miércoles, 25 de abril de 2012

¿Monederos falsos?

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En 1925 André Gide publicó su novela Les Faux-monnayeurs, que en España se tradujo literalmente como Los monederos falsos. La primera versión española, al cuidado de Julio Gómez de la Serna, es de 1934, versión luego reproducida en infinidad de ocasiones, tanto en diversas ediciones hispanoamericanas, argentinas, como españolas. Pero en los años treinta los lectores de Gide en castellano, a uno y otro lado del océano, sabían que un monedero falso no era otra cosa que un falsificador.   
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Ahora, acaba de aparecer, en Alba y RBA, una nueva versión de la novela de Gide, con el título más exacto de Los falsificadores de moneda, al cuidado de María Teresa Gallego Urrutia, quien -por cierto- no figura en la cubierta de ninguna de ambas ediciones. Quizá porque en 1934 los lectores sabían qué eran los monederos falsos pero hace ya unas cuantas décadas que apenas nadie entiende a qué se refiere dicha expresión, haya llegado el momento de aclarar el título.
Buena prueba, literaria, de lo que os digo es que cuando en 1931 Mihura escribe Tres sombreros de copa, en el tercer acto utiliza la mencionada expresión, lo que nos lleva a pensar que para entonces era de uso habitual y que los espectadores entendían perfectamente de qué se les hablaba. Todas las eds. de la pieza de Mihura, con buen criterio, anotan la expresión al sospechar que muchos lectores actuales no van a entender a qué se refiere.
Bienvenida sea, pues, la traducción precisa del título de Gide. Otra cosa es que los lectores acaben aceptándola, algo que no se ha conseguido con, por ejemplo, La metamorfosis/La transformación, de Kafka, tal como intentó Jordi Llovet. Y, sin embargo, el escritor Luis Magrinyà, director de Alba Clásica, quien no ha dudado en este caso en apoyar el cambio de título, reconoce que sigue utilizando el primitivo. Yo apuesto por que en esta ocasión sí va a cuajar el cambio. ¿Qué os parece a vosotros?      
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* La cubierta de la ed. de Biblioteca Nueva es de Arturo Ruiz-Castillo. 
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18 comentarios:

Manuel Rebollar Barro dijo...

Ah, el problema de las traducciones. Al no ser una obra muy conocida (al menos no tanto como la de Kafka) no creo que haya problema y, probablemente, cuajará esta forma de llamarla. Con Kafka es imposible, del mismo modo que tampoco prosperó la de Wilde "La importancia de llamarse Ernesto"; y eso que ya en el título se pierde el juego de palabras que sí tiene el original ("The importance of being Earnest") y que Alfonso Reyes intentó reproducir con un acertado "La importancia de llamarse Severo" sin éxito. Cuando un título queda tatuado en el imaginario colectivo, ahí permanece a pesar de lo inapropiado que pueda ser.

Saludotes

lamarée dijo...

La traducción es otra obra, y todas las obras son traducciones, así en general, y precisamente la fidelidad no entra en la mente de un autor que se precie un poco en este sentido,no demos más vueltas a un tema que la historia del arte nos deja claro. Ah¡ casi debe incluirse en este colectivo de "traiciones" a las máquinas, y están programadas por un hombre que quizá algún día también quiera que se le incorpore en la SGAE, y podrá votar en elecciones un poco más,si cabe,conflictivas. Cabe recordar que el que conduce el helicóptero de una sesión fotográfica tiene derechos de autor. Pues así,todo.

Susana Camps dijo...

El éxito del error: una reflexión muy interesante, poética y socialmente hablando. Que la imperfección del traductor llegue antes al público que la enmienda (en este caso, a pesar de captar y jugar con el significado) a mí me habla de humanidad, de emotividad, y de todos esos laberintos inexplicables que llevan a veces al éxito de una tendencia o moda no dirigida. ¿Quizá tenga algo que ver con ese sector del cerebro que gusta de la impostura, por ejemplo? ¿O que devora falsas biografías? Igual me voy más lejos que un globo suelto, pero para mí es una licencia que sirve de válvula de escape a quien se sabe imperfecto.

Pablo Gonz dijo...

A mí los falsificadores de monedas me suena redundante. Sé que se pueden falsificar otras cosas (por ejemplo perfumes) pero creo que con "Los falsificadores" habría sido suficiente.
Un fuerte abrazo,
PABLO GONZ

LPO dijo...

Cuando leí la novela de Gide me incomodaba no poder perder de vista que 'monederos' es como llamamos al objeto donde guardar y llevar monedas. Como cuando se llama 'tenedor de libros' a un contable, y no podemos evitar pensar en cuberterías.
Lo que causa extrañeza (por no decir que chirría) debe evitarse si no es un efecto deliberado.

