domingo, 26 de marzo de 2017

Sobre ´Tuyo es el mañana´, de Pablo Martín Sánchez


BARCELONA, 18 DE MARZO DE 1977

Tras publicar un libro de cuentos, que siento no conocer, el autor planificó una trilogía de la que esta nueva novela es la segunda entrega, tras El anarquista que se llamaba como yo (2012), recibida con buenas críticas. Él mismo ha explicado que ese primer volumen del conjunto estaba dedicado a su nombre, mientras que el segundo transcurre durante su fecha de nacimiento, y el tercero se ocupará de su lugar de origen, el pueblo de Reus, pues al fin y a la postre se trata de tres datos significativos sobre la identidad. Recuérdese, además, que los reusenses -entre burlas y veras- llevan en sus coches una pegatina en la que se lee: “Reus, París y Londres”. En fin, Tuyo es el mañana resulta ser una oblicua autobiografía, en la que el autor parte de la realidad para ir adobándola con ingredientes ficticios.

En la novela se narra lo ocurrido durante las 24 horas del 18 de marzo de 1977, día en que nació el autor. En esa fecha, Franco ya había muerto; unos pocos meses antes, el 24 de enero, se produjo la matanza de los abogados de Atocha; ETA y los GRAPO aterrorizaban a la población; pero aún no se habían celebrado las primeras elecciones democráticas, ni tampoco aprobado la Constitución, aunque en la sociedad española, junto a una cierta incertidumbre, podían advertirse ciertas esperanzas depositadas en un futuro mejor.

El título de la novela proviene de una canción popularizada entonces por el grupo Jarcha, cuya letra decía: “Habla pueblo habla / Tuyo es el mañana”... Fue utilizada por la UCD para convencer a los ciudadanos de que votaran en el Referéndum para la Reforma política del 15 de febrero de 1976, y luego en las primeras elecciones que ganó el partido encabezado por Adolfo Suárez. El título vuelve a aparecer en la última frase de la novela, cuando un narrador en segunda persona exhorta a un recién nacido a que empiece a vivir.

El clásico “Índice” figura ahora rotulado como “Contenido”; la dedicatoria, “A l. m. q. m. p.”, me imagino que va dirigida “A la madre que me parió”, por lo que en ella habla el autor; mientras que en el título se oye la voz del narrador. Por último, por lo que se refiere a los paratextos, la cita en latín de Séneca procede de sus
Epístolas, y en ella nos anticipa que un día puede contener toda una vida.
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La novela tiene seis partes, en donde se parcelan todas las horas del día: Medianoche, Madrugada, Mañana, Mediodía, Tarde y Noche. Y cada uno de estos segmentos se divide, a su vez, en otras seis secuencias que ocupan una determinada fracción de tiempo. Por tanto, la estructura está sometida al paso de las horas, señalado en el “Contenido” con puntillosa precisión. Intercalados entre las partes, aparecen siete breves textos en cursiva, entre ellos los que inician y cierran la novela, aunque estos no aparezcan reflejados en el “Contenido”.

Se nos presenta una sociedad en ebullición, en la que –por ejemplo- se comercia con los recién nacidos y los escolares padecen el acoso de los matones de patio de colegio (los españoles que aprecian poco su idioma lo llaman ahora
bullying). Algo que no solo sigue ocurriendo hoy, sino que también había sucedido en las décadas anteriores, como yo mismo podría atestiguar. Se trata de una narración polifónica, perspectivista, en la que el autor utiliza siete narradores: una niña llamada Clara, que teme la crueldad de sus compañeros, en especial de Pena (nombre simbólico); Carlota, estudiante de periodismo y simpatizante del PSUC, prepara un reportaje sobre recién nacidos robados, mientras mantiene una relación sexual con Gerardo, su profesor, e intenta no desvelar su condición de palmípeda; el citado Gerardo, es chileno, y los recuerdos de las torturas que sufrió en su país le producen pesadillas, pero ahora en Barcelona intenta secuestrar a un empresario, aunque la impericia del grupo que comanda nos recuerde la hilarante película Atraco a las tres; ese empresario sin escrúpulos, ni económicos ni morales que se apellida Raich (quizá no por casualidad), y resulta ser el típico medrador.

