lunes, 25 de agosto de 2008

Olimpiada, 2. Lo que todavía recuerdo

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A Michael Phelps, en el borde de la piscina, tras ganar una carrera de relevos, gritando como un poseso y golpeándose el pecho con los puños, pensando quizás en aquella profesora que pronosticó que aquel niño hiperactivo nunca llegaría a nada.
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A Kobe Bryant pidiendo silencio al público, después de meter una suspensión, en la final de baloncesto, cuando estaba acabando el partido y España se acercaba en el marcador.
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La torpeza de los atletas norteamericanos, mujeres y hombres, en los relevos 4 x 100, ante la derrota que se avecinaba con Jamaica; aunque en el relevo femenino, las jamaicanas no se mostraron menos patosas.
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La apenas entrevista extraordinaria decatleta sueca, ahora convertida en saltadora de longitud, Carolina Kluft.
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A los atletas haciendo el ganso, en la ceremonia de clausura, cada vez que los enfocaban las cámaras.

La colaboración de todo el lujoso equipo español (Contador, Sastre y Valverde) en la prueba de ruta, en la que Samuel Sánchez consiguió la medalla de oro.

El extraordinario equipo francés de balonmano masculino.

El envaramiento y la ñoñería de los ejercicios de gimnasia rítmica, y la cursilería de los vestiditos que llevan las participantes.

Nunca un atleta tan bien dotado físicamente para la competición tuvo tan poca cabeza como nuestro Juan Carlos Higuero.

La escasa fortuna de Marta Domínguez, al tropezar en uno de los últimos obstáculos, y la ninguna suerte de Beatriz Ferrer-Salat, cuyo caballo se lesionó un poco antes de iniciarse la competición.

El cuento que le echa, la filosofía de perrilla, del entrenador de Paquillo Fernández, el gran Robert Korzeniovsky, por lo visto mucho mejor marchador -en su momento- que -ahora- entrenador.


Branka Vlasic, la altiva saltadora de altura croata, con el ceño permanentemente fruncido, que es lo que algunos llamarán concentración.

El sueño de un chico de 17 años al que le gusta el baloncesto: jugar una final olímpica con el cinco titular y hacer, en conjunto, un buen partido. Se llama Ricky Rubio.

Las muchas retransmisiones de deporte femenino que ha ofrecido la televisón alemana, donde he seguido las competiciones.

El rostro crispado, por el sufrimiento, de Paula Radcliffe, que tampoco en esta ocasión consiguió ganar la maratón.
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La curiosa y arbitraria manera de puntuar de los jueces en la competición de gimnasia.

La teatral puesta en escena de las ceremonias de apertura y clausura, más propias de David Lean que de Zhang Yimou, con mucho también de la estética del Cirque du Soleil.

El recuerdo de tantos atletas que fueron derrotados por otros que se doparon, impidiendo que obtuvieran, en su momento, durante la competición, el reconocimiento que merecían.

Usain Bolt ha empezado a ensayar posturas de arquero para cuando abandone el atletismo poder trabajar en la Orangerie del parque de Sans Soucci; o, en su defecto, como bailarín de rap en Jamaica, puesto que también lo tiene ensayado.

Una extrañamente enrabietada Yelena Isinbayeba, la pertiguista rusa, por el reto público de la saltadora norteamericana, de cuyo nombre no consigo acordarme...
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¿Cuáles son vuestros recuerdos preferidos de estos Juegos chinos?
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi lista de momentos coincide en buena parte con la tuya, Fernando, pese a que mi seguimiento de los juegos ha sido anárquico y superficial. Como cosa divertida, yo añadiría la estrategia de las tenistas americanas del equipo de dobles, de taparse la boca cuando hablaban entre ellas, para que nadie supiera cómo pensaban servir la siguiente bola. Es una táctica habitual en muchas parejas de dobles, pero yo la encuentro cómica. Como cosa desagradable, la patada en la cara que propinó un karateka al juez que lo declaró perdedor del combate. No recuerdo su nombre, pero lógicamente ha sido suspendido de por vida. Como cosa no desagradable, pero sí irritante (al menos para mí) la fastidiosa costumbre de Rafa Nadal de tirarse al suelo cuando gana una final. Ya sé que no es el único que lo hace, pero yo no lo soporto. Y como comentario final, ese papel tan beligerante que desempeña la televisión, al convertir en dioses a los vencedores con tanta rapidez que muchos se lo creen de inmediato. Gracias a la televisión, podemos ver por debajo del agua a ese monstruo de Phelps, en un plano realmente privilegiado. Pero luego sale del agua y, como tú dices, se comporta como un niño rencoroso.

Raúl dijo...

No he recopilado "momentos" singulares, más allá de la coincidencia con algunos de los que ya has referido. Obviamente, entrarían en mi relación, todos aquellos en los que se apelara a la heróica, que es -según yo entiedno la cuestión- la mayor expresión del olimpismo.

Siendo sólo un espectáculo, más allá de ser la suma deportiva por excelencia, soy de los que abogarían por quitarle trascendencia al evento.

Anónimo dijo...

De unos juegos olímpicos siempre me suelo quedar - por afición- con algunos deportes de agua: natación (Phelps me aburre enormemente si no es dentro del agua, y aún así), waterpolo, los saltos y, sobre todo, con las chicas de natación sincronizada. Es una debilidad: me apasionan.

Indigo dijo...
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