El caso es que esta tarde, viendo a Contador subir el Angliru, dejando atrás, casi uno a uno, a todos sus rivales, de Sastre a Valverde (hoy sí ha estado al nivel que se espera de él), he vuelto a tener la impresión de que nos encontramos ante otro de esos grandes ciclistas españoles que harán historia. Este año, de forma incomprensible, no le dejaron participar en el Tour, tras ganarlo en el 2007, y su respuesta a los burócratas del ciclismo ha consistido en triunfar en el Giro y dejar la Vuelta casi sentenciada.
Lo malo, y no es la primera vez que ocurre, es tener que luchar también contra los elementos, hacer los durísimos últimos kilómetros de la ascensión al puerto, protegido por la guardia civil, literalmente, que con más empeño que éxito, intentaba resguardar a los corredores de los empujones, palmetadas en la espalda, gritos y gestos extemporáneos de admiración de unos aficionados, disfrazados de ciclistas, casco incluido, que por su comportamiento más parecían haberse quedado en los primeros estadios de la evolución... ¿No son capaces de comprender acaso que los ciclistas tienen más que suficiente con las dificultades propias de la ascensión, para tener que añadirle alguna más? ¿No habría modo de evitar este penoso espectáculo? De lo que se trata es de que los corredores superen las dificultades previstas, sin tener que contar entre ellas sortear a los infinitos latosos, seamos caritativos, que les salen al paso, jalean y escoltan, envueltos en banderas o de paisanos, con o sin mochila a la espalda. Quin personal!
2 comentarios:
¡Divertido comentario sobre latosos en el deporte!
(:
Creo que tu queja está más que justificada, y la denuncia de esa lamentable situación (que todos los deportes de masas arrastran a su manera) es necesaria. Pero me vas a permitir que me ría, recordando a “El Tricicle”, en su espectáculo “Slastic”, cuando el orondo ciclista de la bicicleta estática, ansioso por perder un par de kilos, sortea en su sprint a vendedores de alfombras, cazadores de autógrafos y cocineros de spaguetti. Supongo que la genialidad de aquel montaje dejó en un segundo plano la velada crítica a todos esos imponderables.
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