Los tres narradores restantes son más singulares, aun cuando su heterodoxia los condicione: Lola (María Dolores Ros de Olano y Figueroa), la madre de Raich, a quien siendo niño le salvó la vida en el incendio en que ella pereció, nos habla desde un retrato oval, pues se trata de una mirona que añora la dictadura y crítica las nuevas costumbres que ha traído consigo la incipiente democracia, de ahí lo adecuado de su punto de vista estático; un galgo de carreras (ni un perro, ni un chucho…), al que llaman Solitario VI o Raqui, que al fin y a la postre resulta ser el personaje más soñador, aunque no le falten por ello instintos depredadores; y un feto, al que veremos nacer, e incluso colear, a quien el narrador omnisciente se dirige en segunda persona, en cursiva.

Uno de los retos de la novela estribaba en singularizar cada una de estas voces narradoras. Estos siete personajes irán transformándose conforme avance el relato, tal y como exige el género narrativo, la novela, aunque la difunta Lola quizá resulte el menos logrado, el más monolítico, dada su condición de difunta. Se trata, en suma, de una obra dialogada donde aflora algún que otro coloquialismo, sin que falten tampoco los catalanismos (que pueden permitirse los personajes, no el narrador), en la que las historias acaban entrelazándose, completando su sentido en colaboración con el lector. Son, pues, fragmentos de vidas, pero lo suficientemente cruciales para que las experiencias narradas adquieran significado.


La novela, en suma, muestra los avatares vitales de una niña inquieta que prefiere la compañía de un galgo con mucho carácter; junto con las andanzas de un profesor/guerrillero patoso; o la suerte de un galgo soñador que encuentra la libertad; además de las pesquisas de una joven que no acaba de comprender a su maduro amante, pero que descubre espantada el comercio humano; sin olvidar las idas y venidas, tanto en sus negocios como en la vida privada, de un turbio empresario; o bien los disgustos de una difunta por los cambios sociales que se han producido en la sociedad, por cómo está el servicio... Por tanto, la narraci
ón  podría leerse como un fresco de la vida española durante el inicio de la Transición, en el que aparece representada la amistad y el sexo, el miedo y la violencia, el clasismo, los abusos y las mentiras, sin distinción de edad, clase social, género o situación.   

Pablo Martín Sánchez forma parte de ese grupo mayoritario de escritores que sin haber vivido la Transición tienen una opinión muy crítica sobre ella, pues dicen sentirse engañados por la visión idílica que les ha llegado de aquellos años. Lo curioso del caso es que algunos de los que la vivimos no tengamos en absoluto esa impresión, pues ni tuvimos la sensación de que fuera idílica, sino muy problemática, ni nos llegó nunca tampoco, ni oralmente ni por escrito, esa versión complaciente. Estaría bien saber de dónde procede.

El autor, que se define como continuador de la tradición literaria, a diferencia de otros miembros de su generación que se alimentan del cine, las series de televisión, la música o los cómics, se presenta además como el único miembro español del OULIPO, seguidor de Perec (
Vid. su tesis doctoral, defendida en el 2012: ), amén de patafísico, con estéticas y maneras literarias distintas, aunque en la práctica, su forma de narrar, al menos en esta novela, me parezca más cercana a la del Nouveau roman. De ser cierto, lo realmente importante, sin embargo, sería que Pablo Martín Sánchez, quizás escarmentado en cabeza ajena, le haya insuflado bastante oxígeno a la escritura leprosa de Robbe-Grillet y compañía.

