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Ayer murió Josefina Rodríguez en `Las magnolias´, su casa de campo de Mazcuerras, en la provincia de Santander, donde le gustaba pasar tranquila los veranos, escribiendo. Tenía 85 años. Podría decirse que a lo largo de su existencia han coexistido en ella cuatro personalidades o circunstancias vitales complementarias: la pedagoga (hija, sobrina, nieta y madre de maestras); la esposa del gran escritor Ignacio Aldecoa; la escritora de ficción y la persona que, por supuesto, englobaba a todas las demás. Claro que, digamos, esta convivencia no se ha producido siempre simultáneamente, y desde luego las cuatro, al fin y a la postre, eran una e indisoluble persona. Conocí menos a la pedagoga que fundó el prestigioso colegio Estilo en 1959, para que su hija Susana pudiera recibir una educación liberal, en la estela del ideario de la Institución Libre de Enseñanza. Traté, sobre todo, a la persona y a la escritora, si tal escisión es posible, pero a veces, en algún momento de la conversación, afloraba alguna de estas mujeres con especial ahínco, y a menudo, cuando venía a cuento de lo que estábamos tratando, la esposa enamorada y añorante de Ignacio Aldecoa, el año que pasaron en los Estados Unidos y los veranos felices en Ibiza.
Ayer murió Josefina Rodríguez en `Las magnolias´, su casa de campo de Mazcuerras, en la provincia de Santander, donde le gustaba pasar tranquila los veranos, escribiendo. Tenía 85 años. Podría decirse que a lo largo de su existencia han coexistido en ella cuatro personalidades o circunstancias vitales complementarias: la pedagoga (hija, sobrina, nieta y madre de maestras); la esposa del gran escritor Ignacio Aldecoa; la escritora de ficción y la persona que, por supuesto, englobaba a todas las demás. Claro que, digamos, esta convivencia no se ha producido siempre simultáneamente, y desde luego las cuatro, al fin y a la postre, eran una e indisoluble persona. Conocí menos a la pedagoga que fundó el prestigioso colegio Estilo en 1959, para que su hija Susana pudiera recibir una educación liberal, en la estela del ideario de la Institución Libre de Enseñanza. Traté, sobre todo, a la persona y a la escritora, si tal escisión es posible, pero a veces, en algún momento de la conversación, afloraba alguna de estas mujeres con especial ahínco, y a menudo, cuando venía a cuento de lo que estábamos tratando, la esposa enamorada y añorante de Ignacio Aldecoa, el año que pasaron en los Estados Unidos y los veranos felices en Ibiza.
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Apenas me ocupé de su obra literaria, pero en el 2004 reeditamos su primer libro, los cuentos de A ninguna parte (1962), en la editorial Menoscuarto, de José Ángel Zapatero; volumen al que había precedido, el mismo año, como número 1 de la colección Reloj de arena, El corazón y otros frutos amargos, de Ignacio Aldecoa, prologado por mí. El trato personal más asiduo, tras intercambiarnos algunas cartas, se produjo a comienzos de los años noventa. Así, por expresa invitación suya, todos los veranos, cuando en julio solía dar clase en los cursos de extranjeros de la UIMP, en Santander, destinaba un día a visitar a Josefina en `Las magnolias´, su retiro paradisíaco en Mazcuerras (la Luzmela de Concha Espina), una vieja casa de indianos cuyo jardín había rediseñado su yerno. Para mí uno de los alicientes del verano norteño era esa visita anual a Josefina. Desde la primera vez creamos un pequeño ritual. Yo solía llegar a media tarde, nos sentábamos en el porche de la casa, cuando el tiempo lo permitía, creo recordar que siempre, excepto en una sola ocasión en que no pudimos salir de la vivienda, donde a mí me llamaban mucho la atención los cuadros de Isabel Villar, tomábamos un aperitivo y charlábamos de la vida cultural española, de la educación, de los libros que habíamos leído y nos habían gustado, etc. Con Josefina podía hablarse de todo con absoluta libertad, pues era una mujer amable, educadísima y sumamente razonable y sensata. A mí, además, me interesaban los entresijos de los libros de su marido y la relación con sus amigos y compañeros de generación. Contestaba a todas las preguntas, nunca las eludía, pero siempre se mostraba discreta y algo cautelosa. Cuando hacía buen tiempo, le gustaba pasear un rato por el maravilloso jardín de la casa. Después, al acercarse la noche y la hora de cenar, cogíamos los coches y nos íbamos a Puente Arce, a Casa Setién, siempre acompañados por su hija Susana. Cenar con ambas, dos grandes damas, cultas, divertidas y entrañables, era siempre una experiencia muy grata. Eran tan sumamente educadas que Josefina me acompañaba en su coche y Susana nos seguía sola en el suyo, y con la excusa de que su yerno Isaac había diseñado el jardín del restaurante y eran amigas de los dueños, nunca conseguí que me dejaran pagar la cena.
