martes, 3 de marzo de 2009

MIGUEL Á. CÁLIZ

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-------"Café en la ventana"
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Era noche aún, pero me echaron de la cama las sábanas arrugadas y cierto resabio de angustia. Mi sueño debía haber sido monótono y vagamente amenazador. Tal vez por eso no lo recordaba. Encendí la luz y los muebles se extrañaron de verme.
Me había acostado apenas dos horas antes, bebido, cansado de discutir con mis camaradas. Y ahora, zapatillas perdidas, piernas vacilantes y el despropósito de irrumpir en el silencio de la casa.
Caí en la tentación de convertir la noche en vigilia, y caminé por el pasillo como quien no sabe cuánto tiempo lleva caminando. La luz blancuzca de la cocina me dio una ducha de realidad. Cargué la cafetera de café amargo y descansé en una silla mientras hervía el agua. Bostecé con toda mi alma, y fue quizás el primer momento dulce. Recordé la discusión que unas horas antes había mantenido con mis camaradas. Era más o menos así: existen dos posibilidades, o bien el tiempo transcurre en una dirección única e inalterable; o bien el tiempo tiene infinitas direcciones que permiten todos los sucesos y agotan todas las posibilidades imaginables.
Ambas hipótesis poseen igual verosimilitud, pero ambas resultan igualmente indemostrables.
Con la taza de café amargo en la mano y moviendo lentamente la cucharilla, fui hasta el salón. Los muebles, acostumbrados a la oscuridad, se inquietaron al verme. Desde la ventana contemplé el desolado paisaje nocturno. Las calles soportaban enormes losas de sombra y las farolas dormían un sueño amarillo y acuoso. Los sonidos no obstante parecían más puros. Logré no pensar en nada, pero lógicamente sólo me di cuenta de ello unos segundos más tarde.
Agitar una cucharilla tiene en mi ánimo el mismo efecto que un mantra. Y volvió el recuerdo de la discusión con mis camaradas: con un tiempo único todos los sucesos son irrepetibles y por tanto merecen veneración; con infinitos tiempos los acontecimientos podrían sucederse con mínimas variantes, y la conciencia del hombre sería entonces lo único inmutable.
Abajo en la calle, los letreros luminosos parloteaban entre sí; en cambio los coches huían igual que bestias avergonzadas. Todo parecía posible. Y entonces le vi, estaba en el bloque de enfrente y la luz de la habitación remarcaba su figura: otro noctámbulo que como yo miraba por la ventana, otro ser desvelado que se dejaba atrapar por la fascinación de la noche. Me fijé bien en él: inmóvil, con la mirada perdida y gesto de desconcierto, movía la cucharilla de su café muy lentamente, con un movimiento que retumbaba en mi alma.
Estuve así durante un par de minutos, hasta que nuestros pensamientos se cruzaron y él me miró. Quiso decirme algo, tal vez esa advertencia o confesión que los dos estábamos necesitando. Entonces supuse que todo aquello podía ser sólo un sueño, y que acabaría con él si hacía un esfuerzo por despertarme.
Pero, si lo hacía ¿me esperaría otra vez el café amargo y la ventana?
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* Miguel A. Cáliz nació en Granada. Ha publicado el libro de relatos, Inventario, y ha sido incluido en diversas antologías de cuentistas andaluces. Ha impartido los talleres sobre relato de la Universidad de Granada, y en la actualidad dirige las colecciones de narrativa de Ediciones Traspiés. Asimismo, coordina la revista SPJismos.com, dedicada a los géneros breves.
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4 comentarios:

hombredebarro dijo...

Relato muy interesante: ¿Hacia dónde nos lleva la vigilia? ¿Y el sueño? ¿Y el tiempo?

Anónimo dijo...

Los muebles se extrañan ante la luz, farolas dormitan, los letreros luminosos parlotean y los coches huyen avergonzados. El protagonista de la historia se halla solo con sus pensamientos en plena madrugada, pero qué bien lo rodea el autor de un entorno que tiene voz propia y no se limita a servir de decorado. Apetece dejar este relato lleno de párrafos subrayados.

Anónimo dijo...

Enhorabuena, Miguel Ángel, has cuajado un relato magnífico.

albalpha dijo...

¿despertar? ¿perder el momento?

Estupendo relato.

Besos
Alba