Sin que su planteamiento estructural resulte del todo novedoso, sí lo es en conjunto; no en vano, nos encontramos ante un autor poco acomodaticio, con un acerado sentido crítico, que sabe dosificar la trama con humor. Él mismo nos ha proporcionado las fuentes en las que ha bebido, pues la presencia del feto procede de Rabos de lagartija, de Marsé, aunque allí sea el nonato quien narre en primera persona; la voz del galgo, de Ánima, de Wajdi Mouaward, a quien nuestro autor tradujo al castellano. Por lo que se refiere a la estructura, no escasean las novelas cuya acción suceda a lo largo de un día; o sea, con el tiempo reducido y un protagonista colectivo. Llegó a ser moda en el mundo occidental, entre la publicación de Manhattan Transfer (1925) y la de La colmena (1951). Y puesto que tanto el mismo autor como algunos de los críticos que ya se han ocupado de su novela han recordado algunos títulos de otras literaturas, voy a centrarme esta vez en algunos españoles: La noria, de Luis Romero; Ronda del Guinardó, de Marsé; La caída de Madrid, de Rafael Chirbes, o El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón. Tampoco escasean las narraciones de vidas cruzadas, ya sea en el cine ya en la literatura, y un ejemplo reciente sería el tándem formado por Carver/Altman en 1993, o el celebérrimo ciclo de cuentos de Alberto Méndez, inspirado, por lo que se refiere a la estructura, en dicha película. Y del interés por la sextina medieval de los oulipianos debe provenir la alternancia y combinación de las voces narrativas. Pero, en fin, lo concluyente es el resultado, que en esta ocasión resulta ser muy satisfactorio, pues el autor se plantea diversos retos, ya nos hemos referido a ellos, de los que logra salir airoso, confirmando a Pablo Martín Sánchez como uno de los nuevos nombres más interesantes de la narrativa española actual.

* Esta reseña apareció publicada en Los diablos azules, suplemento literario de infoLibre,
núm. 53, 24 de febrero del 2017. Puede consultarse también aquí.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Premio de cuentos: jazz y literatura

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La editorial Menoscuarto convoca un premio de cuentos sobre jazz, dotado con 2000 euros. Podéis encontrar más información aquí.
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Miles Davis

                                                              
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sábado, 18 de marzo de 2017

Ioana Gruia: El expediente Albertina

            
OTRAS DICTADURAS
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Con El expediente Albertina, la autora obtuvo el Premio Tiflos, cuyo prestigio lo avala un jurado compuesto por los escritores Luis Mateo Díez y Manuel Longares, y por el crítico Ángel Basanta. La acción de la novela, se compone de 78 breves capítulos, transcurre en Rumanía, y cuenta la historia de cuatro amigas, deteniéndose sobre todo en dos fechas significativas, 1984 y 2004, aunque no falten constantes referencias al pasado. Dos de ellas, Laura y Smaranda, ambas escritoras, han tenido que exiliarse en Orlando y París, mientras que las otras dos, Dana y Victoria, han permanecido en Bucarest, la primera dedicada a la política, en un partido reaccionario, adaptada al nuevo sistema, y la segunda como profesora de universidad y crítica literaria, haciendo malabarismos para sobrevivir. La acción transcurre en la capital rumana, aunque en diversos momentos del relato nos lleve a Nueva York, Roma o Granada, así como al resto de las ciudades citadas. Pero no se trata de una historia meramente deslocalizada, como suele ocurrir con frecuencia en la narrativa española más reciente, que a veces gusta de un cierto exotismo superficial, sino que igual que en la excelente La hija del este (2013), de Clara Usón, se basa en el conocimiento de la materia que trata.

            
El título alude a una de las protagonistas, Laura Aldea, denominada Albertina por su amante, dada su fascinación por Proust, a quien ella le ha dedicado su tesis doctoral, nombre en clave que recibe en los informes de la Securitate. Y aunque se trata de una obra polifónica, pues el narrador en tercera persona cede la voz a los distintos personajes, no es menos cierto que Laura es el epicentro de la trama. Se nos presenta, estamos en 1984, como una mujer atractiva y una poeta reconocida que se gana la vida en la redacción de la revista literaria Arco Iris, vinculada al régimen, como todas las permitidas entonces en el país. Está casada con Adrian, compositor apreciado en los Estados Unidos, donde se le augura un futuro prometedor.
    
