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Animal de fondo
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Peces, cucarachas, gatos,
hongos, serpientes y algunos humanos desorientados protagonizan los cinco relatos
de El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, Madrid, 2013), libro de Guadalupe Nettel que ha obtenido el Premio Ribera de Duero . Podría decirse que trata de los peculiares vínculos que una abogada,
un profesor de biología, una estudiante de doctorado, una violinista y un autor
de teatro establecen con los animales. Sin olvidar las relaciones de pareja ni los
complicados lazos familiares. Así, en la primera frase de “Felina”, pieza más
cercana al memorialismo que a la estricta ficción, se anuncia que “los vínculos
entre los animales y los seres humanos pueden ser tan complejos como aquellos
que nos unen a la gente”. Y quizá por eso el libro se llamara al principio Historias naturales, denominación ya
utilizada por Plinio el Viejo, Jules Renard, Primo Levi o Joan Perucho.
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En el primer cuento, que da título al libro, una
abogada cuenta su separación matrimonial tras el embarazo y nacimiento de su
hija, la pérdida del trabajo y la convivencia con una pareja de peces
combativos, cuya conducta parece asemejarse a la del matrimonio. Como el
proceso de desamor resulta convencional, es la relación entre los peces del
acuario la que aporta al relato cierta singularidad. La narradora observa obsesivamente
a la hembra, con quien se identifica, intentando entender su conducta, tarea en
la que acaba poniendo más empeño que en arreglar su matrimonio. Podría leerse,
pues, como una versión sofisticada, posmoderna, de los ancestrales antojos. Lo
curioso, sin embargo, es que la narradora termine mimetizando la conducta de los
peces.
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Guadalupe Nettel consigue dosificar la tensión, e incluso
genera expectativas que acaban cumpliéndose de manera poco convencional, como
cuando el marido parece querer confesar una infidelidad, pero le cuenta a su
esposa que el pez hembra ha muerto, simbólico anticipo del descalabro de la
pareja. Así, en el desenlace, la pecera exhala un olor putrefacto.
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“Hongos” es el cuento en el que
el rebuscamiento efectista llega más lejos y donde se relata la historia de un
adulterio previsible: él es un violinista y director de orquesta consagrado,
maniático, hipocondríaco e infeliz en su matrimonio; mientras que ella, también
músico y con una carrera ascendente alentada por el amante, se describe como una
mujer fantasiosa, obsesiva y miedosa. El efecto del cuento se concentra en la
infección que ambos comparten, “un escozor en la entrepierna”, que aunque primero
los une, finalmente los separa. La historia desemboca en el disparatado e
hilarante relato de los deseos de sus respectivos hongos y en el cuidado que le
dispensa al suyo la “asustada y adolorida” mujer. Con la protagonista
convertida en parásito del músico, imitando su estilo, cuando sus relaciones ya
han decaído y solo le queda el consuelo de seguir obteniendo de su sexo, con
los dedos, “las notas que Laval ha dejado en él”. Todo, como ven, muy estrambótico
y pasado de rosca.
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En el último cuento, “La
serpiente de Beijín”, lo que pudiera parecer una búsqueda de los orígenes acaba
convirtiéndose en un apasionado enamoramiento, contado con sutileza y acierto.
El narrador testigo, un hombre de casi 40 años, relata los cambios repentinos
que ha sufrido la conducta de su padre, un dramaturgo de origen chino y francés
de adopción, que en su primer viaje al país asiático se enamora de una joven
actriz, a quien promete sacar de allí. Cuando regresa a París, para intentar
olvidarla construye una especie de pagoda en lo alto de su casa, y compra una serpiente
ante el estupor de su mujer e hijo. Pero no será el venenoso anfibio, “símbolo
curativo en la tradición china”, quien los dañe, sino el recuerdo de la joven, que
debilitará al padre hasta convertirlo en “un muerto en vida”. La actriz, por
tanto, es la auténtica serpiente de Beijing. En esencia, se narra cómo un
hombre maduro se reencuentra con emociones que permanecían latentes en él, aunque
no hubieran aflorado hasta entonces.
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La unidad del libro se
sustenta no sólo en la relación especular entre la conducta humana y animal,
sino también en la tensión producida por la irrupción de lo anómalo en la vida
cotidiana y por las consiguientes reacciones de los personajes. Podría reprochársele
a la autora una cierta liviandad en la presentación y análisis de situaciones y
conductas. Con todo, se desenvuelve con indudable soltura en el género, conoce bien
sus singularidades, sabe dosificar el humor y la ironía, a la vez que pasa
discretamente de la tragedia a la comedia, ordena el material de la manera más
conveniente e incluso consigue relacionar elementos disímiles, mientras observa con perspicacia la conducta humana. Aun
así, a menudo se queda sólo en lo singular, sin penetrar más aceradamente en el
porqué de los comportamientos, abusa de lo extravagante y efectista o de las
obsesiones de los personajes. A Vila-Matas le debo el título de la reseña,
aunque él lo tomase prestado de JRJ.
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* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 8 de junio del 2013.
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* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 8 de junio del 2013.
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