PEZ DE TIERRA
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En las tres últimas décadas,
el género del diario parece haberse hecho
en España con lectores incondicionales. Este libro de Ignacio Gómez de Liaño (En la red del tiempo. 1972-1977. Diario personal, Siruela, Madrid, 2013) se centra en los años de la
Transición, cuando el autor contaba entre 26 y 31 años y estaba forjándose su
personalidad intelectual, a la vez que trataba de iniciar una nueva vida. Se reconoce miembro de la Generación del 77, de la que también
formarían parte Ullán, Savater, Azúa, Molina Foix, Colinas y Fernández de
Castro, que inició su andadura en una época de inquietud, esperanza en el cambio y ebullición intelectual. Buena
prueba son los Encuentros de Pamplona (1972), los Congresos de Filósofos
Jóvenes y las desavenencias entre los poetas experimentales que se rememoran, mientras
despuntaba la movida madrileña y el
anuncio de una nueva narrativa española.
El autor c0menta en 1977 que su vocación se decanta por la novela, aunque apenas
muestre interés por la cultivada en España, ni tampoco por los excelentes narradores
hispanoamericanos.
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En el prólogo advierte que para él el diario consiste en
“el relato de la vida según se va desenvolviendo” a base de “pinceladas
rápidas”. Constata también cómo su estilo va evolucionando, de telegráfico a elaborado,
y confiesa que su objetivo era entonces más testimonial que literario. Al fin y
a la postre se trataba de asegurar lo efímero como memoria, y de mostrar sus
aspiraciones privadas y artísticas, su evolución personal y de escritor. Cuando
se acerca el desenlace, en unas pocas páginas fundamentales apunta:
“escribiendo cada día sobre las cosas (…) no solo las disecciono o poetizo,
sino que también me entrego al presente”........
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Si bien todos los diarios resultan atípicos, cada uno a
su modo, este destaca por su desmesurada dimensión. Pero, además, el texto se
presenta casi en bruto, él mismo lo llama borradores,
sin pulir y plagado de minucias. Apenas si se molesta en construir un personaje;
pues nos impone la persona sin ambages, tal como se veía, o transcribiendo cuanto
opinaban los demás. Son, por el contrario, menos habituales en libros de este
género los materiales que aduce, ya se trate de sueños o de cartas,
ilustraciones, apéndices y láminas.
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De hecho, puede leerse como un cincelado autorretrato, a
menudo poco complaciente consigo, y a ratos pagado de sí mismo; siempre con el
protagonista en busca de la felicidad. El autor se mueve entre gente que, aun siendo
antifranquista, se declara contraria a los postulados marxistas dominantes por
entonces. A otro nivel, el libro se ocupa de las dificultades de un joven de
familia acomodada, vinculada con el régimen de Franco, para abrirse camino,
dedicándose a lo que realmente quiere: el estudio y la creación artística.
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En estas páginas aparecen galerías de arte y librerías, restaurantes,
las actividades culturales del Instituto Alemán e Italiano, revistas que apenas
ya nadie recuerda, o editoriales importantes como Taurus, Alfaguara o Editora
Nacional. Así, entran y salen de escena pintores, arquitectos, músicos, actores,
galeristas, críticos de arte, fotógrafos, periodistas y sobre todo editores y
escritores como Jesús Aguirre, Jaime Salinas, Buero Vallejo, Luis Alberto de
Cuenca o el singular Carlos Oroza, entre otros muchos.........
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Lo más sugestivo, decía, es el panorama de época esbozado,
el bullir de unos jóvenes cuyo horizonte de expectativas se abre al mundo, con
Ibiza, Londres, Roma o París como principales destinos. Por tanto, tiene un
valor más informativo que literario. Así, lo que se cuenta sobre el efímero
Premio de la Nueva Crítica, los primeros tiempos de este suplemento cultural,
cuando lo comandaban Ullán y Rafael Conte, o el comité de lectura de la
Alfaguara de Salinas. Pero el resultado tendría que haber sido sometido a una
severa poda, después de trascender lo meramente anecdótico, como ocurre cuando
retrata a Juan Benet en claroscuro. En definitiva, deberíamos preguntarnos si
es necesario someter el material escrito a un proceso de reescritura. Ignoramos
si estos borradores fueron compuestos
para ser publicados tal cual estaban (rara vez corrijo, confiesa), o bien se
trataba de una cantera de la que extraer posibles materiales, pues en un par de
ocasiones apunta que le gustaría hacer una novela con fragmentos del diario. El
caso es que, como escribió Ángel Crespo: “Para ser capaz de decir algo hay que
renunciar a decirlo todo”.
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En fin, se autorretrata como un dandy-artista, se muestra
eufórico o depresivo, acaso como un existencialista tardío o un posmoderno prematuro,
amante de todos los saberes por los que transita con cierta alegría. Su
constante insatisfacción y desencanto lo convierten en lo que él llama un pez de tierra. Si a ello le sumamos su inseguridad,
el frecuente deseo de hallarse en otros lugares y la soledad de quien se pasa
gran parte del día acompañado, se entenderá mejor lo que anotaba en 1972: “Soy
feliz cuando no hago planes, cuando no tengo compromisos, cuando no me siento
obligado a nada”.
* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 29 de junio del 2013.
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