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"Un encuentro en la morgue"
.....
Toc, toc.
–¿Quién es?
–La muerte.
–Adelante, no está cerrado.
–(Poniendo cara de asco.) ¡Qué lugar más espantoso!
–Resulta irónico que tú me digas eso.
–Un respeto, amigo. ¿A qué vienen esas confianzas?
–Si un médico forense no puede tratar de tú a tú a la muerte, ya me dirás quién puede hacerlo.
–Un momento, un momento, usted y yo no tenemos nada en común.
–Yo diría que laboramos en el mismo terreno.
–De ningún modo; usted sólo interviene cuando yo ya he hecho mi trabajo, y tan sólo en algunos casos. La prueba es que nunca coincidimos. Cuando usted llega, yo ya me he ido con el alma del difunto.
–Digamos entonces que tú eres la que me suministras la materia prima.
–Que luego usted se encarga de dejar hecha unos zorros, porque hay que ver qué escabechinas y, total, para averiguar cómo y a qué hora murió.
–No se puede preparar una tortilla sin romper el huevo ni hacer una autopsia sin abrir al finado.
–Muy gracioso. Es una pena que un forense no pueda hacerse su propia autopsia.
–También lo es que la muerte no pueda probar su propia medicina.
–(Con tono amenazador.) Si quería provocarme, ya lo ha conseguido.
–(Fingiendo temor.) ¿Y qué me vas a hacer? ¿Matarme?
–Si quisiera hacerlo, ya lo habría hecho, estúpido. Así no me habría visto enzarzada en esta absurda discusión.
–Te recuerdo que fuiste tú la que empezaste con esos comentarios tan sarcásticos.
–No habría empezado, si usted me hubiera tratado con más respeto.
–Cómo voy a tratarte con respeto, sabiendo a lo que te dedicas.
–Es mi trabajo, y alguien tiene que hacerlo, ¿no le parece? Me imagino que a usted también le gastarán muchas bromas con el suyo e, incluso, lo mirarán con un poco de asco.
–En eso tienes razón. (Cambiando de actitud.) No sé por qué discutimos, si, en el fondo, estamos en el mismo barco.
–¿Amigos?
–Por supuesto que sí. (Se chocan la mano.) Ahora, si me lo permites, tengo que seguir con mi trabajo.
–Claro, claro, yo también. Por cierto, yo había venido aquí a buscar a alguien.
–Adelante, sírvete, dime cuál es el que te interesa.
–De esos, ninguno, pues ya están fiambres; y, una vez muertos, los cuerpos son cosa tuya, ya lo sabes.
–¿Entonces?
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Toc, toc.
–¿Quién es?
–La muerte.
–Adelante, no está cerrado.
–(Poniendo cara de asco.) ¡Qué lugar más espantoso!
–Resulta irónico que tú me digas eso.
–Un respeto, amigo. ¿A qué vienen esas confianzas?
–Si un médico forense no puede tratar de tú a tú a la muerte, ya me dirás quién puede hacerlo.
–Un momento, un momento, usted y yo no tenemos nada en común.
–Yo diría que laboramos en el mismo terreno.
–De ningún modo; usted sólo interviene cuando yo ya he hecho mi trabajo, y tan sólo en algunos casos. La prueba es que nunca coincidimos. Cuando usted llega, yo ya me he ido con el alma del difunto.
–Digamos entonces que tú eres la que me suministras la materia prima.
–Que luego usted se encarga de dejar hecha unos zorros, porque hay que ver qué escabechinas y, total, para averiguar cómo y a qué hora murió.
–No se puede preparar una tortilla sin romper el huevo ni hacer una autopsia sin abrir al finado.
–Muy gracioso. Es una pena que un forense no pueda hacerse su propia autopsia.
–También lo es que la muerte no pueda probar su propia medicina.
–(Con tono amenazador.) Si quería provocarme, ya lo ha conseguido.
–(Fingiendo temor.) ¿Y qué me vas a hacer? ¿Matarme?
–Si quisiera hacerlo, ya lo habría hecho, estúpido. Así no me habría visto enzarzada en esta absurda discusión.
–Te recuerdo que fuiste tú la que empezaste con esos comentarios tan sarcásticos.
–No habría empezado, si usted me hubiera tratado con más respeto.
–Cómo voy a tratarte con respeto, sabiendo a lo que te dedicas.
–Es mi trabajo, y alguien tiene que hacerlo, ¿no le parece? Me imagino que a usted también le gastarán muchas bromas con el suyo e, incluso, lo mirarán con un poco de asco.
–En eso tienes razón. (Cambiando de actitud.) No sé por qué discutimos, si, en el fondo, estamos en el mismo barco.
–¿Amigos?
–Por supuesto que sí. (Se chocan la mano.) Ahora, si me lo permites, tengo que seguir con mi trabajo.
–Claro, claro, yo también. Por cierto, yo había venido aquí a buscar a alguien.
–Adelante, sírvete, dime cuál es el que te interesa.
–De esos, ninguno, pues ya están fiambres; y, una vez muertos, los cuerpos son cosa tuya, ya lo sabes.
–¿Entonces?
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* Como Luis García Jambrina no es la primera que aparece en esta bitácora, sólo recordaré que es profesor en la Universidad de Salamanca, organizador de los Encuentros de Verines, narrador (su primera novela, El manuscrito de piedra, la ha publicado recientemente Alfaguara) y prestigioso crítico literario en el suplemento ABCD. Y seguramente es quien mejor conoce la obra de Miguel Espinosa y Claudio Rodíguez, nada menos.
* El cuadro es de Hans Baldung.
1 comentario:
Interesante y sustancioso blog; para leer y releer. Enhorabuena.
El texto de don Luis, hago el comentario desde el punto de vista de un lector normal, tiene chispa y y se lee con placer. Es de los que uno no querría que acabara nunca.
Felicidades.
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