lunes, 12 de mayo de 2008

Más sobre la destrucción y quema de libros, por Julia Uceda

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El papel arde a 451º Fahrenheit. Los quemadores de libros no son ignorantes: conocen el valor testimonial de la palabra. Vladimir Nabokov, profesor en las universidades de Standford y Harvard, quemó el Quijote en el Memorial Hall ante más de 600 alumnos y Martin Heidegger dio libros de Edmund Husserl a sus estudiantes para que los quemaran en 1933.
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La destrucción de material escrito (tablillas, papiros, pergaminos, papel) no es nueva (los manuscritos de la Divina Comedia, de Dante, fueron quemados en París en 1324), pero en la que fuera cultísima Europa posterior a la primera Guerra Mundial, el 10 de mayo de 1933 tuvo lugar el acto más siniestro. Cerca de 40.000 personas se dieron cita esa noche en el Opernplatz de Berlín para escuchar al ministro de la Ilustración del Pueblo y de Propaganda Joseph Goebbels: `Estas llamas -dijo- no sólo simbolizan el final de los viejos tiempos, sino también el principio de una nueva era´. Aquel día ardieron libros de Herman Broch, Albert Einstein, Sigmund Freud, Henrich Heine, Ernest Hemingway, Franz Kafka, Lenin, Jack London, Thomas Mann, Marcel Proust, Erich María Remarque y Emile Zola, entre muchos otros. Quemaron libros por donde pasaron: en la Biblioteca Nacional de Varsovia, 700.000, y en la Militar, 350.000. A veces eran incunables o ediciones que jamás podrían ser reemplazadas. En nuestro presente inmediato, ha ocurrido también en la Biblioteca de Bagdad: las primeras estimaciones calculan un millón de libros destruidos; entre ellos, obras irrecuperables como la de Avicena, referencia obligada para todo estudioso de la Medicina durante la Edad Media europea.

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En España también ardió la palabra. Justino Sinova y Juan Bardavío, en Todo Franco: franquismo y antifranquismo de la A a la Z (Plaza y Janés, 2000), recogen que el 30 de abril de 1939, en la Universidad Central, en un `auto de fe´ se sacrificaron obras de los `enemigos de España´ (Sabino Arana, Gorki, Lamartine, Freud, Marx, Rousseau, Voltaire y escritores liberales y modernistas). Negando a los poetas, ensayistas, novelistas y pensadores de lo que llamaban un mundo a la deriva, el periódico Arriba del 2 de mayo se congratulaba de que hombres jóvenes hubiesen quemado aquellos libros sin un gesto de aflicción.

* Fragmento tomado de "Fingiendo no ver nada", Revista de Occidente, 302-303, julio y agosto del 2006, pp. 125-139. El título del artículo, me recuerda la autora, está tomado de la canción de Bob Dylan, "Flotando en el viento": ¿Cuántas veces puede un hombre volver la cabeza fingiendo no ver nada? .....

* Claudio Bravo, "Calaveras", 1990.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

También ardieron unos cuantos libros religiosos en España. Y curas. Porque, para Santo Inquisidor, ninguno tan hábil y tan sediento de llamas como los muchos sicarios republicanos que se dedicaron a quemar iglesias, conventos, curas o aquellos que, en el colmo de la amabilidad y el respeto democrático, perdonaron la vida a algunas monjitas y se conformaron con violarlas y cortarles los pechos.

¿Por qué nunca se habla de eso?

Un saludo,
Rafael.

Anónimo dijo...

Ah, y hay testimonios, tanto escritos como gráficos, que así lo atestiguan. No sea que alguien se anticipe y diga: ¡¡"ESO ES MENTIRA"!! o, quién sabe, piense por lo bajo algo peor: "es que se lo merecían".

R. Hurtado.

Fernando Valls dijo...

Rafael, no has acabado de salir de una batalla, mal parado, cuando ya inicias la siguiente, de la que no vas a salir mejor.
Te recuerdo que durante cuarenta años no se ha recordado otra cosa en España que la historia de los vencedores, de esas víctimas religiosas y de la violencia republicana. De la violencia y del horror que trajo el franquismo no se podía hablar porque lo impedía la censura. Es más, hoy, los señores Pío Moa y César Vidal, llamarles historiadores sería faltar a la verdad, siguen repitiendo la historia que nos contó Joaquín Arrarás, recién acabada la guerra.
Lo que no se había contado, y seguimos sin saber del todo (al menos no se ha aceptado ofialmente), es la historia de los vencidos, de los republicanos. Primero, porque lo impedieron los franquistas; y, después, porque los socialistas, cuando estuvieron en el poder, no lo estimaron prudente ni oportuno.

Anónimo dijo...

No sé, Fernando, a qué "batalla" te refieres. Ni que estuviéramos en guerra. ¿Por qué iba a salir peor que "mal parado" por dar mi opinión en tu blog?

En cuanto a lo que apuntas de los socialistas, muchos de ellos no deberían hablar, pues son herederos directos del franquismo. Así como aquellos que se llenaron los bolsillos en nombre de la democracia, pero que la censuraron sin reservas cuando ejercían de buenos franquistas. La verdad es que en este asunto muy pocos tienen las manos limpias: ni los de antes, ni los de ahora. Y mucho menos los que ahora ejercen de republicanos e independentistas.

De todas formas, Fernando, voy a hacerte caso: abandono. Hoy en día es imposible hablar de política sin que te terminen escupiendo a la cara. Por eso tengo esas dos reglas: ni política ni economía. A mí me gusta charlar, quizá me ponga demasiado la polémica, pero no quiero llegar a mayores. Es curioso: sólo he conocido a unas pocas personas con las que se pueda hablar de todo. Suelen ser los apaleados. Esos que da igual dónde se encuentren: siempre les cae algún bofetón. No sé por qué, pero es así. Es malo ir a contracorriente. Es mejor callar. Así nos luce.

Hasta otra, Fernando.

Rafael.

Anónimo dijo...

Aquí no se habló de quemar personas sino libros, pero ya que alguno lo menciona, recuerden a Juana de Arco, por salir de nuestras fronteras y, dentro de ellas, los Autos de Fe de la Inquisición.
En cuanto a quemar iglesias o destruirlas, es lo mismo, pueden darse un paseo por los territorios donde hubo mezquitas o sinagogas y contemplen los hermosos templos cristianos construidos encima. Los otros quedaron debajo.
El crimen, en libro o en persona, lo cometa quien lo cometa, es una vergüenza para la humanidad. Hanna Arendt, alemana, judía y filósofa, dijo que no se avergonzaba de ser alemana sino de ser un ser humano. Éste es el único punto posible de coincidencia para sentirnos limpios ya que no inocentes.