Con todos ellos comparto, además, la práctica del periodismo cultural. Carmen Rodríguez Santos, profesora en la Universidad Antonio de Nebrija, y redactora en el suplemento cultural ABCD, explicó lo que es un blog, sus posibilidades, virtudes y carencias, mientras que los demás hablamos de nuestra propia bitácora, de sus peculiaridades, ya que las tres son bastante distintas. La de José Andrés Rojo, quien ahora trabaja en la sección de Opinión de El País, aunque había sido responsable de Babelia, se llama El rincón del distraído, y forma parte de la edición digital de su periódico. Sus entradas van a palo seco, sin ilustraciones, son siempre breves y están trabajadas y bien escritas. Para el que le interese la cultura, resulta una referencia imprescindible. Antón Castro, responsable del suplemento cultural del Heraldo y director del programa Borradores, de la televisión aragonesa, ha llegado con el blog que lleva su nombre al millón de visitantes, por lo que debe de ser una de las bitácoras culturales españolas más visitadas. Nos contó que su página fue un regalo del escritor aragonés Mariano Gistaín y leyó una carta agresiva de uno de sus visitantes, quejoso porque no le había prestado la atención que merecía a un libro cuyo autor y título he olvidado. Pero en el blog de Antón Castro, el Bueno, es lo que me gusta de él, impera la cordialidad y la generosidad por encima de todo, sin que falte algún garrotazo a quien se lo merezca, al tiempo que conviven en armonía lo aragonés y lo universal, las fotos extraordinarias y los cuadros de pintores locales, las crónicas de los partidos de fútbol que juegan sus hijos, con el Garrapinillos, sin olvidar la literatura de creación, inédita o publicada, de sus numerosos invitados.
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Pero lo mejor de este encuentro se produjo -suele pasar- fuera del escenario. En este caso en las conversaciones que mantuve, yendo y viniendo del aeropuerto de Alicante, primero con José Andrés Rojo, sobre el periodismo y los suplementos culturales y, ya luego, con un joven taxista ucraniano, que quería seguir siendo ruso. Me contó Alexei que llegó a España de manera ilegal sin saber una palabra de español; que fue explotado por los empresarios de la fruta, si bien tras obtener el permiso de residencia pudo disfrutar de un trabajo digno; que se había echado una novia española y no deseaba volver a su país. Sobre lo que hablé con Rojo no pienso soltar prenda, pero sí diré que me sentí cómodo con su sinceridad y su manera inteligente de explicar lo complejo.
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Tampoco tuvo desperdicio nuestra cena. En ella cada uno echó su cuarto a espadas por este o aquel escritor o por la fortuna de algunos de los premios literarios que se avecinaban. En casi ningún asunto, de los muchos que tratamos, nos pusimos de acuerdo, ni falta que hacía (bueno, en uno sí, en el desastre sin remedio en que se ha convertido la enseñanaza en España), pero siempre da gusto oír a gente que sabe de lo que habla, cuando en la vida pública es cada vez menos frecuente. Después, siguiendo una pequeña tradición, y con la esperanza de bajar la cena, Antón y yo callejeamos un rato por la noche murciana, topándonos con infinidad de lolitas que, por lo visto, habían empezado ya, en jueves, el fin de semana.
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A la mañana siguiente, durante las pocas horas de que disponía antes de coger el avión de regreso, acompañado por mi buen amigo Ramón Jiménez Madrid, me aprovisioné de libros y fuimos juntos a visitar la excelente exposición dedicada a Floridablanca y la ilustración española, cuyo catálogo -guinda de esta suculenta tarta- nos regalaron.
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Los blogueros de Murcia no nos acompañaron esta vez, quizá porque andaban persiguiendo lolitas, con la excepción del joven escritor Gonzalo Gómez Montoro, cuyo blog, Aguas de cenizas, recomiendo. En fin, ya se sabe que Dios le da pan a quien no tiene dientes... Creo que pocas veces he llegado a aprovechar tanto las 24 horas del día.
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