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Pero el 25 de marzo de 1976, un día después de producirse el Golpe de Estado, fue detenido en su casa de La Rioja. Tras quedar en libertad se exilió definitivamente a España. Allí trabajó en una fábrica de maquetas para poder subsistir. Durante su exilio publicó la novela El vuelo del tigre (Legasa, Madrid, 1981) que había escrito y enterrado en La Rioja, Libro de navíos y borrascas (Legasa, 1983), Tres golpes de timbal (Alfaguara, Madrid, 1989) y su obra póstuma, el libro de relatos de Un silencio de corchea (KRK, Oviedo, 1999). En 1985 recibió el Premio Juan Rulfo por su cuento “Relato del halcón verde y la flauta maravillosa”. Además, dirigió talleres literarios y participó en cursos, conferencias y encuentros de escritores. Cultivó también la crítica literaria en el diario El Mundo, de España. Murió en Madrid el 1 de julio de 1992. Durante sus años en España tuvo que luchar contra la indiferencia de las editoriales y el público lector, intentado solventar, además, los problemas linguísticos que se le creaban, con la supersposición de las dos variedades del castellano. En el 2005 apareció en Buenos Aires su novela ¿Dónde estás con tus ojos celestes? (2005), cuyo título proviene de la canción “La pulpera de Santa Lucía”.
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"Heliotropos"
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El hombre es bípedo y andante por error biológico. De lo contrario, volaría. La evolución tiende a las congruencias, y el volar con naturalidad hubiera sido una de ellas. Todo estaba preparado para ese brillante comienzo. Porque volar era lo suyo. Una oportunidad única que le daba el Tiempo, entonces lento y generoso.
Por error o inclinación, prefirió el largo y tortuoso hecho de erguirse para reptar como un inválido (está a la vista que caminar sólo con dos pies es una de las costumbres más absurdas y antiestéticas) recorriendo el planeta, que, de paso, depredó escrupulosamente. A partir de entonces, el resto de los vivientes le llamó Dos Patas, triste nombre con el que lo reconoce la memoria biológica.
Pegado a la Tierra, a la que, por su naturaleza de evadido, no pertenece cabalmente, su comportamiento, debido a esta circunstancia, es el de un parásito, o como el de un pequeño y pernicioso gusano del universo, según la vio la implacable lupa del irlandés Jonathan Swift.
La Tierra estaba lista, como un regalo del tiempo en su primer milenio, para ser el descanso del vuelo, la mesa tendida llena de alimentos, un árbol en el diluvio. Pero él prefirió convertirla en cárcel, y como tal la ama, aunque a veces, en sueños, añora los espacios planetarios.
Cada vez que es consciente de la pérdida, dice que aquí abajo tiene como sustituto el consuelo del amor, y lo esgrime como respuesta a esa carencia fundamental. Ignorante de que en el espacio hubiera tenido acceso a esas casi increíbles mujeres descubiertas por el poeta y astrónomo argentino Oliverio Girondo, que hacen el amor en vuelo y que cada mañana, mientras desayunas terrícolamente, si te asomas un poco a la ventana puedes ver haciéndote señas desde las nubes bajas invitándote a un regreso.
Para cazarlas inventó unos sucedáneos metálicos del vuelo, de los que ellas huyen asustadas y como olas que desde la playa se alejasen mar adentro.
Acuciado por la nostalgia del paraíso perdido, últimamente construyó artefactos capaces de viajar por el cosmos. En el espacio, que pudo ser del hombre para siempre, estos pergeños, con o sin astronautas, actúan como intrusos.
En sueños, estos hombres que perdieron el espacio pueden a veces ver la Tierra-Jardín como desde lejos, ostentosa de mares azules mezclados con crepúsculos, salpicada por ínsulas extrañas, aguas súbitas, flores espasmódicas y mujeres en vuelo.
Y además verse a sí mismos, muy por encima de ese globo envuelto en luz, tal como hubiera podido ser, flotando, volando, renaciendo, arriba y abajo, como enormes mariposas transparentes y con consentimiento de los grandes heliotropos.
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Hoy damos la primera entrada, de un conjunto de tres, en las que le rendimos Homenaje al escritor argentino Daniel Moyano. En cada una de ellas aparecerá un microrrelato del autor, sólo publicados hasta ahora en La Nueva España, de Oviedo, pues fueron un regalo que el escritor le hizo a Carmela Greciet, quien, junto a Ángeles Prieto Barba, colabora en estas entregas. Las fotos son cortesía de Óscar Sipán, de la editorial Tropo.
.....El escritor Daniel Moyano nació en Buenos Aires, el 6 de octubre en 1930, aunque pasó su infancia en Córdoba, donde se formó intelectualmente. Sus antepasados provenían de Italia, Brasil y España, sin que le faltaran unas gotas de sangre india. En 1959 se trasladó a la provincia de La Rioja, en el noroeste argentino donde se inició en el periodismo, como corresponsal del diario Clarín y colaborador de la revista Primera Plana. Fue, además, profesor en el Conservatorio Provincial de Música y violinista de su Cuarteto de cuerda y de la Orquesta de Cámara de esa institución....
