lunes, 11 de agosto de 2008

`El tilo´, de Luis Mateo Díez: microrrelato comentado

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Un hombre llamado Mortal vino a la aldea de Cimares y le dijo al primer niño que encontró: avisa al viejo más viejo de la aldea, dile que hay un forastero que necesita hablar urgentemente con él.
Corrió el niño a casa del Viejo Arcino que, como bien sabía todo el mundo en Cimares, tenía más edad que nadie.
Hay un forastero que le quiere hablar con mucha urgencia, dijo el niño al Viejo.
Las prisas del que las tiene suyas son, la edad que yo tengo me la gané viviendo con calma, si quiere esperar que espere.
El hombre daba vueltas alrededor de un tilo muy grande que había en la entrada del pueblo. Cuando volvió el niño y le dijo lo que le había comentado el Viejo Arcino, estaba muy nervioso.
Es poco el tiempo que queda, musitó contrariado, una docena más de vueltas al árbol y termina el plazo.
El niño le miraba aturdido, el hombre le acarició la cabeza: lo que menos vale de la edad de un hombre es la infancia, dijo, porque es lo que primero acaba. Luego viene la juventud, siguió diciendo mientras volvía a dar vueltas, y nada hay más vano que las ilusiones que en ella se fraguan. El hombre maduro empieza a sospechar que al hacerse más sabio, más se acerca a la muerte, entendiendo que la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando. De la vejez nada puedo decir que no se sepa.
El Viejo Arcino llegó cuando el hombre estaba a punto de dar la docena de vueltas.
¿Se puede saber lo que usted desea, y cuál es la razón de tanta prisa?..., le requirió.
Soy Mortal, dijo el hombre, apoyándose exhausto en el tronco del tilo.
Todos los somos, dijo el Viejo Arcino. Mortal no es un nombre, Mortal es una condición.
¿Y aun así, aunque de una condición se trate, sería usted capaz de abrazarme?..., inquirió el hombre.
Prefiero besar a este niño que darle un abrazo a un forastero, pero si de esa manera queda tranquilo, no me negaré. No es raro que llamándose de este modo ande por el mundo como alma en pena.
Se abrazaron bajo el tilo.
Mortal de muerte y mortandad, musitó el hombre al oído del Viejo Arcino. El que no lo entiende de esta manera lleva las de perder. La encomienda que traigo no es otra que la que mi nombre indica. No hay más plazo, la edad está reñida con la eternidad.
¿Tanta prisa tenías?..., inquirió el Viejo, sintiendo que la vida se le iba por los brazos y las manos, de modo que el hombre apenas podía ya sujetarlo.
No te quejes, que son pocos los que viven tanto.
No me quejo de que hayas venido a por mí, me conduelo del engaño con que lo hiciste, y de ver correr asustado a ese pobre niño...
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Existen dos versiones del texto. Ésta que reproducimos es la más larga, y la que prefiere el autor, y se publicó en El árbol de los cuentos (Alfaguara, Madrid, 2006). Pero en Los males menores (Espasa Calpe, Austral, Madrid, 2002. Ed. de Fernando Valls) aparece otra versión, en la que lleva el título de "Mortal" y se suprime el párrafo que empieza "El niño le miraba....".
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Lo que aquí se nos cuenta es la llegada de la muerte a Cimares, su peculiar representación y transmisión de su mensaje, o cómo un forastero, llamado Mortal, llega a una aldea en busca del "viejo más viejo". Para encontrarlo se vale del primer niño que encuentra, quien hará de mensajero entre Mortal y el Viejo Arcino. El caso es que, mientras el anciano se hace esperar, molesto por las prisas del visitante, éste entretiene la espera dando vueltas contrariado alrededor de un tilo muy grande que hay a la entrada del pueblo, musitando que cuando haya dado una docena de vueltas más, el tiempo se habría acabado...
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Mientras esperan a Arcino, Mortal le lanza al niño una perorata, en forma de advertencia, sobre las cuatro edades del hombre: la infancia, la juventud, la madurez y la vejez, rompiendo -por ejemplo- con el tópico de que la infancia sea la edad feliz por excelencia, y revelándole que "la muerte sabe más que nadie y siempre sale ganando".
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Todo el desenlace se centra en el esperado encuentro entre Mortal y el Viejo Arcino. Aquí, el forastero se vale de un lugar común, como es el `abrazo de la muerte´; pero, en cambio, se lo comunica de manera novedosa, susurrándole al oído que le ha llegado su hora. Lo singular del caso, con tantas semejanzas con otro microrrelato del autor, "Sicario", es que la queja de Arcino, mientras "la vida se le iba por los brazos y las manos", no hace referencia a su muerte, sino al engaño del que se ha valido para comunicarle la noticia, y al susto que Mortal le ha dado de paso al niño.
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8 comentarios:

