martes, 6 de mayo de 2008

Los Espectros de Magda Puyo

La versión que Magda Puyo ha hecho de Espectros es un ejemplo de cómo no debería tratarse nunca a los clásicos. Ibsen escribió esta obra en Italia a lo largo de 1881, se editó en Copenhague (se tiraron nada menos que 10.000 ejemplares), estrenándose en 1882 en Chicago, en su lengua original, para los emigrantes escandinavos. Fue la primera pieza del autor representada en América. Varios teatros nórdicos la rechazaron, entre ellos los más importantes, como el Dramaten, de Estocolmo. En Noruega se estrenó en 1883 y fue muy bien acogida por la crítica. Pero, en general, fue considerada una pieza disoluta y revolucionaria, y produjo un gran escándalo porque ponía de manifiesto los prejucios y la doble moral burguesa, con la complicidad de la iglesia. Su obra anterior, Casa de muñecas, también había generado bastante alboroto. Muchos de aquellos ejemplares fueron devueltos por los libreros, avengonzados de tener la obra. Así, no se reimprimió hasta 1894. Hoy, la incomodidad sigue, pero ahora por la alegría con que Carles Mallol y Magda Puyo se toman la pieza del autor noruego.


En Espectros se cuenta el drama de los Alving, una realidad, más bien folletinesca, en la que la realidad parece imitar a la ficción entonces de moda. Una mujer (Elena) que se ha casado sin estar enamorada con un hombre promiscuo y tarambana (tiene una hija con la criada), con sífilis, enfermedad incurable entonces. Se la trasmite a su único hijo (Oswald), quien abandona la casa familiar para estudiar pintura en París, moviéndose en los ambientes de la bohemia. Pero cuando el joven descubre el mal heredado, ya muerto el padre, a quien el joven había idealizado, regresa con la madre, a su ciudad natal. Oswald se enamora entonces de la joven Regina, acogida en la casa, que resulta ser su hermanastra. Así, vamos descubriendo los engaños, las ocultaciones, y surge la tragedia, los enfrentamientos entre los personajes: Elena y Oswald con el abogado de la familia; la madre con el hijo, y éste, a su vez, con Regina. La mujer que hubiera podido salvarlo, según el joven artista, cuando se descubre su grave enfermedad, decide abandonarlo, vivir su vida, sin problemas.
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La versión catalana que se representa en el Teatro Romea consiste en modernizar esos conflictos, convirtiendo al hijo sifilítico en drogadicto; a la timida hermanastra en una lolita; la relación entre la madre y el hijo en incestuosa; y al pastor calvinista Manders en abogado y asesor financiero. En fin, una absurda manipulación de la obra de Ibsen, que ni la actualiza, ni mucho menos la mejora, sino que más bien, la vulgariza, como ha denunciado la crítica, con rara unanimidad. Lo sorprendente es que se presuponga que no pueda interesarnos un conflicto ocurrido hace un siglo presentado tal como sucedió, que sólo pueda captar nuestro interés el presente. De ser así, cosa que no creo, por qué montar entonces a un clásico. Pero quizá lo peor de todo sea que el público se traga lo que le echen, sin rechistar, sin darse cuenta de que le están dando gato por liebre, por lo que el papel de la crítica se vuelve fundamental. Quizá esto ocurra porque, desde hace un tiempo, una parte del público sólo asiste al teatro para ver en directo a los actores de sus series favoritas en televisión.


Por si todo ello fuera poco, hay que añadirle la descontrolada interpretación de Emma Vilarasau en el papel protagonista, basada en una hiperactividad histriónica. Va camino de convertirse en otra actriz anulada por los vicios que se adquieren en la televisión. Así, sobresale Jordi Boixaderas, como Manders, puesto que tampoco se luce Mingo Ràfols, en el antipático papel del carpintero Jakob Egstrand, siempre a la caza de los resquicios que le dejan los señores para aprovecharse de ellos.
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Guardo mejor recuerdo del montaje de Francesc Nel.lo, en 1988, con Àngels Poch en el papel estelar de la señora Alving. Visto lo visto, no cabe más remedio que decir que, en esta ocasión, Ibsen sólo es una excusa para desbarrar.

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