......Apenas me ocupé de su obra literaria, pero en el 2004 reeditamos su primer libro, los cuentos de A ninguna parte (1962), en la editorial Menoscuarto, de José Ángel Zapatero; volumen al que había precedido, el mismo año, como número 1 de la colección Reloj de arena, El corazón y otros frutos amargos, de Ignacio Aldecoa, prologado por mí. El trato personal más asiduo, tras intercambiarnos algunas cartas, se produjo a comienzos de los años noventa. Así, por expresa invitación suya, todos los veranos, cuando en julio solía dar clase en los cursos de extranjeros de la UIMP, en Santander, destinaba un día a visitar a Josefina en `Las magnolias´, su retiro paradisíaco en Mazcuerras (la Luzmela de Concha Espina), una vieja casa de indianos cuyo jardín había rediseñado su yerno. Para mí uno de los alicientes del verano norteño era esa visita anual a Josefina. Desde la primera vez creamos un pequeño ritual. Yo solía llegar a media tarde, nos sentábamos en el porche de la casa, cuando el tiempo lo permitía, creo recordar que siempre, excepto en una sola ocasión en que no pudimos salir de la vivienda, donde a mí me llamaban mucho la atención los cuadros de Isabel Villar, tomábamos un aperitivo y charlábamos de la vida cultural española, de la educación, de los libros que habíamos leído y nos habían gustado, etc. Con Josefina podía hablarse de todo con absoluta libertad, pues era una mujer amable, educadísima y sumamente razonable y sensata. A mí, además, me interesaban los entresijos de los libros de su marido y la relación con sus amigos y compañeros de generación. Contestaba a todas las preguntas, nunca las eludía, pero siempre se mostraba discreta y algo cautelosa. Cuando hacía buen tiempo, le gustaba pasear un rato por el maravilloso jardín de la casa. Después, al acercarse la noche y la hora de cenar, cogíamos los coches y nos íbamos a Puente Arce, a Casa Setién, siempre acompañados por su hija Susana. Cenar con ambas, dos grandes damas, cultas, divertidas y entrañables, era siempre una experiencia muy grata. Eran tan sumamente educadas que Josefina me acompañaba en su coche y Susana nos seguía sola en el suyo, y con la excusa de que su yerno Isaac había diseñado el jardín del restaurante y eran amigas de los dueños, nunca conseguí que me dejaran pagar la cena.
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Por aquellos años trabajé también en un artículo sobre la muy poco conocida literatura de viajes de Ignacio Aldecoa, empresa en la que conté, siempre generosa, con el apoyo y la ayuda incondicional de Josefina. De la escritora que ella era, con un público fiel y una crítica generosa, se ha comentado ya mucho, destacándose tanto el realismo intimista como el fondo autobiográfico de sus libros, y es quizá su faceta más pública. Sí me gustaría, sin embargo, mostrar la alegría que me produjo que su libro Historia de una maestra, novela basada en la vida de su madre, tuviera tanto éxito que llegaron a venderse más de 300.000 ejemplares. A veces, en contadas ocasiones, Josefina te hacía una confidencia, y le gustaba decir que seguía sintiéndose como aquella adolescente inquieta y curiosa que era cuando conoció a Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, José María de Quinto, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos y Ana María Matute, sus compañeros de generación, con los que tanto charló y tanto bebió. Siempre la recordaré así, como era: joven, elegante, discreta, inteligente y generosa, y con gran sentido del humor.