El conflicto surge por distintas razones: sus poemas molestan al régimen, ya que cuestionan la imagen idealizada del país que los gobernantes pretenden mostrar; los celos de Dana, compañera de la redacción, pues Laura se ha convertido en amante de su marido, Albert Tomescu; y la envidia de algunos conocidos, a cuyos requerimientos amorosos, ella no corresponde. El caso es que Smaranda y Laura fueron expulsadas del partido por sus compañeros de redacción, a mediados de los años ochenta.
         
La acción arranca, sin embargo, en el 2004, el presente narrativo, en el momento en que ambas escritoras, reinstaurada la democracia en el país, regresan a Rumanía y se reencuentran con sus familiares y amigos. La primera vuelve para conocer su expediente y, además, intentar acabar con el bloqueo creativo que padece; mientras que la segunda desea reencontrase con su antiguo amante (p. 119). A la vez, Gabriela, una joven licenciada, hija de Dana y Albert, decide dedicar su tesis a estudiar la poesía de Laura Aldea, por lo que solicita permiso oficial para consultar su expediente. No en vano, ha llegado la hora en la que todos pueden conocer los informes del régimen comunista, e incluso quién los redactó. Pero mientras que unos prefieren saber la verdad, otros temen toparse con una información que les resulte demasiado dolorosa. 
            

En suma, lo que cuenta esta novela son las conflictivas relaciones que surgen entre un grupo de personas que forman parte de la vida política y cultural de la Rumanía gobernada con mano férrea por Ceaucescu, cuyo régimen cayó en 1989. Lo curioso es que al dictador no se le nombra hasta la página 235, y luego en un par de ocasiones más, en una novela que se acerca a las 300 páginas, aun cuando su figura resulte omnipresente. La narración no solo nos muestra cómo funcionaba la
Securitate, la manera en que componía sus informes falsos, sembrando dudas; y cómo captaba a los delatores, enfrentando a familiares y arruinando vidas; sino que también pone de manifiesto el desmedido afán por el dinero y la corrupción, tanto de aquellos que merodeaban por los alrededores del poder, como de los ciudadanos que se aprovechaban del mercado negro para explotar a sus vecinos. Y en sus aspectos más ridículos, se nos recuerda las peregrinas ideas que los funcionarios del régimen pretendían implantar sobre la literatura (pp. 106 y 111). Se hace hincapié, además, en la represión suplementaria que padecen las mujeres, en la educación machista y pacata (“Sabía de sobra el prestigio carpetovetónico de la procacidad masculina en un país que desbordaba machismo”, p. 23), y en sus frecuentes acosos y represiones sexuales, en las humillaciones que sufre Alina, la joven lesbiana. Aunque me imagino que el narrador se refiriere a una versión rumana de lo carpetovetónico, pues se trata de un concepto típicamente español, que incluso sirvió para denominar un subgénero que cultivó Cela, el apunte carpetovetónico.
            
La novela nos muestra también lo que eran los protagonistas, y sus correspondientes parejas, y en qué han acabado convirtiéndose con el paso del tiempo; las inquietudes profesionales de los jóvenes Gabriela y Dan, brillante matemático, a quien le han concedido una beca en Harvard, hijo de Victoria; o de la actriz Alina, todos ellos miembros de una tercera generación, que a pesar de vivir en mayor libertad ponen sus esperanzas en emigrar. La caída del régimen comunista los obliga a todos ellos a cambiar de vida: unos acaban formando parte de la nueva nomenclatura; otros se adaptan, como hace Vonea, director de la revista en la que trabajaban las protagonistas, al montar dos canales de televisión, en uno de los cuales defiende a un antiguo delator, ahora aspirante a la presidencia del país, con el apoyo oportunista de Dana; mientras que los más íntegros intentan sobrevivir como pueden. 
            
