jueves, 1 de marzo de 2012

Autorretrato de GONZALO CALCEDO

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La ficción empieza por uno mismo, así que este autorretrato probablemente falte a la verdad. Hollamos la ciénaga del “basado en hechos reales”. Dicho esto, empecemos por un dato accesorio: mido (medía, imagino), uno ochenta, lo cual, en mi alicaída adolescencia, era un estorbo. Un carácter menos reservado hubiera sacado partido de esta talla; yo, en cambio, desarrollé una tosca técnica aprendida de las tortugas. Encoger cabeza y extremidades para pasar desapercibido. Aún hoy sigo profundizando en una disciplina en la que se doctoran los vergonzosos por naturaleza. Queramos o no, somos el resultado de esa edad. Sin saberlo, fabricamos un molde que luego nos vemos obligados a habitar. Cualquier psicólogo, dicen, podría elaborar una horma sin tantos defectos. Hasta podría elegirse modelo. Ya no me interesa. Me he adaptado a mis carencias y a pesar de lo que traslucen mis libros, habito una magullada felicidad.
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Continuando con la ficción, un comentario a la fotografía: no sólo es veleidosamente añeja (unos pocos años, no me gusta exagerar), sino que elude la literatura. Es una instantánea casual, en exteriores. No falta un buen cielo de nordeste y hay mástiles y jarcias de labor. Me gusta porque deja adivinar el viento y tolera al personaje. En la cubierta de un barco soy más real que tras una mesa, micrófono en mano, somatizando manías de escritor. Como si la literatura hubiese concluido con London, Stevenson, Conrad y Melville. No hubiera sido un mal final, reconozcámoslo. Aunque también hay cabida en mi arrugado gesto para Chichester, Tabarly o Moitessier, peores escritores, pero serios navegantes.
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Ojalá presentaciones, charlas y coloquios discurrieran al aire libre y no en la acartonada seriedad de un teatrillo solemne. Debería variarse el paisaje del entendimiento entre público y escritor: la distancia entre ambos no es tan grande como muchos suponen. Resistirme a esa ley no escrita de la presencia pública, sin embargo, me ha traído consecuencias. No está bien visto ser un holgazán mediático. Incluso en el encogido mundo de lo breve, hay necesidades que cubrir y yo, lo acepto, nunca he sido el primero de la clase.
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Tampoco lo fui en mis andanzas académicas, un dato que, a estas alturas, no eludo comentar. Encajaría pues en el manoseado gremio de los autodidactas. Un escritor hecho leyendo a otros autores y escribiendo sin pausa en máquinas monumento a mis mayores: Adler, Royal, Corona, Remington, Underwood, Erika… Más de una veintena, una negra y vetusta escudería a la que un triste portátil rinde homenaje emulando la verdad de su sonido mediante un truco digital del teclado. Otra invención más.
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He estudiado poco y escrito una docena larga de libros. Domina el relato. Juntos probablemente sean una novela, así que mi imagen de cuentista debería quedar en cuarentena. Fiarse de los escritores conlleva riesgos. Pese a ello, soy franco escribiendo historias de pocas hojas, fragmentos que explican lo que uno siente cuando pisa un arcén si el coche se avería o contempla una película con cuatro espectadores por compañía. Para qué negarlo, las playas son más hermosas en invierno, las terrazas más nítidas lavadas por la lluvia y las personas, en general, menos almidonadas en soledad.
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Releo lo anterior y qué poco queda de la armadura de un buen cuento en lo escrito. Pido disculpas por las posibles decepciones. La vida no es una suma de cuadernillos encolados a un lomo, con un título a modo de resumen. La numeración de las páginas, supongo, le restaría todo el encanto.
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* Gonzalo Calcedo es autor de una novela, La pesca con mosca (2003), y diversos libros de cuentos, el último es El prisionero de la avenida Lexington (Menoscuarto, 2010), con los que ha ganado, entre otros, el Premio NH, que lo han convertido en uno de los mejores cultivadores de la narrativa breve y en un autor de referencia para los autores de relatos posteriores. Este autorretrato es inédito. 
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* La foto del autor es de Ana Perojo, y el autorretrato, del pintor Daniel Quintero.
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9 comentarios:

Araceli Esteves dijo...

Pues con un autorretrato como éste, será difícil no correr a comprar uno de tus libros.
Conmigo has ganado una lectora, Gonzalo. Gracias, Fernando.

El último lector dijo...

Tengo que agradecer a Gonzalo muchos ratos de buena lectura cuentística, y que nos convirtiera a mí y a mi hermano José Manuel en personajes de ficción en el cuento "El villano de la historia". Un abrazo fuerte si lees esto, Gonzalo.
Y un agradecimiento para Fernando, por este blog y por algunas clases que tuve el placer de escuchar hace ya años.

Francesc Nadal

Jesús dijo...

"Debería variarse el paisaje del entendimiento entre público y escritor: la distancia entre ambos no es tan grande como muchos suponen." No lo digo yo...

AGUS dijo...

Me parece un retrato muy cercano. Tengo la impresión - supongo que errónea - que se aproxima más al lector que a sí mismo. Subyuga la prosa, el tono, y esa "magullada felicidad".

Un placer leer a Gonzalo, gracias Fernando.

Abrazos.

Arte Pun dijo...

Me ha encantado el autorretrato, y cómo desgrana los peldaños que conducen hasta él mismo. Aprecio el humor, la ironía, la desnudez del pensamiento, su autocrítica antes de cualquier otra.
Destacaría, como ya ha comentado Jesús, la frase de que la distancia entre público y escritor no es tan grande como muchos suponen.
Y sí, me ha encantado la referencia a Chichester, Tabarly y Moitessier...

Gracias por el relato. Te seguiré leyendo.
Gracias Fernando.
Saludos.

David Pérez Vega dijo...

Hola Fernando:

Leí el año pasado "El prisionerio de la avenida Lexintong" y Calcedo me sorprendió muy gratamente.

saludos

Sandra-colchones viscoelásticos dijo...

La versión de uno mismo contada por un artista, da gusto leer cuando te engancha y necesitas terminarlo.

Pedro Herrero dijo...

De Gonzalo Calcedo sólo conozco su "Temporada de huracanes" en Menoscuarto. Un libro de relatos que me ha dejado con ganas de seguir leyendo más cosas suyas y degustarlo a conciencia.

Anónimo dijo...

Gracias a todos por vuestro tiempo. Y gracias a ti, Francesc, por aquella lejana visita que lo explicaba todo. No me olvido.

Gonzalo