No habría sido igual sin la lluvia.
La tormenta se anunció como un redoble de truenos que hizo temblar los cristales del ómnibus. Luego el cielo ennegrecido se abrió de par en par y vomitó un aguacero apocalíptico. Los goterones cayeron con furia sobre el techo metálico, emulando el fragor de la tronera, tapando los agónicos esfuerzos del motor. En pocos instantes el mundo quedó oculto tras un velo empapado y gris.
Entrando en el pueblo el chaparrón perdió fuerza. A través de la ventanilla empañada Tina observó a la gente buscando refugio, a los niños jugando en los charcos, a un hombre en bicicleta con la cabeza cubierta con una bolsa de plástico. Ya en la estación vislumbró la borrosa figura de su amante bajo un paraguas rojo, y el cuerpo se le estremeció.
No, recuerda hoy Tina con añoranza, no habría sido igual sin la lluvia.
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* La Habana, un día lluvioso.
* Rubén Abella (Valladolid, 1967) es narrador, fotógrafo y profesor en la Escuela de Letras, de Madrid. Con su novela La sombra del escapista (Lea, 2003) obtuvo el pretigioso Premio Gonzalo Torrente Ballester. Esta pieza, que no lleva título, se lo proporciona, en cambio, a su libro de microrrelatos No habría sido igual sin la lluvia, con el que obtuvo el Premio Mario Vargas Llosa NH de Relatos 2007. El volumen, publicado en el 2008, no está a la venta, aunque la cadena de hoteles que concede el galardón lo regala a sus clientes.
5 comentarios:
Me quedo con el nombre del autor, y con la excusa de pasar otra noche de hotel a cambio de conseguir el libro. El relato, en sí, lo encuentro volcado en una descripción minuciosa de los elementos, que deja en segundo lugar la narración efímera de un instante. El autor se concentra en los sonidos y en el detalle de los personajes que aparecen, entre los cuales incluye una lluvia tan omnipresente, que parece ahogar tanto el estremecimiento como la añoranza de la protagonista. La imagen resulta muy sugestiva.
Bonito, me gusta mucho la primera frase. Aunque yo hubiera preferido otra imagen que no fuera la del paraguas rojo, más que nada para huir del tópico, es algo muy empleado en talleres literarios.
Hace poco más de un mes me alojé en un NH y me encontré con el libro de Rubén que mencionas. El mejor regalo en mucho tiempo. Un gran ejemplo de cómo los microrrelatos se convierten en gran literatura, cuando se escriben desde la honestidad y el oficio, contando historias exquisitas con un dominio del lenguaje que ya quisieran para sí muchos prosistas de largo recorrido... Enhorabuena, Rubén.
Gracias, Paseante, Isabel. Comento el microrrelato en la siguinte entrada.
No es el mejor microrrelato del libro. Los hay mejores, ya algunos malisimos. Yo me quedo con Casablanca o con Darfur.
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