una lluvia fina pero constante. Puro Berlín.
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* La foto es de GP.
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