martes, 11 de junio de 2013

RICARDO ÁLAMO, y 2

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Espectrofilia
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Todavía soy incapaz de refrenar la incipiente excitación con que me aviva cada una de las partes de su cuerpo: la envoltura perfecta, sedosa, casi líquida de sus extremidades; el fulgor de su cabellera cuidadosamente peinada, que cae como un manto de hilos de oro sobre sus hombros; la carnosidad opulenta de sus labios; el tenue perfil rosado de su cuello, o la turgencia ondulante de la doble luna de sus pechos. Por momentos, mientras estudio en silencio la magnificencia de su anatomía, me invade un sentimiento de malestar, de miedo, de tirantez, una sensación grávida de deriva que me lleva a perder la noción del tiempo.
Ante mí tengo una máquina impecable de carne, sangre, grasa y huesos, un ser insuperable, la acabada culminación de un proceso de años de azarosa evolución al que querría castigar a lametazos, abrazarme a todas sus curvas, cubrirla con movimientos acariciadores o sumergirme con un suspiro de júbilo en sus sinuosas oquedades. Pero, por desgracia, nada de esto me está permitido. La imagen fulgurante que contemplo, eventualmente, es mi propia imagen reflectada en un espejo de agua.........

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Sueños de guerra
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Apenas despuntan las primeras hilachas mandarinas del día, cuando el destacamento de Alabarderos de la Guardia del Virrey se encuentra ya formado en perfecto estado de revista. A su lado, en el flanco derecho, la Segunda Compañía de Infantería del Real Palacio –compuesta por dos capitanes, un teniente, un subteniente, un alférez, un ayudante, nueve sargentos, doce cabos, dos tambores, ciento ochenta y ocho soldados y diez artilleros- aguarda con firmeza, a pie de campo, la orden de combate. La inmovilidad es absoluta. Agonizan los últimos parpadeos nocturnos. No hay restos del vivac. Nadie vocea ninguna orden. Por debajo de las rodillas del calzón azul de los oficiales refulgen tímidamente las jarreteras, lo mismo que los alamares de plata. En general, casacas, chupas, medias blancas, sombreros acandilados, escarapelas y demás prendas guerreras flamean sus colorines sin una sola mácula polvorienta. Reina una atmósfera de tensión contenida. No hay nerviosismo. Cada uno de los rostros endurecidos de los combatientes pierde la mirada en un punto fijo. Frente a ellos, otro ejército de soldaditos de plomo como éste, aguarda en perpetua quietud la demorada orden de combate. Por el momento el azafrán de la luz del día se cuela poco a poco en las vitrinas, donde, desde hace años, las miniaturas descansan impertérritas. Son tropas que, en su apostura gallarda, aún guardan el alma plomiza de sueños imposibles de guerras que nunca, nunca, se declaran.
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* El cuadro es de Miguel Macaya y la foto de Elena Leiva.

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1 comentario:

checha dijo...

¿llega el tiempo a realizar sueños, o antes bien, será el tiempo no más que un sueño?.
A veces llego a confundir ambas cosas, con el inquietante anhelo de que una pequeña ranura de luz las distinga y separe en mi mente.
Enhorabuena. Muy bonitos los dos poemas.
Los soldaditos de plomo podrían convertirse en príncipes cascanueces!!