domingo, 1 de junio de 2008

Oír con los ojos, ver con la mente. Cartas de Octavio Paz

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Entre 1952 y 1992, el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz mantuvo una correspondencia fluida con quien era su primer traductor al francés, Jean-Clarence Lambert. Éste tenia 20 años, mientras que el ensayista mexicano andaba ya por los 36 y era autor de libros tan importantes como ¿Águila o sol?, del que no se muestra satisfecho, y El laberinto de la soledad. El caso es que se habían conocido en París, en 1951, formando parte del grupo de jóvenes que rodeaban entonces a André Breton. Seix Barral acaba de publicar las cartas que le escribió el escritor mexicano en un volumen titulado Jardines errantes, nombre extraído de un verso de Lambert que Paz siempre le envidió, así se lo confiesa en varias ocasiones, y con el que cierra el poema que el escritor le dedicara en 1969. Incluso podría decirse que actúa como leit motiv de las cartas.
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J.C. Lambert ha cultivado la poesía, el ensayo y la crítica de arte. Y ha estado vinculado al grupo Cobra. El intercambio epistolar, se mantuvo hasta 1976, más o menos regular; después, las cartas son ya mucho más esporádicas, quizá porque Jean Claude Masson lo sustituyera como traductor. Las misivas de Lambert se perdieron en el incendio que asoló la casa del mexicano en los últimos años de su vida.
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De todas estas cartas puede desprenderse un cierto retrato de Octavio Paz, hombre amable, pero que, a menudo, se aprovecha, hasta el abuso, de la gentileza de su interlocutor, agobiándolo con numerosos encargos y frecuentes rectificaciones en la traducción de su obra. Hasta el punto de que Paz le confiesa: "Me doy cuenta que lo abrumo y que es más bien difícil trabajar conmigo" (p. 48). Aunque luego sea capaz de compensarlo de otras maneras, apoyando las versiones de sus libros al castellano, o proporcionándole colaboraciones en publicaciones mexicanas. Así, los comentarios que le dedica a la poesía de Lambert, en 1957, nos sirven también por lo que pueda decirnos sobre la suya, cuando destaca la claridad, la precisión y la arquitectura de la lengua, del poema (p. 112).

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No menos aleccionadora es la dificultad que encontró Paz para que sus libros aparecieran en Francia con una cierta celeridad, de ahí las constantes quejas sobre la tardanza de su aparición. O las dudas que confiesa sobre la entidad de su obra poética ("casi nada de lo que he escrito me satisface, ni siquiera medianamente", le comenta en 1955, p. 79); a diferencia de lo que ocurre con sus ensayos, de los que suele sentirse más satisfecho. Aunque para Paz, prosa y poesía sean vías paralelas, como él mismo confiesa (p. 200). Otro tema que descubrimos son las correspondientes relaciones sentimentales, aunque lleguemos a saber más de Lambert, de las varias crisis con su primera mujer, que de la tormentosa relación de Paz con Helena Garro, quien fuera su primera esposa. .
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Me ha llamado la atención también las referencias, hasta en cuatro ocasiones, al escritor catalán Josep Palau i Fabre. Y el aprecio que muestra por la actriz María Casares, Luis Buñuel o Fernando Arrabal. Confiesa Paz detestar las comas, y le recuerda a su interlocutor el deseo de Fourier de inventar nuevos signos de puntuación. Le da cuenta, e intenta vincularlo, a sus empresas como publicista, como la fundación de la revista Plural, según el mexicano, siguiendo el modelo de The New York Review Books o el T.L.S., de Londes, "pero más abierta al mundo exterior y con mayor interés en las artes plásticas y en los movimientos de vanguardia", aunque "también se ocupa de política, economía , historia". Pronto sabremos que cuando sólo han salido los tres primeros números, están tirando ya 25.000 ejemplares y han alcanzado los 5.000 suscriptores (pp. 213, 216 y 219). En 1971 le comenta el intento de fundar un partido político, con Carlos Fuentes, entre otros muchos, ya que se encuentran "entre la espada del PRI y los muros del PC" (p. 215). En 1972 le da la noticia de su definitiva instalación en México, en donde tiene la sensación de ser un auténtico actor y no sólo un mero espectador (p. 74), como le sucede cuando vive en el extranjero, y un año después, se muestra convencido de que vivimos en una época postmoderna (p. 220), lo que debe ser, en el mundo hispano, dado lo temprano de la fecha, una de las primeras veces que se tiene conciencia de tal cosa.
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No puede pasar inadvertida la crítica a Sartre; sus opiniones sobre el amor y la amistad, su aprecio por la conversación, su fascinación por los jardines (el jardín y la conversación -explicará- son las dos artes supremas de la civilización); los comentarios sobre Cernuda y el fracaso de su traducción al francés; la autobiografía sintética que nos proporciona, en 1952, o el balance que hace de la literatura mexicana, a la altura de 1963; los comentarios sobre la India, Japón, Suiza, Estados Unidos y, por supuesto, México; o lo que le comenta sobre la importancia del azar en la poesía ("verdadero tema de la poesía contemporánea", p. 173), inducido por la música de John Cage. Y, por último, esta correspondencia interesará mucho también a todos aquellos que aprecien al Paz traductor, o sientan curiosidad por la historia menuda de sus traducciones al francés.
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Creo que a las gentes de mi generación, aunque sea arriesgado generalizar al respecto, los que accedimos a la cultura en los setenta, durante los años de prosperidad del boom, nos interesó más el Paz ensayista, el autor de El arco y la lira (1956), Cuadrivio (1965) o Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982). Al poeta -generalizar es inútil, insisto- lo leímos más tarde, aunque casi con tanta devoción, si bien algo menor que la que le tributaron Pere Gimferrer, Juan Luis Panero o Andrés Sánchez Robayna, quizá sus mayores valedores en España. En este sentido, el libro que nos dio a conocer su lírica fue Las peras del olmo (Seix Barral, 1971), cuya edición mexicana databa de 1957. En estas cartas, en suma, Octavio Paz se muestra tan lúcido e independiente como lo fue, casi siempre, a lo largo de toda su existencia, sin caer, como tantos otros escritores e intelectuales, en los numerosos espejismos pseudorrevolucionarios que se encontraron en su trayectoria vital. .
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* Octavio Paz, Jardines errantes. Cartas a J.C. Lambert 1952-1992, Seix Barral, Barcelona, 2008.

1 comentario:

Sonic Reducer dijo...

Hola. Muy acertada tu reseña del este libro. Lo que más lamento es que los editores no hayan contemplado poner notas para saber más sobre las personas, libros, publicaciones y editoriales que aparecen a lo largo del volumen; descuido que deja trunca a la lectura.
Saludos desde la ciudad de México.