martes, 29 de enero de 2008

La ópera de perra gorda, en el Berliner

Die Dreigroschenoper se estrenó en Berlín el 31 de agosto de 1928 en el Theater am Schiffbauerdamm. Ahora, en realidad desde septiembre del pasado año, en el Berliner Ensemble (el teatro de Max Reinhardt, Helene Weigel, Brecht, Matthias Langhoff, Peter Zadek, Heiner Müller y Claus Peyman, su actual director), Robert Wilson nos muestra su extraordinaria versión, todo un acontecimiento que se prolongará hasta el próximo mes de mayo.

La pieza es una adaptación libre de la Beggar´s opera (1728), escrita por John Gay, con música de Pepusch. Parece ser que fue el renacimiento de G.F. Haendel durante los años veinte en Alemania, propiciado por los conservadores, lo que incitó a Brecht y Weill a la adaptación de la pieza. No en vano, Gay/Pepusch habían reaccionado también en su momento contra la moda handeliana, contra la ópera fabulística de influencia italiana, con sus dioses y héroes, relacionando a las clases altas con el mundo del hampa. Por su parte, Brecht/Weill trasladaron la acción a la Inglaterra victoriana de la segunda mitad del XIX, obteniendo un gran éxito. Mackie, Jenny, la señora Peachum, estaban entonces representados por un célebre actor de opereta (Herald Paulsen), una cantante de cabaret (Rosa Valetti) y por la mujer de Weill (Lotte Lenya). En España, esta obra no pudo estrenarse hasta 1963 (tomo los datos de un artículo de Joan de Sagarra), aunque es muy probable que esta primera versión, en catalán, dirigida por Frederic Roda, y dirección musical de Antoni Ros Marbà, le costara la existencia a la ADB (Agrupació Dramática de Barcelona), cuyos locales y actividades fueron sospechosamente clausurados un mes después. Como dato curioso, hay que recordar que entre los mendigos y policías se encontraba un jovencísimo Albert Boadella. Ese mismo año apareció publicada la obra, la versión es de Joan Oliver y Feliu Formosa, en la editorial Fontanella.

Hoy, La ópera de perra gorda se ha convertido en una obra de repertorio, el público reconoce las canciones y cuesta trabajo no tararearlas (existen versiones de, por ejemplo, Milva, Ute Lemper, Nina Hagen, Sting o Tom Waits), representada en todos los teatros del mundo, como una obra festiva, satírica, sobre la corrupción del poder y su alianza con chorizos de diverso pelaje, sobre la bobería de una jovencita enamorada... Qué duda cabe que toda esta trama, en España, en estos momentos se entiende muy bien...

Cualquier aficionado al teatro debe tener varias óperas de perra gorda a sus espaldas, incluso puede conocer la versión cinematográfica de G.W. Pabst (en España se llamó La comedia de la vida, 1931), que no convenció a Brecht, aunque dudo que en nuestro país se haya visto ninguna puesta en escena de la calidad de ésta. Como es habitual en él, Robert Wilson despoja la pieza de toda parafernalia y nos la da en carne viva, mostrando los aspectos más grotescos y ridículos de los personajes (Polly nunca se nos había mostrado tan boba...), puesto que los actores se nos presentan como muñecos articulados, que evolucionan al compás de la música y unos hilos que no controlan, claro está. El despojamiento de la escenografía, la claridad con la que se nos sirve el texto, de lo que son buen ejemplo los diálogos entre Mackie y su ferviente enamorada, con ese inigualable arte que poseen los actores alemanes para masticar las palabras, sacándoles todo su jugo al recitar. Todos ellos parecen flotar en el escenario, como si formaran parte de un ballet que evolucionara a cámara lenta. Incluso la excelente música de Kurt Weill tiene el protagonismo que le corresponde, pero ni un milímetro más, sin concesiones de ningún tipo. Buena prueba es que la célebre balada de Mackie, sólo suena en el arranque, como fondo de un pim-pam-pum de feria, en donde parecen vivir los personajes. Nadie maneja hoy la iluminación como Wilson y pocos la composición de escena, de lo que puede ser un buen ejemplo el extraordinario cuadro del burdel.
“Un paisaje tiene su músico. Berlín es La ópera de cuatro chavos”, escribe Rafael Chirbes en Crematorio, su reciente novela. Desde luego, Robert Wilson ha conseguido ese milagro que en el teatro consiste en limpiar la obra, modernizarla para que conserve su sabor añejo, pero rejuveneciéndola como nunca habíamos visto antes. Con total libertad, pero con absoluto respeto. Y la mejor prueba es el entusiasmo que muestra el público del Berliner. No en vano, en esta obra, como se lee en la primera didascalia, los mendigos mendigan, los ladrones roban y las putas se prostituyen..., mientras sigue girando y girando la rueda del mundo, como si de un carousell desatado se tratara, en el que todos acabaremos bailando al son que nos tocan...

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