A las ocho y media hemos quedado con Mila y Ángel para ir a cenar. Los recogeremos en su hotel, el Kempinski, nada menos, y decidiremos donde vamos. Pero la llegada a la Ku´dam ha sido casi una odisea, con las calles llenas de placas de hielo que convertían el suelo en una tosca pista de patinaje callejero... Apenas han echado sal y se hace difícil avanzar, vamos dando pequeños resbalones y parecemos actores de cine mudo, deslizándonos por el hielo, moviendo las manos en el aire, convertidas en improvisadas aspas para mantener el equilibrio. En fin, al menos hemos logrado no inclinar la rodilla... Tal y como está el tiempo, decidimos coger un taxi para ir al restaurante, aunque queda tan cerca que da un poco de vergüenza molestar por tan poco trecho. Vamos al Good Friends, en Kantstraße. Con este tiempo de mil demonios la gente, los sensatos, se ha quedado en casa. Tenemos bastante con unas empanadillas, pato crujiente y pollo con verduras. Todo regado con unas großen Weizenbier, riquísimas cervezas de trigo. Como reputado misántropo, cogemos una mesa casi aislada, en mi rincón favorito. Detesto esa costumbre alemana de amontonarse en la misma con extraños para comer.
Hablamos y hablamos..., le comento a Ángel que El Cultural ha dado como ganador del Nadal, que se falla esta noche, a Casavella. Lo importante es que ha disfrutado con la ciudad y que Mila, profesora de arte, en su primera visita a Berlín, se ha emborrachado de iglesias y museos. De Ángel, uno de nuestros mejores críticos literarios, puede decirse que es un veterano y que se maneja con una cierta soltura por la ciudad. Estuvo solo hace unos meses y le gustó tanto Berlín que decidió regresar con su mujer. Cuando vienen amigos a visitarnos, lo que espero con más interés es el relato de la sorpresa que les causa la nueva capital alemana.
Quizá Berlín siga siendo la gran desconocida. Mila quiere comprar los palillos que nos han dado para comer, con la intención de practicar en su casa y aprender a usarlos tranquilamente, su marido la mira con escepticismo, pero el camarero -con su mejor sonrisa- nos dice que no los venden, que incluso la gente quiere comprar los vasos de cerveza, nos recuerda desviando hábilmente la conversación. Lo que más les ha impresionado, nos confiesan, es la Postdamerplatz, su cúpula, con esa especie de carpa gigantesca que parece acoger los fastos del gran teatro del mundo. A la salida del restaurante chino, el sonriente camarero, quizá con cierta mala conciencia por no habernos podido complacer, me ayuda a colocarme bien el chaquetón.
Llegado a cierta edad, lo que más ilusión me hace es comprar regalos para los demás. Pero nosotros no hemos debido portarnos demasiado bien, o quizá los camellos no se hayan atrevido a subir hasta un cuarto piso sin ascensor... En mi caso, sólo puedo decirles que me han traído este blog, con el que pienso dar toda la guerra que pueda, y alguna más. Feliz 2008.
* El niño de la foto se llama Popi, aunque en su casa se empeñan en llamarlo David. Fotografía de Mercè Bertrand.
2 comentarios:
jejeje, pues Popi, tiene madera de ilustrador. ;)
Feliz Año!!!!!!!!!!!
Lástima que Popi (y su hermano mayor Pirri) viva en Barcelona porque, de ser aragonés, podría asistir a tus talleres de ilustración. Seguro que disfrutaría de lo lindo y aprendería mucho.
Gracias por la visita, saludos y feliz 2008.
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