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Hace unos días prometí contar la historia, el origen anecdótico, de "El dinosaurio", el famoso microrrelato de Monterroso. Juan José Arreola se lo desveló a Antonio Fernández Ferrer, quien lo reproduce en su libro La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, (Fugaz, Madrid, 1990, pp. 8 y 9):
Hace unos días prometí contar la historia, el origen anecdótico, de "El dinosaurio", el famoso microrrelato de Monterroso. Juan José Arreola se lo desveló a Antonio Fernández Ferrer, quien lo reproduce en su libro La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas, (Fugaz, Madrid, 1990, pp. 8 y 9):
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Vivíamos allí, en aquel departamento tan chico, tres amigos: Ernesto Mejía Sánchez, José Durand y yo; y uno de ellos tenía necesidad de comunicación, siempre tenía que contar todo lo que le pasaba en el día. Generalmente, en ese momento de su juventud, eran penalidades de carácter amoroso; él batallaba mucho con esto y nos desvelaba, y a veces cuando ya estábamos nosotros dormidos -Mejía en el cuarto y yo en el hall en su camastro, muy moderno pero camastro al fin-, llegaba este hombre, a veces en la madrugada, y entonces hacía que se tropezaba y ya despertaba uno: " iAy!, ¿qué te pasa, José, qué te pasa?". Y él empezaba: "¡Ay!, que te tengo que contar..." Y nomás se sentaba a la orilla de la cama; uno estaba acostado y Durand se sentaba al lado y empezaba a contar qué le había pasado y uno se dormía... y no sabemos si se daba cuenta o no, pero él seguía allí hablando y a veces uno de los dos se despertaba y estaba José Durand, que era muy alto -casi dos metros- y todavía estaba a la orilla de la cama. Y un día me dijo Ernesto Mejía Sánchez: "¿Sabes que cuando desperté todavía estaba allí este dinosaurio?". Ernesto se quedó dormido y el otro no se levantó. Y Tito lo sabía, porque a él también le pasaba. La idea era que uno se quedaba dormido, y Durand, aunque te viera dormido, no se levantaba ni se iba a acostar, se quedaba el amigo allí, a la orilla de la cama... Ya ves, el origen del cuento es completamente concreto, porque como Durand era muy alto, se le decía de todas las maneras: dinosaurio", por ejemplo.
Vivíamos allí, en aquel departamento tan chico, tres amigos: Ernesto Mejía Sánchez, José Durand y yo; y uno de ellos tenía necesidad de comunicación, siempre tenía que contar todo lo que le pasaba en el día. Generalmente, en ese momento de su juventud, eran penalidades de carácter amoroso; él batallaba mucho con esto y nos desvelaba, y a veces cuando ya estábamos nosotros dormidos -Mejía en el cuarto y yo en el hall en su camastro, muy moderno pero camastro al fin-, llegaba este hombre, a veces en la madrugada, y entonces hacía que se tropezaba y ya despertaba uno: " iAy!, ¿qué te pasa, José, qué te pasa?". Y él empezaba: "¡Ay!, que te tengo que contar..." Y nomás se sentaba a la orilla de la cama; uno estaba acostado y Durand se sentaba al lado y empezaba a contar qué le había pasado y uno se dormía... y no sabemos si se daba cuenta o no, pero él seguía allí hablando y a veces uno de los dos se despertaba y estaba José Durand, que era muy alto -casi dos metros- y todavía estaba a la orilla de la cama. Y un día me dijo Ernesto Mejía Sánchez: "¿Sabes que cuando desperté todavía estaba allí este dinosaurio?". Ernesto se quedó dormido y el otro no se levantó. Y Tito lo sabía, porque a él también le pasaba. La idea era que uno se quedaba dormido, y Durand, aunque te viera dormido, no se levantaba ni se iba a acostar, se quedaba el amigo allí, a la orilla de la cama... Ya ves, el origen del cuento es completamente concreto, porque como Durand era muy alto, se le decía de todas las maneras: dinosaurio", por ejemplo.
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DESPERTARES. Cuando despertó, empezó a recordar lo que había soñado: que ni un sólo autor más de microrrelatos remedaba la dichosa y poco afortunada pieza del gran Monterroso.
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AL AMANECER. No despertó porque era incapaz de dormirse, padecía de insomnio, pero en el duermevela imaginó que ningún narrador remedaba nunca más el dichoso microrrelato de Monterroso. Y se sintió tan satisfecho que, al amanecer, logró por fin conciliar el sueño.
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HUMOR Y TIMIDEZ. Acabo de enterarme de que Carlos Castaneda, antes de morir, confesó a sus allegados que Monterroso había resucitado tímidamente, "el humor y la timidez generalmente se dan juntos", escribió en Movimiento perpetuo, pero que al darse cuenta de que se le recordaba -sobre todo- por "El dinosaurio", regresó plácidamente a la tumba, al trasmundo en que se juntaba a conversar con Juan Rulfo, el zorro es más sabio, para componer, no sin desgana, alguna brevedad sobre la estulticia sin remedio del género humano.
