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Espectrofilia
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Todavía
soy incapaz de refrenar la incipiente excitación con que me aviva cada una de
las partes de su cuerpo: la envoltura perfecta, sedosa, casi líquida de sus
extremidades; el fulgor de su cabellera cuidadosamente peinada, que cae como un
manto de hilos de oro sobre sus hombros; la carnosidad opulenta de sus labios;
el tenue perfil rosado de su cuello, o la turgencia ondulante de la doble luna
de sus pechos. Por momentos, mientras estudio en silencio la magnificencia de
su anatomía, me invade un sentimiento de malestar, de miedo, de tirantez, una
sensación grávida de deriva que me lleva a perder la noción del tiempo.
Ante
mí tengo una máquina impecable de carne, sangre, grasa y huesos, un ser
insuperable, la acabada culminación de un proceso de años de azarosa evolución
al que querría castigar a lametazos, abrazarme a todas sus curvas, cubrirla con
movimientos acariciadores o sumergirme con un suspiro de júbilo en sus sinuosas
oquedades. Pero, por desgracia, nada de esto me está permitido. La imagen
fulgurante que contemplo, eventualmente, es mi propia imagen reflectada en un
espejo de agua.........
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Sueños de guerra
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Apenas
despuntan las primeras hilachas mandarinas del día, cuando el destacamento de
Alabarderos de la Guardia del Virrey se encuentra ya formado en perfecto estado
de revista. A su lado, en el flanco derecho, la Segunda Compañía de Infantería
del Real Palacio –compuesta por dos capitanes, un teniente, un subteniente, un
alférez, un ayudante, nueve sargentos, doce cabos, dos tambores, ciento ochenta
y ocho soldados y diez artilleros- aguarda con firmeza, a pie de campo, la
orden de combate. La inmovilidad es absoluta. Agonizan los últimos parpadeos
nocturnos. No hay restos del vivac. Nadie vocea ninguna orden. Por debajo de
las rodillas del calzón azul de los oficiales refulgen tímidamente las
jarreteras, lo mismo que los alamares de plata. En general, casacas, chupas,
medias blancas, sombreros acandilados, escarapelas y demás prendas guerreras
flamean sus colorines sin una sola mácula polvorienta. Reina una atmósfera de
tensión contenida. No hay nerviosismo. Cada uno de los rostros endurecidos de
los combatientes pierde la mirada en un punto fijo. Frente a ellos, otro
ejército de soldaditos de plomo como éste, aguarda en perpetua quietud la
demorada orden de combate. Por el momento el azafrán de la luz del día se cuela
poco a poco en las vitrinas, donde, desde hace años, las miniaturas descansan
impertérritas. Son tropas que, en su apostura gallarda, aún guardan el alma
plomiza de sueños imposibles de guerras que nunca, nunca, se declaran.
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* El cuadro es de Miguel Macaya y la foto de Elena Leiva.
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1 comentario:
¿llega el tiempo a realizar sueños, o antes bien, será el tiempo no más que un sueño?.
A veces llego a confundir ambas cosas, con el inquietante anhelo de que una pequeña ranura de luz las distinga y separe en mi mente.
Enhorabuena. Muy bonitos los dos poemas.
Los soldaditos de plomo podrían convertirse en príncipes cascanueces!!
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