Cierta mañana la bataraza 3 del sector 37 se alejó del recinto que le estaba asignado y a través de un agujero en el alambre tejido alcanzó territorios ignotos. Regresó al gallinero cuando ya sus compañeras se aprestaban a dormir, y a la mañana siguiente puso un huevo azul. Fue la admiración de muchas que se sintieron agradecidas por ese casi milagro que las acercaba al arte. Pero nunca faltan las envidiosas, peor aun siendo gallinas, y muy pronto empezó a correr el rumor de que la bataraza 3 había comido frutos prohibidos y se había acoplado con un basilisco. ¿Qué saldría entonces de ese huevo maldito? ¿Qué monstruo habría de romper el cascarón para enfrentarlas a todas con las peores amenazas? Las disidentes no estaban dispuestas a permitir que eso sucediera. Contagiándoles el temor a muchas compañeras para ir ganando adeptas, urdieron el plan. Y cierto amanecer a la hora del maíz, cuando la bataraza 3 y su corte de admiradoras estaban en los comederos, un grupo comando secuestró el huevo azul. Debieron actuar rápido, pero como ya habían armado con palitos un altísimo nido que sería el altar para el huevo azul, sólo debieron izarlo hasta allí empujándolo con los picos, teniendo enorme cuidado para evitar rajaduras. En tal ubicación precaria, a su madre le resultaba imposible empollarlo, y además, además, las disidentes decretaron que el huevo azul era sagrado e invitaron a todo el gallinero a adorarlo. Es nuestro Dios, les hicieron saber a las remisas, esas locas que se sentían artistas. Es y será nuestro único Dios por tiempo inmemorial, no podemos permitir que se rompa de ninguna manera, insistieron. No les resultó difícil ganarlas a la causa. Un dios inerte simplifica la vida de su grey y en este preciso caso, de pura yapa, cancela la duda existencial. Desde aquel momento y para siempre, lo primero es el huevo. Y basta ya de cacareos.
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* Luisa Valenzuela (Buenos Aires, 1938) es una de las más importantes cultivadoras del microrrelato. Sus piezas aparecen recogidas en las más exigentes antologías dedicadas al género. También ha destacado como ensayista y narradora, y autora de importantes novelas y cuentos. Sus dos últimos libros han aparecido este mismo año en España: Tres por cinco (Páginas de Espuma), un nuevo volumen de cuentos, y la antología de sus mejores relatos, preparada y prologada por Francisca Noguerol, Generosos inconvenientes (Menoscuarto). El presente microrrelato es inédito.
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* En la foto, de Gemma Pellicer, aparece la autora con FV. Está tomada en Buenos Aires, en la casa de la escritora Ana María Shua, durante el 2006.
7 comentarios:
Rezuma esa aparente pero traviesa textura de los cuentos infantiles que, en realidad, son el pretexto (por ese componente docente implícito en ellos) para abordar la moraleja.
Fácil de leer. Encantador, vamos.
Un saludo.
Hola Fernando. Genial el texto de Luisa, con ese humor aluisado tan de ella. Aprovecho de contarte que Diego Muñoz V. me trajo el libro Tres por cinco, que, por supuesto, ya devoré. Yo, feliz como perdiz...
Un abrazo, Lilian.
Te mantienes en manteca, Fernando, hace ya tiempo que te conocí en Sevilla. Saludos.
http://tropicodelamancha.blogspot.com
Hermosa fábula, llena de simbolismo y cerrada por epimitio o moraleja. Hay un ritmo rápido, como corresponde a los movimientos de las gallinas inquietas. Gracias por la lectura.
Por cierto, mira por dónde le pongo cara a Gemma. Saludos.
Fernando, me he despistado: la foto es de Gemma, pero obviamente la fotografiada es la autora del relato.
Antonio, en la etiqueta MICRORRELATOS hay una entrada dedicada a José María Merino, con motivo de la concesión del Premio Salambó. En las fotos que acompañan al texto, hechas en Postdam, aparece Gemma, con Merino y Mari Carmen Norberto, su esposa.
Precioso relato, lleno de humor puntual.
Abrazos
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