domingo, 6 de marzo de 2011

Los vientos del Ampurdán

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Durante años recorrí incansablemente la costa y los pueblos del Ampurdán, teniendo como base Gerona, Playa de Aro, Torroella de Montgrí o Vilademuls. Hubo un tiempo en que no había rincón, playa, restaurante o librería de este espacioso y hermoso territorio que se me resistiera, si me permitís la evidente exageración. Hace unos días, rompiendo con una de mis costumbres más sagradas, la cual consiste en quedarme en la ciudad cuando los demás la abandonan durante el fin de semana, volví al Ampurdán. Resulta que un par de antiguos amigos muy queridos de Almería, José Manuel y José María, de esos que uno conserva toda la vida, se habían comprado casas en Llançà, así que nos fuimos encantados a verlas. Por fortuna, el tiempo no era todavía tan bueno como para que la autopista y las carreteras comarcales del interior hicieran el viaje lento y fatigoso.
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¿Qué se puede hacer un fin de semana en Llançà, pueblo situado en el Alto Ampurdán, en compañía de amigos? Nosotros, Pilar, Gemma, Juan, José Manuel y yo, nos dedicamos a charlar sin más, pues nos conocemos desde hace cuarenta años, dispuestos a mejorar el mundo, poniéndonos al día de nuestras existencias y de las de otros amigos comunes, al tiempo que nos dedicamos a pasear por los alrededores, sin abandonar nunca la vista del mar, hojear la prensa, actualizar el correo electrónico y, cómo no, cocinar. En mi caso concreto, además, me dediqué a envidiar sus casas, la tranquilidad, las vistas, el aire de paz.
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La provincia de Gerona, junto con las de Santander y Cádiz, por recordar tres que creo conocer bien, debe de estar entre las más variadas y atractivas de todo el país. Recorrimos los alrededores de Llançà, el Port de la Selva y Port Bou. Y dejamos para otra ocasión la visita a Cadaqués y a Colliure, ambas poblaciones muy cercanas. Llançà es un pequeño pueblo blanco de pescadores, de unos cinco mil habitantes, situado entre dos espacios naturales protegidos, el Parque del Cabo de Creus y el de l’Alberà, en una bahía abierta al mar. Lo que singulariza el lugar, con pueblo y puerto, además de la tramontana que sopla un día sí y otro también, son sus pequeñas calas, los dólmenes megalíticos y los restos de arquitectura prerrománica. En la Plaza Mayor se encuentra la torre de lo que fue el castillo y residencia de los abades del cercano monasterio benedictino de San Pedro de Rodas. Pero, además, en esa misma plaza, se conserva el llamado Árbol de la libertad, que tiene más de 300 años. Este tipo de árboles, plátanos, frecuentes en la Francia napoleónica, como símbolo de la República, no son habituales en España, aunque lo curioso del caso es que procedan de una mezcla de especies llegada de los jardines reales de Aranjuez.
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Esos días, no se veía gente bañándose, quizá porque el viento soplaba demasiado, pero sí algunos valientes tomando el sol en la arena, incluso había algunas señoritas en top less o completamente desnudas, aunque nosotros –unos caballeros- ni nos fijamos siquiera, ni mucho menos hicimos comentario alguno al respecto. Al atardecer dimos un paseo por el pueblo, pero apenas se veía a nadie en la calle y los comercios estaban vacíos; en cambio, los bares se encontraban llenos de gente viendo el fútbol.
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Desde la casa de Pilar y José Manuel es posible apreciar el Cap de Creus y el Port de la Selva. Viento, sol, mar, tranquilidad y excelente pescado a un precio razonable, son los elementos predominantes en la zona, a la que me gustaría volver con estos buenos amigos de siempre, con los que suelo dejar el mundo medio apañadito, aunque luego resulte que, al menor descuido, vuelvan a estropeárnoslo… El caso es que debimos de portarnos bastante bien porque la naturaleza, llegado el momento, decidió premiarnos con una aparición espectacular del arco iris.
En una próxima entrada me ocuparé de Port de la Selva y de las huellas que dejó allí el filósofo alemán Walter Benjamin.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer. En la última aparecen Pilar, José Manuel, Juan y, sin que sirva de precedente, FV.
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5 comentarios:

Begoña Leonardo dijo...

Vientos sin duda muy muy agradables, gracias por contar...
Cariños

AGUS dijo...

Conozco el paisaje que describes Fernando, y siempre me llama la atención su calidez pese a su naturaleza y clima agreste. Quizás, ahí resida su encanto, su magia. Magia y encanto que se pierden cuando los turistas la invaden en tropel en verano.

Abrazos.

Pd: Tierra de vinos o caldos también excelentes.

Isabel Mercadé dijo...

Preciosa crónica y, que conste, que sé de que hablo. Mientras mi hijo fue pequeño, pasábamos invariablemente la mayor parte de las vacaciones de verano en Llançà (y cuántos desayunos en el bar Felipe, al lado de la torre, frente al árbol de la Libertad) que era, junto con el Port de la Selva y Selva de Mar, lugares con suficiente seny como para ir con niños, frente a la disbauxa solteril de Cadaqués.
(Y qué envidia me dan tus amigos con esa casa ahí).
Espero con anhelo la continuación.

Emilia Oliva dijo...

Para los que no viajamos, en La nave vamos como rémoras de los que sí lo hacen y nos hacen soñar con los paisajes nunca vistos, los rincones nunca visitados. Gracias igualmente por hacernos partícipes de los viajes, los amigos y las sensaciones.

Araceli Esteves dijo...

Pues la próxima vez que subas al Ampurdán, acércate al Cap de Creus. Puedes comer allí, en el restaurante que se encuentra más al este de España, desde donde podrás observar unas vistas de las que quitan el hipo.
Y Cadaqués, sobre todo su casco antiguo, sigue resistiendo al acoso de los turistas. Sobre todo en invierno. Lo pude comprobar en enero.
Y a ver si le robas la cámara a Gemma alguna vez, para que ella también salga en las fotos.