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La escritora Ana María Navales (Zaragoza, 1939) ha fallecido. Para mí era, sobre todo, una amiga querida, con la que había compartido ideas e inquietudes. Me ha dado la triste noticia Juan Eduardo Zúñiga, a quien ella tanto apreciaba y admiraba. Ana María estaba casada con Juan Domínguez Lasierra, periodista del Heraldo de Aragón. Fue, por encima de todo, y a ella le gustaba recordarlo, profesora y escritora. Durante un tiempo, dio clase de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Zaragoza y en el Colegio Alemán, donde ha dejado alumnos que la siguen recordando con cariño y respeto, como se vio ayer en diversas webs. Cultivó la poesía (en Travesía del viento, Calambur, Madrid, 2006, se recoge toda su obra poética), la novela (La amante del mandarín, Sial, Madrid, 2002, fue la última que publicó) y el ensayo (Cuatro novelistas españoles, Fundamentos, Madrid, 1974; y Mujeres de palabra: de Virginia Woolf a Nadine Gordimer, Sial/Trivium, Madrid, 2006). En el 2001 se le concedió el Premio del Día de las Letras Aragonesas, galardón que ella apreciaba mucho, al ser el máximo reconocimiento literario de su región.
La escritora Ana María Navales (Zaragoza, 1939) ha fallecido. Para mí era, sobre todo, una amiga querida, con la que había compartido ideas e inquietudes. Me ha dado la triste noticia Juan Eduardo Zúñiga, a quien ella tanto apreciaba y admiraba. Ana María estaba casada con Juan Domínguez Lasierra, periodista del Heraldo de Aragón. Fue, por encima de todo, y a ella le gustaba recordarlo, profesora y escritora. Durante un tiempo, dio clase de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Zaragoza y en el Colegio Alemán, donde ha dejado alumnos que la siguen recordando con cariño y respeto, como se vio ayer en diversas webs. Cultivó la poesía (en Travesía del viento, Calambur, Madrid, 2006, se recoge toda su obra poética), la novela (La amante del mandarín, Sial, Madrid, 2002, fue la última que publicó) y el ensayo (Cuatro novelistas españoles, Fundamentos, Madrid, 1974; y Mujeres de palabra: de Virginia Woolf a Nadine Gordimer, Sial/Trivium, Madrid, 2006). En el 2001 se le concedió el Premio del Día de las Letras Aragonesas, galardón que ella apreciaba mucho, al ser el máximo reconocimiento literario de su región.
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Pero, en especial, la recordaremos como la fundadora y codirectora de la excelente revista Turia, en la que tanta cuerda dio a escritores y ensayistas. Fue, además, una excelente narradora, sobre todo de relatos, destacando sus Cuentos de Bloomsbury (Edhasa, Barcelona, 1991), que reeditó y amplió en varias ocasiones. Su cuento "Walter no ha muerto", lo recogí en mi recopilación Son Cuentos. Antología del relato breve español, 1975-1993 (Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1993), pero también José María Merino la acogió en su Cien años de cuentos (1898-1998) (Alfaguara, 1998), donde se codeaba de tú a tú con los mejores.
Pero, en especial, la recordaremos como la fundadora y codirectora de la excelente revista Turia, en la que tanta cuerda dio a escritores y ensayistas. Fue, además, una excelente narradora, sobre todo de relatos, destacando sus Cuentos de Bloomsbury (Edhasa, Barcelona, 1991), que reeditó y amplió en varias ocasiones. Su cuento "Walter no ha muerto", lo recogí en mi recopilación Son Cuentos. Antología del relato breve español, 1975-1993 (Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1993), pero también José María Merino la acogió en su Cien años de cuentos (1898-1998) (Alfaguara, 1998), donde se codeaba de tú a tú con los mejores.
