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La ciudad de Berlín ha sido premiada con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en el vigésimo aniversario de la caída del Muro, que dividió la ciudad durante veintiocho años, en homenaje a los que "lucharon de forma directa" por superar la separación. Sin duda a las arcas de la ciudad pobre, pero sexy, en palabras de su alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit, le vendrá muy bien la dotación del premio para tapar algún pequeño agujero. Pero, sea como fuere, el caso es que dos décadas después, siguen persistiendo ciertas diferencias como el hecho, por ejemplo, de que los maestros que trabajan en el antiguo este ganen hoy en día menos que los que ejercen en el oeste. Con todo, cada vez resulta más difícil distinguir un territorio del otro, e incluso algunos barrios del este, como el de Prenzlauerberg, se han convertido en zonas de moda, donde se instalan a vivir los jóvenes de profesiones bien remuneradas. Así las cosas, lo más sorprendente es que la noticia haya coincidido con la desclasificación de los documentos del Foreign Office, por los que nos enteramos de que tanto Margaret Thatcher como Mitterrand, agua y aceite, derecha recalcitrante e izquierda despistada, andaban por entonces muy preocupados por la reunificación alemana. Temían que, una Alemania fuerte, volviera a repetir los delirios expansionista del III Reich que llevaron a la II Guerra Mundial. En fin, los políticos, aquí y allá, poseen un pesquis, una vista que -como decíamos de niños- el Señor se la conserve, pero que no se la disminuya...
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