martes, 1 de enero de 2008

Nochevieja en Berlín

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Restaurantes abiertos, manteniendo sus precios habituales, frío, gente en las calles, sobre todo adolescentes, ruidosos petardos y fuegos artificiales... En eso consiste, en suma, la última noche del año en la capital alemana, Silvester o nuestra noche de San Silvestre. Para los más atrevidos y bulliciosos, aquellos que desean pasarla al raso, envueltos en la multitud, a los berlineses les gusta llevar la botella de cerveza en la mano, apurarla por la calle o en los transportes públicos, lo más recomendable es que se acerquen a la Puerta de Brandeburgo, para desde la Pariser Platz, o la esquina del Hotel Adlon, ver los fuegos artificiales con el decorado de la Puerta y el Tiergarten como fondo.
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En la Fuggerstr., corazón de la zona gay, los travestis desafían las gelidas temperaturas, más ligeros de ropa de lo que la época aconseja, y las leyes de la gravedad, sobre las inverosímiles plataformas que suelen llevar con la misma naturalidad con la que yo me calzo mis sobrios zapatos extraplanos. Pero quizá la actividad mayor se concentra en el trozo de manzana que va del Parque infantil al viodeoclub gay, el Man, del que salen y entran clientes con asiduidad, que van o vienen de los siempre bulliciosos Pinocho y Tabasco, dos bares gemelos, algunos también a la caza de los jovencitos que esperan a los clientes con más cara de tedio que otra cosa.
Los berlineses algo más pacíficos, aquellos que siguen apreciando el placer de la conversación, pueden optar por unas copas de buen vino, al que tan aficionados se muestran los berlineses, y una comida más bien frugal, puesto que no les faltará un buen restaurante, a la luz del tenue alumbrado de unas velas en el que pasar con los amigos una velada que suele concluir con el cambio de año y la traca final, que se alarga durante más de una hora, cuando empiezan a decaer los estallidos y el olor a pólvora...
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En esta ocasión, el año nuevo trae consigo la entrada en vigor de la ley antitabaco. Hasta ahora estaba permitido fumar en casi todos los locales dedicados a la hostelería. Los restaurantes y bares llevan ya algún tiempo recordando a sus clientes que a partir de hoy no está permitido fumar. Aquí no será como en España y me imagino que la ley se cumplirá a rajatabla, aunque sólo sea por lo que de prusiano queda en todo alemán que se precie. A pesar de todo ello, en el metro se prohibió hace tiempo, pero se sigue viendo a gente fumar.

El 2008 nos ha traído también la primera gran nevada del invierno, con algún latoso, especie ésta que no se extingue jamás, rompiendo el silencio gracias a los petardos que le sobraron anoche. Lo que me gusta más del concierto de año nuevo en Viena, además de la melodía añeja de valses y polkas, es el humor y la distensión con que acostumbran a dirigir la orquesta los maestros invitados. El de este año, el veterano francés Georges Prête, uno de los favoritos de Maria Callas, ha estado a la altura que se esperaba con sus alusiones al fútbol, al próximo campeonato de Europa cuya organización compartirán Austria y Suiza. La capital alemana también aparece estos días llena de carteles anunciando conciertos, en iglesias y salas diversas, con motivo de las celebraciones navideñas, aunque ninguno de ellos haya alcanzado la popularidad del que se celebra en la Sala Dorada de la Filarmónica de Viena, ni logre convocar a tantos japoneses.

Me gusta Berlín así, con su disfraz de ciudad blanca.

* Monumento a Federico II el Grande en la Unter den Linden. Al fondo de la avenida se encuentra la Puerta de Brandeburgo. Foto de Gemma Pellicer.

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