viernes, 6 de abril de 2012

Happennings en Berlín

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La capital alemana es, en muchos sentidos, una ciudad sorprendente. Ayer, por ejemplo, me crucé por la calle, delante de los almacenes KaDeWe, con el jugador internacional de balonmano Iker Romero, quien ahora juega en un equipo de la ciudad. Como hubiera dicho mi abuelita, iba hecho un indio... Pero hace un par de semanas, en esa misma tienda, me topé de pronto con la señora Merkel, que paseaba tan tranquila mirando bolsos de señora. Cuando levanté la cabeza para decírselo a mi acompañante, el gorila que la protegía, solo vi a uno, ya había clavado sus ojos en mí, por lo que se me pudiera ocurrir, con lo que inmediatamente desistí de decirle nada.  
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La otra noche, volviendo a casa en el tren, presencié una escena que me pareció admirable. Un joven emprendedor había fijado su bicicleta en el suelo, y tras acercarla a una de las paredes del vagón, se dispuso a arreglar una de las llantas allí mismo, con sus correspondientes herramientas (Doy foto por aquello de la verosimilitud). Durante las siete u ocho paradas que compartimos, no consiguió acabar con su labor. Pero me sirvió para comprender en qué consiste el llamado milagro alemán. Y ayer mismo, en el metro, una joven voluminosa, sentada frente a mí, en un momento dado, metió la mano en una bolsa que llevaba, no pequeña precisamente, y sacó un bote de desodorante, de formato ahorro. En un instante, se me pasó por la cabeza qué podría hacer con él. Y acerté, en efecto, pues la chica se abrió la camiseta y, sin temblarle el pulso, enchufó el bote a uno de los sobacos y se perfumó. Repitiendo la misma operación con la otra axila. La atmósfera se quedó impregnada de un olor más parecido a un insecticida que a extracto de pino... La gente que nos rodeaba se mostró impasible, ni la esfinge de Guizeh ha logrado alcanzar tal grado de hieratismo, por lo que resultó más llamativo mi asombro que el propio happening de la moza garrida, de la que siento no tener foto.
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Pero no acaba todo ahí; si tuviera que escoger lo más sorprendente que me ha ocurrido en estos últimos días, me quedaría con lo que presencié durante el intermedio de una ópera, en el Schiller Theater, ahora sede de la Staatsoper: una pareja de edad media que se había sentado en el foyer, se colocó unas servilletas encima de las rodillas, y -ni corta ni perezosa- extrajo de una pequeña bolsa una tartera y un termo, disponiéndose a cenar tranquilamente.
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Aquí, es cierto, no hay Semana Santa. Ni podemos disfrutar de las procesiones, ni admirar a los penitentes, ni oír las bandas de tambores y cornetas, como tampoco tenemos a unos pobres regulares o legionarios que echarnos a la boca, pero qué duda cabe de que los habitantes de esta ciudad suelen dar a menudo mucho de sí. 
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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9 comentarios:

elzo dijo...

Qué gusto los que veis mundo.

Susana Camps dijo...

Me ha hecho pasar un buen rato, esta entrada (sobre todo, la escena del desodorante) que habla de un sentido práctico ajeno al mundo mundial, pero también de un observador ágil y mordaz. Gracias por las sonrisas, escasean.
Abrazos

Francesc Cornadó dijo...

Berlín es ciertamente una ciudad sorprendente y agradable, de no poder vivir junto a nuestros olivos mediterráneos escogería sin duda la capital alemana.
Salud
Francesc Cornadó

Arte Pun dijo...

Qué buena crónica Fernando, me gusta tu punto de vista. Gracias por mostrarlo. Y creo que encierra bastante enseñanza.

Abrazos

Isabel dijo...

No he podido evitar preguntarme ¿qué hubiera dicho la España casposa de haber visto a una andaluza hacer lo mismo?

Se agradece este paseo tan particular que nos ofreces.

Saludos cordiales a los dos.

Betlem Aguiló dijo...

El secreto está en saber mirar y escuchar atentamente. El mundo está lleno de sorpresas y de historias pequeñas, como éstas que tú nos has contado tan bien. Muchos besos y feliz primavera.

Esther Andradi dijo...

Genial Fernando...! Qué suerte que compartes tu mirada de asombro frente a la vida cotidiana de esta ciudad. Hace mucho que vivo acá y sin embargo siempre me sorprende esta ciudad. Abrazos!

María Daniela Lescano dijo...

Estuve viviendo en Berlín un tiempo y puedo dar fe de que así es. Quizás a uno de nosotros jamás se le pasaría por la cabeza "higienizarse" en público, como lo hizo la señora del tren. Evidentemente, en varios puntos compartimos códigos diferentes. En fin, bella ciudad, atrapante, magnífica.

Anónimo dijo...

mmmm... me parece que ese de la bici soy yo... ah, no, no, solo me parezco un poco. De todas formas, por tu crónica nos debemos haber cruzado alguna vez... estaré atento a algún español que abra mucho los ojos...
Te envío un saludo.