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TITO EN PAFOS. ¿Con quién andará Monterroso en el más allá? -pregunta Paqui. Will le contesta que seguro que se encuentra en el Pafos, recorriendo las mesas de Horacio, Quevedo y Gracián; aquella otra que comparten Melville, Chéjov, Faulkner y Thomas Mann; o la de Julio Torri, Lugones, Salarrué y Arreola, bebiendo en la cantina de Afrodita, vaya usted a saber qué... Mientras charlan todos animadamente, Rulfo y Calvino asienten en la barra, en silencio, y Tito esboza una leve sonrisa andando de aquí para allá, en tan grata compañía, ahora que -por fin- los fastidiosos periodistas han dejado de preguntarle por qué no escribe una novela. Quizá porque no saben que Lo demás es silencio.
RECETA. Para escribir una fábula es necesario contar con un león, un mono y un pintoresco camaleón. Se le pone una pizca de sátira, algo de envidia, pero sólo en pequeñas cantidades, para que apenas se note, las correspondientes dosis de ironía y humor, aplicadas con mesura y oportunidad, y tras pensar en los políticos y escritores, se agita en la imaginación. Luego, ya sólo es necesario poseer el talento y la expresión justa de Monterroso, de modo que en nuestra fábula el mal vuelva a triunfar sobre el bien, sin remedio, como siempre ha sucedido, para escándalo de los crédulos y desesperación de los optimistas. Como debe ser.
* Estos son los cinco primeros ¿microrrelatos? que he escrito en mi vida y, anuncio al mundo mundial, solemnemente, como si anduviera en Lo que el viento se llevó, que no volveré a escribir ninguno más. Gracias y perdonen por las molestias.
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9 comentarios:
Fernando, para ser los cinco primeros que escribes no están nada mal.
El segundo, "Al amanecer", me ha recordado a Piñera, pero con un final diferente. "En el insomnio", recordarás, termina con el personaje volándose la tapa de los sesos, pero sin poder dormirse, porque el insominio -nos dice- es algo muy persistente. En el tuyo, sin embargo, hay algo que me confunde: que el personaje logre por fin conciliar el sueño, si nos dice que no despertó, ya que sufría de insomnio.
En mi opinión nadie aguanta sin dormir tanto tiempo como el personaje de Piñera. El suyo es, por tanto, un microrrelato poco real, casi fantástico, mientras que el tuyo es, en cierto modo, muy realista.
Ahora bien: o tu personaje consigue dormirse como el resto de mortales después de mucho tiempo o ese sueño no es el de la vida, sino el de la muerte (ya que anda Quevedo por otro lugar de tus textos).
Un abrazo.
Buscaré ese micro de Piñera que ahora, la verdad, no recuerdo. Pero es un autor que me gusta mucho.
"Al amanecer" tiene dos momentos, en el primero, no despierta porque nunca se duerme, es insomne; pero, en el segundo tiempo, satisfecho, por fin consigue conciliar el sueño, tras saber que nadie volverá a remedar el célebre micro. Eso, al menos, es lo que pretendía contar, quizá sin conseguirlo.
Espero que después de tus cinco primeros microrrelatos vengan los cinco segundos. Recuerda que el viento también puede llevarse los más indómitos juramentos.
Fernando, no creo nque debas abandonar esta senda recién inaugurada.
Respecto al dinosaurio, sinceramente, nunca me ha parecido ejemplo de nada, ya que, a mi humilde entender, si puede considerarse un microrrelato, sería de los malos.
Puestos a poner un ejemplo de microrrelato reducido a su mínima expresión, yo me quedo con aquel que dice:
"Dadme el caballo más veloz, acabo de decirle la verdad al rey"
Lamentablemente no conozco a su autor.
Buceando por esa red he encontrado el texto exacto del cuento al que hacía referencia:
Traedme el caballo más veloz —pidió el hombre honrado—. Acabo de decirle la verdad al rey.
El autor creo que es Marco Denevi.
Para hacer justicia a Monterroso, yo citaría este otro microrrelato, a mi juicio mucho mejor que el odioso dinosaurio:
Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea.
También considero mucho mejor ejemplo este otro de Gabriel Giménez Emán:
Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.
En fin, opiniones que tiene uno.
Coincido con Mateo acerca de tus microrrelatos. Y espero que sean el inicio de una larga serie.
Por otra parte, te anuncio que acabo de colgar en mi blog el texto de Piñera, por si quieres leerlo (http://puerta-falsa.blogspot.com).
Un cordial saludo.
Gracias por vuestros benévolos comentarios.
Hola, Fernando
Después de un inicio de año accidentado empiezo a regularizarme y mira la magnífica sorpresa con que me encuentro. Vaya! espero los segundos, ya que te animaste es nada más cuestión de continuar.
Besos
Albalpha, echábamos de menos tus intervenciones, sobre todo, en las entradas de poesía. Espero que la fortuna haya cambiado de rumbo. Y gracias por tu amable comentario.
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