Una
tranquilidad de fin del mundo.
Un silencio de
fin del mundo.
Desde el
jardín, la pared de la casa está fresca de día y caliente de noche.
Las polillas
vienen a la luz como los curiosos a un accidente.
La luna
amarilla se escapa mientras en Caniac tres farolas aguantan la noche sin molestar
a los dos millones de estrellas.
Como cabezas
mal rasuradas, las colinas de Lot lucen cuadros verdes y aristas de árboles
oscuros, llenos de arañas, de polillas, de verde, marrón, negro, la luna.
En lo profundo
del valle no está el río, sino más valle, carreteras que te llevan a cualquier
sitio en nueve kilómetros. Cahors 9 km. Padirac 9 km. Rocamadour 9 km.
Hay un
murciélago. Un murciélago que hace piruetas porque sabe vivir esta felicidad
tan presente. Esta felicidad que se te escapa de las manos cuando miras al
frente y sabes que te vas muriendo, que un día menos, que una botella de Luis Cañas y tocino a la brasa y que
sólo para recordar. Rocamadour, no
están los críos con madame Irène,
están ahí, en los columpios, creciendo a un ritmo de tres por cuatro. Ahora no
rozan sus pies el suelo, ahora quieren dinero para salir a cenar, ahora me
dicen viejo y me quitan el carnet.
Y nadie
esconde las manos como hacen algunos animales malignos, porque todo aquí es
manos al aire, manos sucias, manos de tierra y bichos; de tocino y galleta con
leche. Y yo me voy muriendo en un futuro tan cercano que ni siquiera sé cómo me
veo ahora aquí, tan yo, tan de ellos.
Fumar ayuda a
tocar suelo. La ceniza, el cenicero, la rutina de chupar y soplar. Me muero a
pocos. Sí. A muy pocos, pero me muero igual, y no importa, porque tenía. Tenía
que morirme, era el pacto, la embarcada, la chama.
Pero cuando llegue –y ni pucho, ni Luis Cañas, ni la madre– levantaré una
cabeza calva de oruga y gritaré con una voz rasposa de hombre con barba.
Gritaré qué carajo, que cómo me reí, que cómo la viví, que como los pelos de
punta a la orilla derecha del río con Rocamadour
grande y loco a mi izquierda, trepándole la panza al cielo en un abismo de
buitres y ventanas locas.
Carajo que la
viví.
Y yo le diré,
hermano, consígame dos Montecristos
rubios y recios como la pierna de una señora, que me voy a fumar la vida, aquí,
con el viejo, en Rocha, en
Montevideo, qué sé yo. Pero tal vez eso está por cumplir.
Y esto no.
Esto ya.
Esto sí.
Cahors. Pont Valentré |
Caniac-du-Causse. Luna |
En Sainte Catherine. La Bastide-Murat |
Jardines secretos de Rocamadour |
La Maison de Lompech |
Rocamadour |
Rocamadour |
Rocamadour |
Santuario de Rocamadour |
ESPERO QUE ME MANDÉIS CRÓNICAS DE VIAJES O COMENTARIOS SOBRE UNA CIUDAD QUE OS GUSTARÍA VISITAR.
6 comentarios:
¡Uy, me ha gustado mucho esta crónica existencial! No sabía absolutamente nada de este autor. Muy interesante.
Original crónica y sugerentes fotos.
Saludos
Existencial: tocino, vino y puros. Y también, claro, sentimental: polillas, la luna y ese affaire estival y clandestino con Madame señal. En todo caso una crónica exquisita, en la que uno podría imaginar que el viajero en realidad ya estaba allí cuando se fue, pero que aún así tuvo que ir para volver. Es lo que tiene ser arrojado a la vida así, al tuntún, y sin el consentimiento de uno. Eso sí, haría bien Gabriel en devolver a su lugar de origen a su estimada señal, no sé si su nueva ubicación en el centro de Pamplona es la más acertada y pertinente.
Abrazos.
Se puede escribir de manera menos poética que en este texto pero creo que es imposible hacerlo de forma más profunda.Abrazos
Ante esto uno sólo puede aplaudir.
No sé dónde habrá caído mi comentario.
Decía que al principio fueron sólo notas para una crónica más académica, pero luego me pareció que tenía suficiente chicha para ir así, un poco a trompicones.
Mademoiselle señal, Agus, estaba, como todo en Francia, profundamente enraizada.
Muchas gracias por los comentarios. Y muchas gracias, Fernando, por permitirme participar una vez más.
Saludos
Gabriel
Publicar un comentario