domingo, 15 de noviembre de 2009

Plácido Domingo en Berlín

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Éstas han sido las semanas de Plácido Domingo en Berlín, en loor de multitudes. El pasado día 7 estrenó en la Staatsoper Simón Boccanegra, ópera de Verdi, dirigida por Baremboim, y el día 9, durante las celebraciones por el aniversario de la caída del Muro, acompañado por la Staatskapelle, la orquesta de la citada ópera, dirigida por su titular Daniel Barenboim, cantó en la Pariser Platz, bajo la protección de una carpa, la marcha popular "Berliner Luft" ("El aire berlinés"), pieza que forma parte de la opereta Frau Luna (1899), de Paul Lincke, y que se ha convertido en una especie de himno oficioso de la ciudad. Aquí les dejo la actuación para que puedan verla.
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De igual modo, el 4 de noviembre había dado un concierto benéfico en la Filarmónica destinado a recaudar fondos para la remodelación de la citada ópera de Unter den Linden. Pero vayamos por partes.
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El tenor español, que cuenta con 68 años, llenó el teatro, convocando a un público variopinto, como lo es siempre el berlinés, aunque en esta ocasión primaran los elegantes, quienes se habían vestido con sus mejores galas, sostenían una copa de vino, con ese mismo estilo que nos enseñaron los pintores expresionistas, y masticaban concienzudos una rica Brezel (la típica rosquilla lugareña) como si fuera pan de ángel. Las señoras lucían curiosos tocados en la cabeza, ropas con lentejuelas y lamé, además de escotes generosos, con la espalda al aire, hasta la cintura, a la ultísima moda, y estolas y bisones; mientras que los caballeros, siempre dando menos juego a los cronistas de salones, junto a las pajaritas habituales, habían recurrido a sus mejores chalecos de fantasía. Tampoco faltó algún que otro joven hecho un indio, en frase memorable de nuestras abuelitas, quien intentaba hibridar, con dudosa fortuna, unas zapatillas de deporte, un sombrerito a lo Cantinflas, que no se quitó hasta sentarse en la butaca, y un pañuelo azul claro en el cuello. Los acomodadores, jóvenes y jóvenas (de nada, Bibiana), vestían de rojo y negro, con elegante discreción.
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El caso es que Plácido Domingo consiguió anoche poner en pie al público de la Staatsoper berlinesa con su interpretación del corsario enamorado, Dux y padre, Simón Boccanegra, primer papel de su carrera en el que canta como barítono. En el entreacto se nos advirtió que el cantante llevaba dos días resfriado, pero a pesar de todo la representación transcurrió con normalidad y el público lo premió con tantos y tan calurosos aplausos que tuvo que salir a saludar en múltiples ocasiones. Incluso el maestro Barenboim, al que ya saben el amor incondicinal que le profesan los berlineses, supo quedarse en un discreto segundo lugar, cediéndole todo el protagonismo al cantante español. Está previsto que el montaje viaje en abril y mayo del 201o a la Scala de Milán, aunque también podrá verse en Basilea y Nueva York.
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Simón Boccanegra, de Verdi, obra compuesta por un prólogo y tres actos, con libreto de Francesco Maria Piave, está basada en una pieza del dramaturgo romántico español Antonio García Gutiérrez. Se estrenó en el Teatro de la Fenice, de Venecia, en 1857. Pero en 1881, dada la confusión del libreto, lo revisó Arrigo Boito y volvió a estrenarse, en la versión que acostumbra a representarse hoy, en La Scala de Milán, en 1881. La acción transcurre en la Génova del siglo XIV, en el período en que el corsario protagonista se convierte en Dux, enfrentándose a las familias patricias. Verdi se reiventa la figura histórica del pirata y lo convierte en un adalid de la concordia y de la unidad italiana, y hasta aduce, en un momento dado, la existencia de una carta de Petrarca para sustentar sus ideas. Pero junto a la trama política, transcurre otra sentimental, folletinesca, de amores, encierros, desapariciones y anagnórisis, odios africanos y reconciliaciones perpetuas. No quiero dejar de decir que en el montaje que vi el viernes en la Staatsoper, al lado de Plácido Domingo se lucieron, no pienso moderar el adjetivo, Anja Harteros, Kwangchul Youn y Fabio Sartori, buen cantante, aunque el papel de Adorno no fuera el más adecuado para él.
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Empiezo a pensar que cuando me jubile quizá pueda ganarme la vida como cronista de salones, aunque sólo sea porque es lo más cerca que puedo sentirme de Proust.
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* En la primera foto, Plácido Domingo aparece con la cantante alemana de origen griego Hanja Harteros, durante la representación de Simon Boccanegra, y en la segunda con Daniel Baremboim.
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5 comentarios:

Miguel A. Lama dijo...

Sí se activan, Fernando. Eso creo. Es una prueba. Un saludo.

Txell Sales dijo...

Yo no sé si tanta celebración es una hipocresía. Estaba viviendo en Berlín cuando cayó el muro. Lo levantaron en una noche y lo demolieron también en una noche. Y una de las primeras consecuencias fué que los profesores de la universidad del este fueron sustituidos por los del oeste. La ciudad paradisíaca porque era una ventana a la Alemania Oriental, dejó de serlo. Las casas ocupadas que funcionaban divinamente también fueron desmanteladas y a los orientales se les hacía hacer largas colas para obtener cien marcos. Recuerdo un cantante de ópea oriental que me visitó con el dilema de si compraba diferentes clases de quesos o música. La unificación se hizo de manra brusca y brutal. En cambio, en televisión todo era alegría y emoción. En un país donde la gente tenía unos mínimos y las necesidades básicas resueltas y no había drogas (alcohol, sí)les dieron la gran libertad capitalista. Ya podían leer a Nietzsche

Fernando Valls dijo...

Txell, la pregunta es si se podía haber hecho de otra manera, con Francia e Inglaterra en contra. Con todos los inconvenientes e injusticias que ha acarreado, la respuesta me parece que es NO.

Eva Peña dijo...

¿Os habéis fijado en que el británico Brown no daba palmas cuando el resto de dirigentes lo hacían?
Y qué cara de felicidad tenían algunos... sólo por eso merece la pena, ¿no?
La canción es muy emotiva, típica pieza llamada a ser un himno.

Yo soy fan de Domingo, aunque el vídeo que has colgado no es el mejor para apreciar sus cualidades, sino para comprobar el gran y húmedo ambiente de la fiesta.

Gracias por la detallada crónica social, te ha faltado añadir alguna foto de esos escotes, tocados y coloreados chalecos.

Fernando Valls dijo...

Eva, no se me ocurriría ir a la ópera y hacerle fotos a los escotes y tocados de las señoras, y muchos menos aún me atrevería a fotografiar los chalecos de los caballeros.
La mejor imagen no lo conté. Consiste en ver legar a la ópera a una joven con un elegante vestido granate, que casi le llega a los pies, en bicicleta... Si me hubiera atrevido a sacarle una foto, me hubiera sentido como Cartier Bresson. En fin.