martes, 3 de junio de 2008

Quim Monzó: `Mil cretinos´ o las vidas mecánicas

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En uno de los cuentos más afortunados de Mil cretinos (Anagrama, Barcelona, 2008), la pareja protagonista, para referirse a los médicos y a los ancianos que viven en un geriátrico sin conciencia de la penosa existencia que llevan, los llama "cretinos". ¿Mil cretinos? En el conjunto del libro apelaría, en cambio, a aquellos seres que pululan por la ciudad, los cretinos (estúpido, necio, según el DRAE), que nos hacen la vida más incómoda y antipática; así los protagonistas de “La plenitud del verano”, que actúan como dibujos animados, con gestos mecánicos y el lugar común siempre a punto; o ese otro grupo del instituto de medicina tradicional china que, con las molestias que genera, consigue expulsar del bar a los clientes solitarios (“Shiatsu”).
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El libro aparece dividido en dos partes claramente diferenciadas que, quizás, ordenado de otra manera, barajando las piezas más largas con las breves, hubiera funcionado mejor. La primera parte está compuesta por siete cuentos, mientras que la segunda se compone de doce textos de intensidad y dimensiones habituales en el microrrelato. Hay tres narraciones extraordinarias que podrían figurar en cualquier antología del relato contemporáneo universal. Así, en “El señor Beneset” se cuenta cómo un anciano viudo se acicala de travesti ante la mirada impasible de su hijo, quien ha ido a visitarlo a una residencia de ancianos, pero prefiere no discutir con su padre, que no le dé trabajo. “Miro por la ventana” es la historia de un hombre desganado que se dedica a observar a los habitantes del edificio de enfrente, la calle misma. Hasta que la llamada de teléfono de Mònica le hace pensar en lo que podría ver si viviera en otro lugar distinto. El narrador distingue entre mirar y ver, y aquí su personaje podría decirse que mira con la conciencia de estar mirando. “La llegada de la primavera” trata de la vida en los geriátricos, de la lentísima agonía de los ancianos, de lo que cuesta abandonar el mundo, a pesar de que ya no nos quede nada que hacer en él. Y todo ello visto por “un hombre” soltero que se enfrenta al deterioro de sus padres (cuya precaria existencia se nos sintetiza), al alzheimer y la eutanasia, a la demencia senil de sus progenitores, a los restos de vida que han dejado en el piso que habitaban. Un mundo, en suma, construido -se apunta- con objetos estropeados que nunca se tiraban, por si acaso. Otra de las piezas más conseguidas es “Sábado”, donde se narra la venganza de una viuda, quien destroza todas las fotos en las que aparece su marido y el mundo que compartió con él, desmantelando la casa, los muebles, su ropa, tirándolo todo a la basura… En el desenlace, la mujer incluso empieza a arrancarse la piel.
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De la segunda parte, destacaría “Treinta líneas”, microrrelato que incluye una poética, donde la necesidad de escribir un texto breve le hace descubrir que, a menudo, la extensión no es más que una manera de encubrir, de disimular, que apenas si hay nada que decir. Pero también son afortunadas las relecturas que hace de la Anunciación a la Virgen (“La sangre del mes que viene”) y de “La bella durmiente”, cuento de Perrault (“Una noche”); así como “Un corte”, por la situación absurda que nos presenta. Por desgracia, la traducción (la he cotejado con el original catalán) necesitaría una revisión a fondo, ya que está plagada de catalanismos, tanto por lo que respecta a la sintaxis como al léxico.
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En estos cuentos y microrrelatos en los que Monzó se ocupa de los ritos de la vida cotidiana, de su significación, aplica el bisturí a la piel y vísceras de sus personajes. Los cuentos más livianos y anecdóticos, de todo hay, oxigenan los más trágicos y trascendentes, en donde tampoco escasea el humor, casi siempre negro. Pero lo realmente potente en Monzó es la voz narrativa que, a veces, incluso se impone sobre la historia, proporcionándole un tono personal a sus relatos, una mirada tan sorprendida como certera sobre la realidad, pues se detiene en unos detalles en los que apenas si solemos reparar, invitándonos a volver a observar la realidad, los seres que nos rodean, los objetos y las conductas, desde una perspectiva distinta, partiendo de otras coordenadas. Sus narradores son, pues, seres discretamente perplejos, hombres y mujeres que se desean y se aborrecen. Este libro trata, en suma, de ese bucle sin fin que suele ser la vida, y que es siempre la vejez.

* Publicado en la revista Mercurio, 102, junio y julio del 2008, p. 22.

7 comentarios:

ANTONIO SERRANO CUETO dijo...

Gracias por la reseña, Fernando. Es un libro que he tenido en mis manos y no me he decidido a comprar, a pesar de que el Monzó de "El mejor de los mundos" me gustó mucho (en especial el relato "Fregando platos"). Tu entrada me anima a leerlo.
Saludos.

Fernando Valls dijo...

No lo dudes, té gustará.
Te escribirá JP, a propósito de Erasmo, un buen amigo. Atiéndelo lo mejor que puedas, por favor.

Anónimo dijo...

Saludos, Fernando. Excelente crítica. Te añado un par de ellas más que encontré en otros blogs, incluido otra de cosecha propia:

http://elhuecodelviernes.blogspot.com/2008/05/el-mejor-libro-de-quim-monz.html


Incluyo otras reseñas sobre Mil Cretinos, en Masacre en los Jardines, El Escorpión o la revista El Duende

http://masacreenlosjardines.wordpress.com/2008/05/13/gilipollas-de-mi-corazon/

http://www.elmundo.es/elmundo/2008/04/03/escorpion/1207223987.html


http://www.duendemad.com/literatura/Quim_Monzo.html

PD: Hablando sobre la vejez, tenemos entre manos a K. Askildsen, con una cuentística de la vejez cercana a un original purgatorio.

Un fuerte abrazo.

David González T.

Fernando Valls dijo...

Gracias, David, por tus amables comentarios y por la información sobre las otras reseñas dedicadas a Monzó.

Raúl dijo...

Monzó es uno de mis cuentistas preferidos. No he tenido oportunidad de leer "Mil cretinos", pero es una referencia próxima y obligada.
Suscribo esa reflexión final que haces sobre el tono de los narradores de Monzó. Incluso sin haber leído este último libro, como ya he confesado, creo que esa perplejidad del narrador, es una pequeña constante en toda su obra.
Un saludo.

Juan Carlos Márquez dijo...

Estoy contigo, Fernando, en que debieran haberse intercalado los cuentos más breves con los de la decrepitud, porque así el conjunto hubiera sido mucho más armónico. Tal como ha quedado, ante la excelencia de los primeros relatos, puede dar la impresión de que la segunda parte del libro, donde hay buenos cuentos (no digo yo que no), actúa un poco de relleno. Y eso no me parece pertinente.

Tomás Rodríguez dijo...

Una reseña limpia, de las que escasean ante cantos de sirena.
http://tropicodelamancha.blogspot.com