Javier Puche dijo...

Casualmente, la última entrada de mi blog es también un microrrelato de Mateo Díez. Celebro la coincidencia. Fue leyendo "Los males menores" como descubrí la maestría de este singular autor. Hay en ese libro algunas piezas deslumbrantes. Un saludo cordial.

Anónimo dijo...

Me parece escuchar a Luis Mateo Díez leyendo este microrrelato en Santander. Su análisis, tan breve y logrado como la narración que comenta, me trae recuerdos de aquellos días tan gratos de finales de julio..

Anónimo dijo...

¿Por qué será, que las conversaciones con la muerte dejan siempre un buen sabor de boca? Quizás es el interlocutor con el que más nos gustaría charlar largo y tendido, porque es quien mejor sabe escuchar y responder. Me molesté en copiar (parando el video un montón de veces) el diálogo exquisito entre la Muerte y Antonio Block, a través de un confesionario, en “El Séptimo Sello”, de Bergman. También recuerdo aquel cruce de palabras en “La Dama del Alba” (el forastero era una mujer), cuando el anciano le dice: no te lleves a esa joven, llévame a mí que tengo 80 años. Y la Muerte le contesta: te equivocas, ya no los tienes. Es una pena que esos diálogos sean siempre el prólogo de una sentencia inapelable. Sobre el texto de Mateo Díez no añado nada, ya que tu comentario le hace los honores con justicia.

Raúl dijo...

No sorprende la queja del anciano? Asume resignado la llegada de la muerte, o quejarse del engaño con la que ésta le sorprende no es más que un pretexto del viejo que pretende mantener la aparente dignidad que la sabiduria, pareja a su edad, debería conferirle?
No sé si la referencia a un árbol en concreto "el Tilo" tiene o no trascendencia simbólica. El no mantener el mismo nombre en las dos versiones, me hace sospechar que no.

Fernando Valls dijo...

Gracias, Isabel, por la visita y por el recuerdo, de aquellos días santanderinos.
Paseante, podría hacerse una antología de conversaciones finales con la muerte, y cómo -a veces- intentamos entretenerla, para retrasar el momento final. Los dos ejemplos que citas, podrían estar, sin duda, en esa recopilación.
Me alegra, Herman, compartir contigo la fascinación por `Los males menores´, un libro extraordinario.

Isabel dijo...

No había leído a Mateo Díez, hay mucha calidad en su escritura.
Su lectura me ha llevado hacia Juan Rulfo, quizás porque la muerte es un aroma que se desprende de este microrrelato.
Por cierto ¿cuántos caracteres máximos debe tener?

Fernando Valls dijo...

Está muy bien visto, Isabel, porque Rulfo es una buena referencia para su literatura, sobre todo para la que quizá sea su mejor novela, `La ruina del cielo´.
A tu última pregunta, sobre cuántos caracteres debe tener un microrrelato, le dedicaré pronto una entrada.

albalpha dijo...

¿Qué necesidad había del engaño y de preocupar al niño? Quizás le gusta sorprender y en cierta forma el episodio marca el fin de la infancia al contemplar la muerte y el engaño.
Tal vez estoy elucubrando de más, es una sugerencia, nada raro en mi.

Besos
Alba