lunes, 15 de julio de 2013

Los cuentos de José Hierro

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Atención: un cuentista
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Hasta la aparición de este volumen (Cuentos reunidos, Universidad Popular, San Sebastián de los Reyes, Madrid, 2012. Prólogo de Santos Sanz Villanueva), apenas sabíamos nada de los cuentos de José Hierro, y ello a pesar de que entre 1941 y 1963 hubiera escrito o publicado diecisiete narraciones, y luego una más, siete de las cuales permanecían inéditas. Por tanto, sorprende su ausencia en todas las antologías que se editaron a lo largo de la postguerra, pues ni siquiera aparece en la de Francisco García Pavón.
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Buena prueba del interés que Hierro mostró siempre por la narrativa es que en una entrevista realizada en 1981, tras diversos alegatos en favor de la novela, afirmara que lo mejor que había escrito fuera el cuento “Quince días de vacaciones”, opinión difícil de compartir. A su manera, Hierro fue un narrador realista (aunque no falten en sus relatos diálogos absurdos, espacios simbólicos, escenas grotescas o alegatos en pro de la fantasía), y aun cuando no guarde semejanza con los narradores de las dos primeras décadas de postguerra, debió de sentirse más cerca de los neorrealistas por su cuidada prosa y su manera a veces oblicua de encarar la realidad. De hecho, sus mejores relatos los escribe en los 50. Unos cuantos parecen esconder un significativo componente autobiográfico, según se observa en “Ciudad lineal”, sobre todo por la presencia y los efectos de la guerra civil, como se aprecia en “Quince días de vacaciones”. E incluso en “Parábola del viejo, el sol y la gaviota” alguno de sus baqueteados personajes que han pasado por la cárcel, sorprendentemente la añoran, quizá porque en la calle estaban peor si cabe. Y aunque sus historias nunca tengan un componente estrictamente político, sí nos muestran situaciones que los censores no hubieran tolerado, tal como sucede en  “Intimidad de ayer”. Acaso por ello el autor descartara recogerlos en un volumen.
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Las narraciones, que a veces recurren al desenlace sorprendente (“El teniente coronel o quien mal anda mal acaba”), a menudo se valen del planteamiento clásico y de tipos inamovibles. Al igual que en su obra lírica, aquí encontramos, junto a componentes documentales, ciertos ribetes poéticos, aunque en distinta proporción en cada caso (“El rival” se halla más cerca del testimonio que de la mera ficción), adoptando a veces las hechuras del refrán, de los “cuentecillos románticos” o de la parábola. Así ocurre tanto en “Fresas de Aranjuez” como en “El parque”. Este último cuento, uno de los mejores del conjunto, transcurre en un simbólico parque cuidado por un jardinero que, en “un instante irreal”, lo encuentra cambiado; no en vano durante la noche anterior ha habido una guerra. El resultado: han desaparecido  árboles, estatuas y fuentes; al tiempo que surgían cráteres en la tierra, cuerpos mutilados, armas ensangrentadas y jirones de banderas... Entre los despojos halla dos cuerpos aparentemente intactos que entierra juntos, con sus correspondientes banderas. Pero al llegar el amanecer, acuden al lugar partidarios de ambos bandos, quienes se dirigen a sus difuntos empleando las mismas palabras. Al fin, unos niños descubren entre risas que el jardinero había trastocado las banderas. Y sin embargo, el protagonista se siente satisfecho porque así “estos hombres han rezado al muerto que no querían. Gracias a él una indescifrable armonía ha sido creada”. El relato cuestiona de manera simbólica el sentido de la guerra entre españoles, y puesto que el texto se publica en 1958, podemos pensar que el autor apoyaba la política de reconciliación nacional que el PCE defendía desde 1956.     
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Los cuentos de Hierro muestran los avatares de la vida cotidiana, a la que el autor concede suma importancia, aunque siempre acabe surgiendo el conflicto, debido a la desconfianza, la ambición o el dinero, según puede observarse en “La esfinge”. Así, su literatura transmite la inutilidad de la rebeldía, ya que los personajes nunca alcanzan sus aspiraciones. Y aunque el conjunto resulte desigual, también destacaría “El obstinado”, una especie de poética en defensa de la imaginación, cercano en el tono a los relatos que componen Los niños tontos, de Ana María Matute. En él se cuenta la historia de una venganza, la que lleva a cabo el ángel que protege a los niños de los señores obstinados incapaces de entender los juegos infantiles, el mundo plagado de fantasía de los hijos.  
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Confío en que, a partir de ahora, primero los lectores, pero también los estudiosos de la narrativa breve y los de la obra de Hierro tengan en cuenta estas notables narraciones que habría que comparar con su poesía, pues no sería extraño que compartieran formas expresivas, fraseos e inquietudes vitales. La aparición de este libro debería convertirse en un acontecimiento literario, al situar a un poeta canónico entre los narradores significativos de los años cincuenta, allá cuando el cuento español vivía una época de esplendor.
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* Esta reseña apareció publicada en Babelia, suplemento cultural del diario El País, el 13 de julio del 2013. 
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1 comentario:

Isabel Martínez Barquero dijo...

Conozco su magnífica poesía, así que será cuestión de descubrir a José Hierro en su faceta de escritor de prosa.
Gracias, Fernando.
Un abrazo.