lunes, 26 de octubre de 2009

DAVID LAGMANOVICH, 1

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"Alfabeto"
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Desde que lo conocí —hace ya tantos años— el alfabeto se me apareció como un desfile de soldaditos, listos para empuñar sus armas contra mí. Sobre todo cuando se trataba de un alfabeto compuesto en letras mayúsculas: la A con su pretensión de cúspide, la B y sus redondeces engañadoras, la C y la G como bocas siempre dispuestas a cerrarse con un rechinar de dientes. Ahora, en mi vejez, lo sigo mirando, si no con terror, al menos con desconfianza. He transitado muchos de sus caminos sin mayor contratiempo. Pero a una distancia cada vez menor se yergue la figura de la X, la marca del tesoro pero también la del crimen: la letra que me hipnotiza con su terrible ambigüedad.
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"El doble"
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Me aseguraron que en Amaicha del Valle vivía un hombre que era idéntico a mí: igual en edad, en estatura, en el color del pelo y de los ojos, en la piel quizá demasiado blanca que no resistía bien los rayos solares; igual en la manera de caminar, en los hábitos de sueño y hasta en la forma de relacionarse con la gente. Lo único en que diferíamos eran las ocupaciones, pero está claro que Amaicha no es un lugar demasiado propicio para tareas universitarias. “Un doble tuyo”, me dijo alguien, “que no tiene más remedio que dedicarse al cultivo de la soja y el arándano”. La situación me pareció curiosa y me hice el propósito de viajar a los valles para ver por mí mismo al presunto mellizo: “tu idéntico, como una gota de agua a la otra”, había dicho Margarita, mi prima política. Pero lo fui dejando pasar. El otro seguramente compartía mi actitud, ya que nunca venía a la ciudad y en consecuencia no podía llegar a conocerme.
Eso siguió así hasta hace muy poco. Ya era después de medianoche cuando golpearon reciamente a mi puerta; pensé entonces que quien llamaba no conocería el uso del timbre. Pregunté quién era y mi propia voz me contestó desde el otro lado de la puerta: “He venido de Amaicha para conocerte”. Sentí un miedo horrible y, en lugar de abrir, eché un cerrojo más a la puerta y corrí a asegurar las ventanas. Pero no hubo insistencia alguna; el visitante nocturno se había marchado, como en una situación similar lo habría hecho yo.
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"El tranvía"
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El tío Cosme (así lo llamaban aunque no se le conociera ningún sobrino) estaba sentado pacíficamente en un banco del parque, sobre la acera que da a la avenida. Un grupo de muchachos pasaba por el lugar, hablando a gritos y reproduciendo canciones estrepitosas. Al ver a Cosme, uno de ellos le preguntó que estaba haciendo allí. “Esperando el tranvía”, contestó el viejo.
—Pero, tío Cosme —dijo su interlocutor—. ¡Si ya no hay tranvías! Hace muchos años que los suprimieron. Quedaron los rieles, incrustados en el pavimento, pero los tranvías de su juventud desaparecieron.
—No importa —dijo el tío Cosme.
A lo lejos, en la dirección del cerro, se escuchaba la campana del tranvía, acercándose cada vez más.
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* El escritor argentino David Lagmanovich (Nicolás Bruzzone, Córdoba, Argentina, 1927) ha cultivado la poesía, el ensayo y el microrrelato. En este último género es autor de La hormiga escritora (2004), Casi el silencio (2005), Menos de cien (2007), Las intrusas (2007) y Los cuatro elementos (Menoscuarto, Palencia, 2007). Su último libro es Historias del Mandamás y otros relatos (2009). También en Menoscuarto han aparecido dos libros imprescindibles para todos los interesados en el género: La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (2005) y El microrrelato. Teoría e historia (2006). Es autor, además, junto a Laura Pollastri, de la antología Microrrelatos argentinos (Universidad Nacional del Comahue, General Roca, 2006). Estos microrrelatos son inéditos.
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* Los cuadros son de Robert Llimós.
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2 comentarios:

Laura Nicastro dijo...

Maravillosos los tres textos de David Lagmanovich. ("El doble" ¡imperdible!). DL: lo hemos extrañado en Rosario. Un abrazo, Laura

Hiperbreves S.A. dijo...

Buenísimos los tres. Todo un maestro, sin duda.

Fernando, tu blog es como el cofre del tesoro. Muchas gracias.