miércoles, 26 de junio de 2013

De `La más cruel de las certezas´, de Mario Pérez Antolín, 1

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Se hacía de noche y teníamos que dejar Machu Picchu. Subimos al tren, que por alguna razón demoraba su partida. Al parecer, muchos campesinos pobres y vendedores ambulantes querían también acomodarse en los vagones, a pesar de no tener billetes. Bastantes vencieron la escasa resistencia de los revisores y la virulenta oposición de los pitucos, ocupando amedrentados los pasillos estrechos. Cuando cedí mi asiento a una anciana de rasgos incaicos para hacer ostensible mi simpatía por los indígenas y mi desprecio por los oligarcas, se oyó una voz tonante que dijo, alto y claro: «¡Españoles, misioneros de mierda!». Yo, agnóstico convencido, nunca creí que semejante imprecación me fuera a llenar un día de orgullo.
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Guarda siempre tus auténticas intenciones a buen recaudo y lejos del escrutinio general. Lanza un señuelo que exceda con mucho tus propósitos. Rebájalo después, en un acto simulado de generosidad, y aquello que antes de mala gana era admitido por los antagonistas, ahora se te agradecerá como un regalo. Siguiendo este truco, muchos reyes que querían deshacerse de los conspiradores dictaban su ejecución para conmutarla con posterioridad por la pena de destierro, y de esta manera eran considerados magnánimos en vez de crueles.
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Lo más terrible es que no hace falta ser un depravado para violar mujeres, secuestrar niños y arrasar aldeas. En la guerra basta con recibir el adiestramiento necesario y ponerse en situación; entonces un anodino oficinista de los Balcanes, un simpático mecánico de Oklahoma o un laborioso campesino de Uganda es capaz de hacer lo que jamás creyó que podría haber hecho.
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Chapotean las carpas en el pantano con el mismo entusiasmo que un bebé durante su baño diario. Yo no quiero pescar ninguna. Me conformo con observar el rito de apareamiento mientras el mirlo entona la balada nupcial. Cuando baja el nivel del agua, en el lecho quedan al descubierto lavadoras, neumáticos, escombros y sillas plegables: trastos inútiles que descansan sobre el légamo pegajoso, esperando que alguna de estas carpas idiotas comprenda su funcionamiento imposible.
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* La más cruel de las certezas, libro al que pertenecen estos textos, a caballo entre el aforismo y el microrrelato, ha sido publicado por la editorial Baile del Sol, 2013, con un prólogo de Victoria Camps. 
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2 comentarios:

Aurora García Rivas dijo...

Excelente prosa, es un placer leerla. Saludos

Rosana Alonso dijo...

Me han gustado mucho estos textos y los de la entrada dos del mismo autor. En unos se nos muestran maneras humanas y el lector concluye y en otros se reflexiona y se deja reflexionar al lector. En estos tiempos de mucho texto inane, se agradecen estas lecturas.