La autora utiliza diversos materiales textuales, en especial fragmentos de informes que aparecen firmados con seudónimo, contribuyendo así a alimentar la intriga, sin que falte un chiste (pp. 178 y 179). A partir del mismo título el lector espera saber qué contiene el informe Albertina (los archivos de la antigua Securitate pueden consultarse desde 1999), quién delató a Laura para minar su reputación y que cayera en desgracia. En suma, en una sociedad podrida no faltaba gente que denunciaba a sus familiares, amigos o vecinos, para salvarse ellos, bien por miedo, por coacciones o simplemente para beneficiarse, haciendo así méritos ante los funcionarios de la dictadura, tal y como también se cuenta en la película La vida de los otros (2007), de Florian Henckel von Donnesmarck. Dichos informes, aunque escritos en serio, en “el lenguaje oficial de madera” (p. 256), solo pueden leerse hoy como si hubieran pretendido cultivar un humor grotesco. El reproche que debo hacerle es que a veces flaquea la lengua, necesitada de un cepillado a fondo, algo que se hubiera evitado con una corrección de estilo.
            
El gran escritor Mircea Cartarescu, en una entrevista que le concedió al periodista de La Vanguardia Xavi Ayén, afirmaba que “Rumanía es un pequeño país latinoamericano que se perdió en medio de Europa”. No parece una mala definición, y rasgos de esa imagen simbólica nos transmite esta novela, que al fin y a la postre trata de la condición humana puesta en una situación límite, de “un país de vigilantes y vigilados” (p. 266), y de cómo algunos individuos fueron capaces de mantener la dignidad en tiempos de miseria, mientras que otros se enfangaban, beneficiándose de la corrupción general de la dictadura, o en los mejores casos permanecían de perfil.
            
* Esta reseña ha aparecido en la revista el El Viejo Topo, núm. 350, marzo del 2017, pp. 77-79.
            
            
     
** Ioana Gruia nació en Bucarest, en 1978, y se afincó en España a los 18 años; donde ha acabado adoptando el castellano como lengua de su obra literararia y ensayística, tras formarse como profesora e investigadora en Literatura Comparada en la Universidad de Granada. Iona Gruia forma parte de esos escritores de identidad múltiple, cada vez más frecuentes entre nosotros, ocurre también en los casos de la narradora Monika Zgustová y de la poeta Corina Oproae, por solo citar a autores nacidos en el antiguo Este que utilizan el catalán o el castellano en sus obras. Su vinculación con la cultura y la literatura rumana la ha acercado, sobre todo, a la obra de Norman Manea, de quien ha sido su mayor valedor en España, junto a Antonio Muñoz Molina.
          

lunes, 13 de marzo de 2017

Homenaje a Luisa Valenzuela en Buenos Aires

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El miércoles, 15 de marzo, hay mucho para celebrar:
– La Sociedad Argentina de Escritores le otorgará a Luisa Valenzuela el Gran Premio de Honor 2016.
– La autora inaugurará este año la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y anticipará su discurso de apertura.
– El Fondo de Cultura Económica ha reeditado su Novela negra con argentinos, y la presentará junto a Silvia Hopenhayn, Miguel Gaya y la actriz María Emilia Franchignoni.
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jueves, 9 de marzo de 2017

Vila-Matas en el Collège de France

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Enrique Vila-Matas, el más francés de los escritores españoles, acaba de publicar en Seix Barral su nueva novela, titulada Mac y su contratiempo, pero mientras la leemos nos enteramos de que el próximo día 24 hablará en el Collège de France, acompañado por la artista de origen español Dominique González-Foerster, quien debería acentuar su primer apellido.  
Creo que esa noticia, por sí sola, era razón suficiente para acabar con mi pereza y volver a activar el blog. 


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