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Decía que Ana María fue durante muchos años una amiga querida. Creo que la conocí en 1990, en el jurado del Premio de la Crítica, de cuya organización solía encargarse como secretaría de la Asociación de Críticos Literarios. Eran los años que la comandaban Dámaso Santos y Rafael Conte. Por este motivo la traté con frecuencia. Cuando fundó la revista Turia, junto a Raúl Maicas, me invitó a colaborar, lo que durante años hice con una cierta frecuencia. Me invitó también a formar parte del jurado del Premio Teruel de Cuentos, el año que lo obtuvo Luis Leante. Y cuando le anuncié que estaba escribiendo la historia del Premio de la Crítica puso su nutrido archivo a mi disposición. Siempre se mostró sincera, generosa y amable, y aunque en estos últimos años charlamos menos, quizá por mis estancias en Berlín, las conversaciones teléfonicas durante mucho tiempo fueron tan frecuentes como dilatadas. Creo que la última vez que nos encontramos fue en Zaragoza, en el 2005, durante la presentación de la antología de microrrelatos de Antonio Fernández Molina, Las huellas del equilibrista. La noticia de su muerte me ha sorprendido e impresionado, como conmociona siempre la desaparición de aquellos con los que hemos compartido algún fragmento de nuestra existencia, con los que -por su generosidad- nos sentimos en deuda. Descansa en paz, querida amiga, te echaré de menos.
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Decía que Ana María fue durante muchos años una amiga querida. Creo que la conocí en 1990, en el jurado del Premio de la Crítica, de cuya organización solía encargarse como secretaría de la Asociación de Críticos Literarios. Eran los años que la comandaban Dámaso Santos y Rafael Conte. Por este motivo la traté con frecuencia. Cuando fundó la revista Turia, junto a Raúl Maicas, me invitó a colaborar, lo que durante años hice con una cierta frecuencia. Me invitó también a formar parte del jurado del Premio Teruel de Cuentos, el año que lo obtuvo Luis Leante. Y cuando le anuncié que estaba escribiendo la historia del Premio de la Crítica puso su nutrido archivo a mi disposición. Siempre se mostró sincera, generosa y amable, y aunque en estos últimos años charlamos menos, quizá por mis estancias en Berlín, las conversaciones teléfonicas durante mucho tiempo fueron tan frecuentes como dilatadas. Creo que la última vez que nos encontramos fue en Zaragoza, en el 2005, durante la presentación de la antología de microrrelatos de Antonio Fernández Molina, Las huellas del equilibrista. La noticia de su muerte me ha sorprendido e impresionado, como conmociona siempre la desaparición de aquellos con los que hemos compartido algún fragmento de nuestra existencia, con los que -por su generosidad- nos sentimos en deuda. Descansa en paz, querida amiga, te echaré de menos.
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* En la última foto aparece el jurado del Premio de la Crítica, el año que se falló en Córdoba, 1990. De izq. a dcha., J.A. Ugalde, F. Ortiz, E. Baena, A. Basanta, B. Losada. R. Conte, A. Broch, D. Santos, L.A. de Cuenca, Ana María Navales, F. Valls, A. Rodrígez Jiménez, el concejal de cultura del ayuntamiento de Córdoba, C. Galán, S. Alonso, M. García-Posada, J. Kortazar y Pedro Roso.
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15 comentarios:
Hermoso homenaje y emotiva entrada, Fernando. Me sumo al dolor por la pérdida de Ana María Navales, quien como muchos de nosotros y como tú recuerdas en tu blog, se consideraba "profesora y escritora". No la conocí personalmente, pero sí seguía, aunque con intermitencias, su trabajo. Traigo aquí noticia de un libro suyo que quizá no se divulgó mucho. Me refiero a su "Antología de narradores aragoneses contemporáneos", que publicó Ediciones de Heraldo de Aragón en 1980. Hay allí recogidos hasta un total de treinta narradores aragoneses, desde Arana, hasta Santiago Lorén, pasando por Alfonso Zapater, Ildefonso-Manuel Gil o Soledad Puértolas entre otros. Ella se incluye con un relato inédito entonces titulado "La ninfa errante", de donde tomo esta cita: "No hay que desvelar el ansia por lo que vivamente se desea; si descubres tu anhelo, los dioses arrojan tus sueños al infierno." Que los sueños de Ana María Navales y los de todos nosotros encuentren un Orfeo que los rescate del infierno, donde los arroja la crueladad de los dioses. Un abrazo, Javier.
Es evidente que la palabra “necrológica” define muy bien este tipo de reseñas. Pero la sensación que transmiten tus comentarios, la cercanía de los recuerdos que convocas sugiere algo que no tiene tanto que ver con la desaparición física de un amigo, como con la pervivencia de esos recuerdos, que siguen vivos en la memoria. No importa cómo venimos al mundo, pero abandonarlo dejando esa huella es un lujo al alcance de pocos.