....... Por aquellos años trabajé también en un artículo sobre la muy poco conocida literatura de viajes de Ignacio Aldecoa, empresa en la que conté, siempre generosa, con el apoyo y la ayuda incondicional de Josefina. De la escritora que ella era, con un público fiel y una crítica generosa, se ha comentado ya mucho, destacándose tanto el realismo intimista como el fondo autobiográfico de sus libros, y es quizá su faceta más pública. Sí me gustaría, sin embargo, mostrar la alegría que me produjo que su libro Historia de una maestra, novela basada en la vida de su madre, tuviera tanto éxito que llegaron a venderse más de 300.000 ejemplares. A veces, en contadas ocasiones, Josefina te hacía una confidencia, y le gustaba decir que seguía sintiéndose como aquella adolescente inquieta y curiosa que era cuando conoció a Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, José María de Quinto, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos y Ana María Matute, sus compañeros de generación, con los que tanto charló y tanto bebió. Siempre la recordaré así, como era: joven, elegante, discreta, inteligente y generosa, y con gran sentido del humor.
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* En la última foto aparecen Alfonso Sastre, Josefina Aldecoa, José María de Quinto y Rafael Sánchez Ferlosio.
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8 comentarios:
He visitado su nave y me ha gustado realmente.
Tiene un contenido culto e inteligente.
He llegado a ella por intermedio de mi amigo Antonio Báez (Cuentos de barro).
La visitaré más veces y dejaré algún modesto comentario en un futuro próximo.
Saludos.
Fernando, gracias por esta entrada. 'A ninguna parte' lo disfruté mucho (y así lo digo en una breve nota en mi blog). En cambio 'Historia de una maestra', me pareció demasiado maniquea para mis gustos. Lo cual no quita para sus muchos otros méritos. En cualquier caso, se nos ha ido una de las grandes. Saludos.
Bonito recuerdo de Josefina, estimado Fernando. Conocí a esta singular mujer en los ochenta, la visité en Madrid, en su piso de Blasco de Garay, allí fui a hablar con ella de Ignacio, su marido, a quien yo había dedicado toda una bibliografía extensa y pormenorizada. Me regaló "Todavía la vida" y "Libro de las algas", los dos poeamrios de Aldecoa, que habían reeditado en 1981, y hablamos, y hablamos durante un buen rato, y entonces me pareció una auténtica dama que cuidaba y mucho la memoria de su marido. Después he leído, casi todo, lo que ha ido publicando, los hermosos cuentos de "A ninguna parte" y sus novelas.
Años más tarde no seguíamos carteando acerca de la obra del gran Ignacio Aldecoa. Después un largo silencio, y ayer me sorprendía su muerte. Lástima.
Pedro M. Domene
Gracias Fernando, me parece un detalle precioso que hables de ella desde el conocimiento personal aparte del literario.
Seguro que la entrada le habría encantado.
Un abrazo
No he leído nada de esta autora, gracias por tu reseña y me ha servido para conocerla y lo tendré en cuenta para futuras lecturas.
Un saludo.
Un precioso recuerdo de Josefina Aldecoa. Yo hoy he puesto mi granito de arena leyendo en una clase, con mis alumnos de la Universidad de Mayores, "Cuento para Susana", una deliciosa evocación de los veranos de la infancia de la escritora que recomiendo a todos los lectores desde esta Nave de los Locos que tanto hace por los cuentos.
Fernando: ¿por qué no publicas un libro de semblanzas y relaciones personales que hayas mantenido con escritores, investigadores...? Tus experiencias son tan ricas y las cuentas tan bien, que las deberías publicar, como una manera de acercarnos a las personas que se encuentran tras los escritores.
Fantástico.
Gracias.
Pedro.
Pedro, a ver si hay algún editor que se interese y quiera publicarlo. Abrazos.
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