viernes, 28 de junio de 2013

De `La más cruel de las certezas´, de Mario Pérez Antolín, 2

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Dicen que enloqueció de tanto mirarse por dentro, pero yo sé que otras fueron las causas: cuidaba un canario con verdadero esmero; en la tertulia de los domingos era recibido como un camarada; sus hijos, a los que apenas escribía, nunca faltaron en Navidad ni en sus cumpleaños; después de comer se daba un pequeño paseo con su viejo automóvil por los caminos de siempre. Estas cosas lo mantenían a flote, y, poco a poco, las fue perdiendo: el canario murió, disolvieron la tertulia, los hijos emigraron y no consiguió renovar el carné de conducir. Entonces supo que tenía que abandonar este mundo de una u otra forma, y el suicidio le acobardaba.
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Me he puesto a gritar en mitad de la calle. Algún transeúnte, después de alarmarse, puso cara de sorpresa y siguió caminando. La rutina urbana de las doce del mediodía continúa inalterable: el barrendero barre, el perro mea, el coche acelera, el policía patrulla… A nadie le importa que a mí no me importe nadie; en eso debe consistir la indiferencia que se cuela por los subterráneos y se pega a la suela de nuestros zapatos con la insistencia de un chicle mascado. Tengo que irme antes de que alguien considere mi protesta un desorden público, tan subversivo como el mal aliento, como el sabor a nicotina o como bostezar en un concierto. Si mañana otro hace lo mismo que yo, si yo mañana hago lo mismo que otro, si unos cuantos gritamos y al menos dimite el gobierno que se apropió indebidamente de la castidad de un lirio, habrá comenzado una revolución insignificante, las únicas que merecen triunfar.
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Solo no soy nada, me subsumo y me abismo, pierdo pie y me caigo, desaparezco y me borro. Reconcentradamente indistinto, igual de gastado que una fregona. Inútil incluso para lo mínimo. Junto a vosotros, en cambio, revivo, crezco, esponjo. En el pelotón se compacta la masa, toma forma la forma, la levadura hace subir el bizcocho. Menos mal que estoy dentro de esta bola de cebo, de este cardumen adiposo, de este rebaño de peces.
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El púgil de calzón verde noqueó a su adversario en el séptimo round. Hasta entonces el combate estuvo equilibrado. Intercambiaron golpes sin mayores consecuencias. «No te dejes acorralar por las hélices del gladiador, aduéñate del centro del ring y sube la guardia», dijo el entrenador antes de que algo parecido a un saco de órganos deshechos en una batidora industrial comenzara a recibir, entre abucheos, el castigo de la gloria.
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El mejor cobijo lo he encontrado debajo de los árboles frondosos. Las cúpulas de las iglesias me aplastan, a las casas les falta ventilación, en los puentes la humedad te cala los huesos y adentrarse en las cuevas supone pactar con la negrura. Solo cerca de la corteza de un árbol presiento el acogimiento de las madres.
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

No conocía el trabajo de Mario Pérez Antolín y me ha parecido indagador, inspirado y muy interesante. Gracias por el "soplo", mon cher Fernando; y mi enhorabuena calurosa y cómplice al autor
:-)))))))))))))

Ángel Zapata

Rosana Alonso dijo...

Yo también opino lo mismo respecto a los árboles.

Un autor muy interesante, como expresé en la primera entrada.