Tienes una forma tan directa sincera y emotiva de homenajear a escritores ( vivos o muertos, pero especialmente a estos últimos ) que genera una corriente de simpatía hacia ellos tan intensa, que hacerte con uno de sus libros se convierte en una urgencia. Tienen o tuvieron suerte de contarte como amigo.
Gracias, Javier, Pedro y Araceli, comentaristas de lujo.
Apenas había leído a Ana Mª Navales, pero, como ya han dicho otros, tus palabras son a la vez tan evocadoras y sugerentes que dan ganas, muchas ganas, de hacerse con sus libros y de decirte un "lo siento".
Saludos afectuosos.
Una pésima noticia, querido Fernando. Lo lamento profundamente. Conmigo fue siempre de una generosidad sin límites, enviándome todos sus libros dedicados, abriéndome de par en par las puertas de Turia y escribiendo reseñas elogiosas sobre mis páginas. No olvidaré nunca una comida en Zaragoza, la primera vez que nos conocimos en persona, en que ella derrochó capacidad de seducción y me fascinó con sus historias sobre Bloomsbury; me contó que durante años y viajes se había dedicado a recopilar información sobre los lugares señalados del grupo, fotografiando sus casas y bibliotecas, a veces cometiendo actos de una imprudencia considerable, como saltar sin permiso vallas de jardines privados, enfrentándose a perros de defensa y a dueños iracundos, sólo para poder siquiera asomarse al sitio donde a lo mejor veraneó en tiempos remotos algún miembro de su grupo tan amado. Localizó el punto exacto del río Ouse en que se ahogó Virginia Woolf, con los bolsillos llenos de piedras, y me contó que esa tarde vio un cisne que recorría incansablemente, de una orilla a otra, ese tramo del río, «como si la estuviese velando». Guardaba, me dijo, docenas de álbumes con estas fotos y a mí me pareció y sigue pareciéndome un crimen que todo eso no salga a la luz. En fin, una mujer de una pasión y una fuerza arrolladoras, con una obra plural en la que destaca su poesía y sobre todo su insólito y más que recomendable libro de relatos «Cuentos de Bloomsbury». Descansa tranquila, amiga. Una flor para Ana María. Ojalá un cisne la vele.
—Eloy Tizón
Que en paz descanse Ana Maria. Siempre tendremos a amigos suyos que nos recuerden sus letras. Los que no la conocimos, podremos leerlas.Y asi,conocerla.Tienen suerte los que escriben, siempre se quedan.
Un abrazo.
Bel, Mon, gracias.
Eloy, eres casi un fin de raza: un escritor agradecido. Los que todavía no conozcan los `Cuentos de Bloomsbury´, de Ana María Navales, que corran a buscarlos, están en Calambur, se llevarán una gratísima sorpresa. Un abrazo fuerte, querido Eloy.
También a mí, querido Fernando, me impresionó leer en la prensa la noticia de la muerte de Ana María, tan vitalista. La última vez que la vi fue en un encuentro poético celebrado en Málaga hace dos o tres años. En la misma sesión intervinimos ella, Siles y yo.
Un dato para tu archivo: el señor X que aparece en la foto creo que es el profesor y crítico cordobés Pedro Roso.
Abrazos. FRN
Gracias, FRN, aunque me gustaría mucho saber quién eres. Además, hay dos personas que no había logrado identificar en la foto, quién de ellos es Pedro Roso. Saludos.
Pedro Roso es el que está en el extremo izquierdo (con pajarita, siempre la llevaba). Entonces tenía un cargo en el Área de Cultura del Ayuntamiento de Córdoba; el otro señor X (el de la barba) es el que era concejal de Cultura, pero no recuerdo el nombre.
Saludos (no microsaludos, sino macro) desde Málaga. FRN.
Pues, gracias, misterioso FRN.
Bellísimo, Fernando.
No lo sabía, me ha pillado por sorpresa, últimamente estoy en otra luna. Lo siento mucho.
Nunca hablé con ella, sólo compartíamos editoriales y la tenía gran simpatía y admiración.
Te mando un abracísimo y a ella un beso en la frente.
B.R.
Pistas, desde Málaga, sobre el misterioso FRN: Santander, Eduard, Marina, Yolanda ... ¿ahora). Un abrazo (no micro, sino macro).
Paco, querido, estoy fatal, ya ves... Perdóname. Un abrazo.
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