viernes, 4 de enero de 2008

Olivetti Valentine

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Ayer los periódicos traían la noticia de la muerte en Milán del arquitecto, diseñador y teórico italiano Ettore Sottsass. ¿Sabían ustedes, acaso, quién era? Porque, a mí, desde luego, ese nombre no me decía nada.

Otro gallo hubiera cantado de conocer que se trataba del creador de la Olivetti Valentine, una máquina de escribir hoy expuesta en el MOMA. El caso es que este caballero que ha muerto con 90 años, en 1969 creó una máquina de escribir, no sé si revolucionaria, pero sin duda novedosa. No mucho después de esa fecha, en septiembre de 1973, cuando llegué a Barcelona con la intención de empezar mis estudios universitarios, en las facultades de Periodismo y Filosofía y Letras, apenas si tecleaba a máquina con dos dedos. En aquellos años las asignaturas en la Universidad Autónoma se aprobaban, en gran parte, con trabajos. Desde luego no eran como los que ahora se estilan, sino que debían tener bastante más enjundia, si es que uno aspiraba a salir airoso del empeño. Pues para cumplir con esa placentera obligación, no nos la tomábamos como otra cosa, mi madre tuvo que comprarme una máquina. Al fin, la adquirimos en una tienda de la Gran Vía de Barcelona, cerca de la Plaza de la Universidad. Lo único que recuerdo es que la vi, en medio de otras muchas más discretas, e inmediatamente me gustó. Por fortuna, tenía un precio asequible para nuestra modesta economía. Me duró casi veinte años, hasta que, a comienzos de los noventa, me hice con un ordenador. O sea, que el invento de Ettore Sottsass me acompañó durante unos años fundamentales para mi existencia.



La imagen que estos días la prensa reproduce de aquel aparato, representa para mí lo que la magdalena fue para monsieur Proust, pues me trae inmediatamente a la memoria los primeros años de estudiante universitario, en Sant Cugat del Vallés, en la Residencia de los Misioneros Espiritanos, en una torre con jardín, piscina y frontón, donde convivía con gentes como los hoy profesores José Manuel Pérez Tornero y Juan Ramón Torregrosa, y con los periodistas Juan Tortosa, Carlos Santos o Juan Carlos Muntaner, un argentino mallorquinizado en Buñola. Con aquella Olivetti, en fin, hice todos mis trabajos universitarios. A veces, nos juntábamos varios estudiantes en una misma habitación, que el ruido del teclear de las máquinas la daba la atmósfera de una redacción de periódico, en la que entonces soñábamos trabajar. Ese sonido era siempre interpretado como una señal inequívoca de que no había que importunar a quien estaba embebido en su trabajo. Eran tiempos aquéllos en que los jóvenes teníamos ilusiones, pues se presentía el fin del régimen, la muerte del dictador.

Ettore Sottsass, de origen austríaco, creó una máquina de escribir que no era ni negra, ni gris, como el resto de las existentes, sino de color rojo; pero además era de plástico y portátil, con un asa, pudiendo encajarse en un recipiente del mismo color por medio de unas gomas negras elásticas. Dicen los expertos en la materia que Sottsass fue el introductor de lo lúdico en el diseño industrial, del humor y el color; aunque no parece que el resto de su producción fuera tan útil y funcional (desde las absurdas cerámicas hasta ciertas estanterías inútiles), lo que no debe extrañarnos en alguien que pensaba que la emoción debía preponderar sobre la función. En fin, sólo necesitamos saber que fue el responsable del aeropuerto milanés de Malpensa, considerado por la Unión Europea el peor de Europa. Al cabo, haciendo balance de su carrera, como si de un testamento espiritual se tratara, le gustaba afirmar que “si algo nos salvará será la belleza”.

La muerte de este diseñador, de quien nunca supe nada (ni sobre su matrimonio con Fernanda Pivano, con quien viajó por Estados Unidos, conociendo a los miembros de la beat generation, Allen Ginsberg, Jack Keruac y Gregory Corso; ni mucho menos aún sobre los grupos Alchymia y Memphis), me ha hecho pensar que hay objetos con los que hemos convivido que el tiempo ha acabado convirtiendo en símbolos de nuestra existencia, en material sensible, puesto que representan lo bello y lo útil que nos ha rodeado. Quizás entre ellos figure, ya para siempre, aquella máquina de escribir roja que un día inventó aquel de cuyo nombre no tenía noticia hasta hoy.

Respecto a mí, y pese a que todos los indicios apuntaban a que nunca llegaría a nada, aprendí a teclear, gracias a aquella Olivetti roja, con algo más de soltura, y me hice un hombre... Teniendo en cuenta que nunca pisé Malpensa, bendito seas Ettore Sottsass.
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5 comentarios:

Juan Lázaro dijo...

Recuerdo a ese grupo de jóvenes inquietos de la residencia de San Cugat; yo también estuve allí como estudiante espiritano, luego estuve unos años en África como misionero, más tarde en Amazonas (Brasil, y ahora de párroco en dos pueblos de mi Extremadura. Sigo siendo Misionero Espiritano. Juan Lázaro Sánchez. Puedes visitar nuestra página web: www.espiritanos.es

Fernando Valls dijo...

Me alegro, querido Juan, que sigas con tu vocación, ayudando a los demás. De aquellos jóvenes inquietos puedo decirte que José Manuel es profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona; Juan trabaja en Canal +, en Sevilla; Juan Ramón es profesor en un Instituto de Alicante; Carlos trabaja en la radio, en Madrid; Juan Carlos en la televisión de Palma de Mallorca; y Pedro Pablo y José Luis siguen en el colegio de siempre, como maestros.
Un abrazo

Ernesto Calabuig dijo...

Aunque yo no conocí esa Olivetti Valentine sino modelos posteriores realmente prácticos (aunque más sosos y no tan bonitos y llamativos), el artículo de Fernando me hace recordar que cuando terminé mis estudios de Filosofía en Madrid hacia el 92 o 93 todavía era habitual hacer los trabajos "a máquina", corregir con "Tippex" (papel o líquido) y sustituir aquellos carretes de cinta roja y negra. Lo raro entonces era presentar trabajos "a ordenador" o disponer de uno en casa. Así que la "prehistoria" de las máquinas de escribir es cosa de antesdeayer, como también era habitual entonces buscar cabinas para telefonear y los móviles parecían objetos reservados para el Pentágono o 007. ¡La gente escribía cartas, se acercaba al estanco y a Correos! Nadie pensaba en "e-mails" ni mucho menos en fríos, ultraplanos, desafiantes "e-books".

Anónimo dijo...

Para coleccionistas o simplemente nostalgicos, tengo una Valentine a la venta. Para mas información escribir a shopwindowbcn@hotmail.com

Gracias.

Victor Guerra Garcia dijo...

Hace años pasé de Aranda de Duero en tiempos del Padre Walo en el seno Espiritanos a San Cugat donde estuve una buena temporada, atrás quedaron los amigos Aguilar, Lazaro y otros que el olvido medio me han borrado
Victor Guerra
Blog Masonería Siglo XXI