Blue velvet
Yo tocaba el terciopelo:
era áspero cuando pasaba la mano para un lado
y suave cuando la pasaba para el otro.
era áspero cuando pasaba la mano para un lado
y suave cuando la pasaba para el otro.
Silvina Ocampo, “El vestido de terciopelo”
.......Modelo 1
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Se trata de caminar
siempre por las mismas baldosas, pisando una cada tres. El que pisa al costado,
pierde. El que pisa las del medio (la número uno, la número dos), pierde. El
camino correcto está en las terceras baldosas; alrededor, y sobre todo en el medio,
el tembladeral y los hormigueros, porque lo que parece a primera vista una
baldosa igual que las demás, con ese engañoso brillo, o con ese ingenuo diseño
acanalado, es en realidad la puerta-trampa del infierno.
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Modelo 2
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Vestía de negro, porque estaba de duelo por la reciente muerte de su padre. Así iba vestida a la escuela, con el uniforme reglamentario, pero teñido de negro, por permiso especial de la dirección. Impecable el peinado, impecables las manos, arrugaditas y finas, con las uñas pulidas y cortas. No necesitaba estudiar las lecciones: ya las sabía, porque desde muy niña había leído todos los libros de la biblioteca de su padre, que era vasta. Jamás levantaba la mano para responder una pregunta de una profesora, pero cuando pasaba al frente, disertaba sobre cualquier tema, con la solvencia de un académico. Trataba a sus compañeras con divertida condescendencia, y a las profesoras con irónico desprecio. Se le permitía todo lo que en otras se castigaba, como retirarse a cualquier hora, llegar tarde, o no participar de las clases de gimnasia. En la capilla de la escuela, podía estar horas con los brazos en cruz y la mirada fija en un punto distante, en estudiada actitud de contemplación mística. Después se supo que sedujo y estafó a su tutor, y que huyó a otra provincia con un joven profesor de física, a quien después abandonó por un juez de la nación, y que un río se llevó su cuerpo pálido corriente abajo, con el pelo entretejido de flores y algas, como Ofelia.
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Modelo 2
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Vestía de negro, porque estaba de duelo por la reciente muerte de su padre. Así iba vestida a la escuela, con el uniforme reglamentario, pero teñido de negro, por permiso especial de la dirección. Impecable el peinado, impecables las manos, arrugaditas y finas, con las uñas pulidas y cortas. No necesitaba estudiar las lecciones: ya las sabía, porque desde muy niña había leído todos los libros de la biblioteca de su padre, que era vasta. Jamás levantaba la mano para responder una pregunta de una profesora, pero cuando pasaba al frente, disertaba sobre cualquier tema, con la solvencia de un académico. Trataba a sus compañeras con divertida condescendencia, y a las profesoras con irónico desprecio. Se le permitía todo lo que en otras se castigaba, como retirarse a cualquier hora, llegar tarde, o no participar de las clases de gimnasia. En la capilla de la escuela, podía estar horas con los brazos en cruz y la mirada fija en un punto distante, en estudiada actitud de contemplación mística. Después se supo que sedujo y estafó a su tutor, y que huyó a otra provincia con un joven profesor de física, a quien después abandonó por un juez de la nación, y que un río se llevó su cuerpo pálido corriente abajo, con el pelo entretejido de flores y algas, como Ofelia.
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Escolio
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Hay una pintura del alto
renacimiento alemán que muestra la Crucifixión de Cristo, y en un costado,
agazapado, un demonio de grandes ojos amarillos mirando hacia afuera del
cuadro, hacia el lugar donde esos enormes ojos de espanto se encuentran con los
del contemplador. Hay una foto de la niña Ofelia sentada sobre las rodillas de
su padre que produce el mismo efecto. El hombre, de levita negra, anteojos
redondos y cuidado bigote gris, está leyendo un libro, sentado en un sillón de
alto respaldo. En el fondo, se ve parte de una biblioteca que probablemente
cubra toda la pared a la que se encuentra adosada. El caballero sostiene a la
niña sobre sus rodillas sin tocarla ni prestarle la menor atención. Hay madonas
que sostienen al niño Jesús con la misma sobria indiferencia. La niña mira el
libro que el padre lee; tal vez ella también lo esté leyendo. Sobre el
escritorio, a la derecha, descansa un puñal toledano, que se aprecia bien en la
foto porque la niña levanta apenas la empuñadura con su mano, como si quisiera
mostrarlo a la cámara. Por la fecha que se registra en el reverso, pudo saberse
que la foto fue tomada dos días antes del suicidio del padre, en la misma
habitación, mediante la técnica tradicional japonesa del seppuku.
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* Graciela
Tomassini (Rosario, Argentina, 1949) es una reconocida especialista en los estudios de la minificción, sobre todo de la argentina, pero ahora la presentamos aquí como autora de narrativa brevísima, una faceta para mí, de momento, desconocida. Se doctoró en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) con una tesis sobre los cuentos de Silvina Ocampo, titulada El espejo de Cornelia (1995). Forma parte del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de
Rosario y ha publicado libros
como Comprensión lectora y producción textual. Minificción hispanoamericana
(1998), Juan Filloy: Libertad de palabra
(2000) y Reconfiguraciones. Estudios
críticos sobre narrativa hispanoamericana de fin de siglo (2006), en
colaboración con S. M. Colombo.
* Fragmento de un cuadro de John Millais.
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9 comentarios:
El cuadro de Millais es "Ophelia"
qué hermoso, graciela! leo como si te escuchara: cada palabra tiene el timbre de tu voz y el tono de tu sensibilidad...
Los tres son hermosos, pero el primero me parece perfecto. No me asombra esta nueva faceta de Graciela, todo lo que ella hace lo hace bien. Felicitaciones.
Raúl
Colaboro con un emotivo enlace
http://www.youtube.com/watch?v=3jkeFiunMds&feature=related
Saludos cordiales, siempre
Bellísima y muy cuidada forma de relatar tres escenas que Graciela consigue que veamos perfectamente.Enhorabuena.
Brillantes, todas.
"Modelo 1" es perfecta. Tiene la fuerza de lo conciso: cada palabra transmite un peso terrible.
Me parecen tres piezas delicadas, con un lenguaje cuidado y originales en fondo y forma. Un gusto leerlas
Excelente, como todo lo que hace Graciela. La narrativa de sus historias tiene la sensibilidad de su humanidad y la perfección de su profesionalismo.
Publicación que amerita estos comentarios, sin duda. Tuve la dicha de conocer a Graciela en el ámbito académico, fui testigo y cómplice de su histrionismo profesional en las aulas, de su "voz y el tono de [su] sensibilidad..." Su legado en mí y en muchos es inmesurable, se lo agradezco aquí y siempre. Una gran profesional, crítica exclusiva, y una gran persona en serio.
Los tres ejemplares muy buenos, el primero, mi favorito.
Slds.
D.-
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