Fernando Valls dijo...

Luis, qué te parece la cubierta de Ruiz Castillo. Abrazos.

LPO dijo...

El dibujo tiene un primitivismo que me gusta, Fernando, y el que las letras estén hechas a mano realza la fuerza expresiva.
Ahora bien, considerándolo como portada de la novela, quizá no la sugiera bien. Aunque la leí hace 30 años y no la encontré memorable, creo recordar que era una pieza más bien sofisticada, con planteamientos metaliterarios, y que la mayoría de los protagonistas eran masculinos, así que no resulta portada representativa, que digamos. Parece aproximarse más la de Alba.

Fernando Valls dijo...

Completamente de acuerdo, Luis. Quizá Ruiz Castillo la hizo sin leer siquiera el libro. Gracias y un abrazo.

LPO dijo...

Quién sabe, Fernando, a lo mejor al pobre artista le pagaban mal o le faltaba tiempo para leerse el libro, pero tiene peor excusa el editor si tampoco lo leyó.
Un abrazo, amigos.

Fernando Valls dijo...

Luis, Arturo Ruiz-Castillo fue un personaje interesante, hijo del editor de Biblioteca Nueva, José Ruiz-Castillo, fue director de cine y teatro, documentalista, y uno de los fundadores de La Barraca. Y trabajó como director artístico en la editorial de su familia.
Saludos.

LPO dijo...

¡Ja ja, entonces es que le pagaban demasiado bien!
Fuera bromas, y tras reconocer la ignorancia evidenciada por mi anterior comentario, no cambia lo inadecuado de la portada en cuestión.
Gracias por ilustrarme, Fernando: no sabía que Biblioteca Nueva fuese de su familia.
Lo curioso, considerando su estilo artístico, es que Ruiz C. fuese licenciado en Ciencias Exactas.
Y su largometraje barojiano "Las inquietudes de Shanti Andía" tiene que ser también curioso (en FilmAffinity figura con 5,4 puntos, pero a partir de sólo 12 votos, y sin ninguna crítica).

Fernando Valls dijo...

Discúlpame, Luis, todo esa información tendría que haberla dado con la entrada. Aprovecho la ocasión para recomendar el libro de su padre: `El apasionante mundo del libro. Memorias de un editor´. Un abrazo.

LPO dijo...

Estoy encantado de haberme asomado al interesante personaje gracias a tu pista, Fernando.
Antes de la actual sofisticación técnica, las portadas tenían gran fuerza expresiva, gracias a los contundentes dibujos. La de la edición que hizo Kurt Wolff del aquí mencionado "Die Verwandlung" (así lo cito para no tradittare) es apabullante, ¡y sin escarabajos ni insectos!
Un abrazo

सुभाष यादव dijo...

No sé que piensas sobre "El Guardián Entre el Centeno" traducción literal de la obra "The Catcher in the Rye."Cuándo escuché por primera vez el título en español me dio pena sobre la traducción literal porque ya había leído la versión inglesa que no tiene nada que ver con la palabra Rye o Centeno.

Hay bastante obras así mal traducidas.

Fernando Valls dijo...

Ese título, Subhas, ha sido muy discutido, entre otras razones porque en español no significa nada. La pregunta es cómo traducir el título de Salinger. Pero sea así, o de otra manera, debe escribirse con minúsculas: `El guardián entre el centeno´. ¿Nos propones una alternativa mejor? Gracias y saludos.

LPO dijo...

Complicadísimo, porque el título sale de una visión sofisticada de Caufield en un concreto pasaje, y además el término 'catcher' pertenece a la terminología del béisbol. La traducción literal lo vuelve aún más exótico.
"El cazador oculto", que se utilizó en alguna edición española, no parece bueno porque la figura aludida no se dedica a cazar niños sino a salvarlos de precipitarse por un abismo.
Atendiendo al sentido, la cosa iría por "El recogeniños", o "El salvaniños", pero quedarían raros...

Unknown dijo...

Leyendo el "aprendiz de conspirador" de Pio Baroja (memorias de un hombre de acción), me encontré con este texto "...Los chicos del barrio solían decir que aquella casa amarilla era misteriosa en extremo; algunos
aseguraban que en ella había duendes; otros afirmaban que
monederos falsos;
pero los más enterados decían que era uno de los puntos de cita de los masones."

Gracias a vosotros, ahora le encuentro sentido.

Mario Granda dijo...

Y por qué no dejarlo solamente como "Los falsificadores"? El "de moneda" bien podría salir y así permite que el concepto de "falsificación" tenga más importancia. "Los falsificadores de moneda" me parece muy largo. Además, ahora no solo se falsifica la moneda sino los billetes, las tarjetas de crédito, etc., etc. Sería esta una forma de actualizar el título aún más.