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Entre 1960 y 1974 publicó varias colecciones de cuentos, como Artistas de variedades (1960), El rescate (1963), La lombriz (1964), El monstruo y otros cuentos (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967), El fuego interrumpido (Sudamericana, 1967) y El estuche de cocodrilo (1974); así como las novelas Una luz muy lejana (Sudamericana, 1967), en la que intentaba explicar lo que los años de Córdoba habían supuesto para él; El oscuro (1968), con la que obtuvo el premio Primera Plana, cuyo jurado estaba compuesto nada menos que por Leopoldo Marechal, Augusto Roa Bastos y Gabriel García Márquez; Mi música es para esta gente (Monte Ávila, Caracas, 1970), El trino del diablo (Sudamericana, 1974; reeditado por Tropo). Son narraciones que se ocupan de las migraciones del campo a la gran ciudad, de los problemas que acarrea el desarraigo y la marginación, la falta de estabilidad y la persecución de la identidad.
....Entre 1960 y 1974 publicó varias colecciones de cuentos, como Artistas de variedades (1960), El rescate (1963), La lombriz (1964), El monstruo y otros cuentos (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1967), El fuego interrumpido (Sudamericana, 1967) y El estuche de cocodrilo (1974); así como las novelas Una luz muy lejana (Sudamericana, 1967), en la que intentaba explicar lo que los años de Córdoba habían supuesto para él; El oscuro (1968), con la que obtuvo el premio Primera Plana, cuyo jurado estaba compuesto nada menos que por Leopoldo Marechal, Augusto Roa Bastos y Gabriel García Márquez; Mi música es para esta gente (Monte Ávila, Caracas, 1970), El trino del diablo (Sudamericana, 1974; reeditado por Tropo). Son narraciones que se ocupan de las migraciones del campo a la gran ciudad, de los problemas que acarrea el desarraigo y la marginación, la falta de estabilidad y la persecución de la identidad.
Pero el 25 de marzo de 1976, un día después de producirse el Golpe de Estado, fue detenido en su casa de La Rioja. Tras quedar en libertad se exilió definitivamente a España. Allí trabajó en una fábrica de maquetas para poder subsistir. Durante su exilio publicó la novela El vuelo del tigre (Legasa, Madrid, 1981) que había escrito y enterrado en La Rioja, Libro de navíos y borrascas (Legasa, 1983), Tres golpes de timbal (Alfaguara, Madrid, 1989) y su obra póstuma, el libro de relatos de Un silencio de corchea (KRK, Oviedo, 1999). En 1985 recibió el Premio Juan Rulfo por su cuento “Relato del halcón verde y la flauta maravillosa”. Además, dirigió talleres literarios y participó en cursos, conferencias y encuentros de escritores. Cultivó también la crítica literaria en el diario El Mundo, de España. Murió en Madrid el 1 de julio de 1992. Durante sus años en España tuvo que luchar contra la indiferencia de las editoriales y el público lector, intentado solventar, además, los problemas linguísticos que se le creaban, con la supersposición de las dos variedades del castellano. En el 2005 apareció en Buenos Aires su novela ¿Dónde estás con tus ojos celestes? (2005), cuyo título proviene de la canción “La pulpera de Santa Lucía”.
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"Heliotropos"
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El hombre es bípedo y andante por error biológico. De lo contrario, volaría. La evolución tiende a las congruencias, y el volar con naturalidad hubiera sido una de ellas. Todo estaba preparado para ese brillante comienzo. Porque volar era lo suyo. Una oportunidad única que le daba el Tiempo, entonces lento y generoso.
Por error o inclinación, prefirió el largo y tortuoso hecho de erguirse para reptar como un inválido (está a la vista que caminar sólo con dos pies es una de las costumbres más absurdas y antiestéticas) recorriendo el planeta, que, de paso, depredó escrupulosamente. A partir de entonces, el resto de los vivientes le llamó Dos Patas, triste nombre con el que lo reconoce la memoria biológica.
Pegado a la Tierra, a la que, por su naturaleza de evadido, no pertenece cabalmente, su comportamiento, debido a esta circunstancia, es el de un parásito, o como el de un pequeño y pernicioso gusano del universo, según la vio la implacable lupa del irlandés Jonathan Swift.
La Tierra estaba lista, como un regalo del tiempo en su primer milenio, para ser el descanso del vuelo, la mesa tendida llena de alimentos, un árbol en el diluvio. Pero él prefirió convertirla en cárcel, y como tal la ama, aunque a veces, en sueños, añora los espacios planetarios.
Cada vez que es consciente de la pérdida, dice que aquí abajo tiene como sustituto el consuelo del amor, y lo esgrime como respuesta a esa carencia fundamental. Ignorante de que en el espacio hubiera tenido acceso a esas casi increíbles mujeres descubiertas por el poeta y astrónomo argentino Oliverio Girondo, que hacen el amor en vuelo y que cada mañana, mientras desayunas terrícolamente, si te asomas un poco a la ventana puedes ver haciéndote señas desde las nubes bajas invitándote a un regreso.
Para cazarlas inventó unos sucedáneos metálicos del vuelo, de los que ellas huyen asustadas y como olas que desde la playa se alejasen mar adentro.
Acuciado por la nostalgia del paraíso perdido, últimamente construyó artefactos capaces de viajar por el cosmos. En el espacio, que pudo ser del hombre para siempre, estos pergeños, con o sin astronautas, actúan como intrusos.
En sueños, estos hombres que perdieron el espacio pueden a veces ver la Tierra-Jardín como desde lejos, ostentosa de mares azules mezclados con crepúsculos, salpicada por ínsulas extrañas, aguas súbitas, flores espasmódicas y mujeres en vuelo.
Y además verse a sí mismos, muy por encima de ese globo envuelto en luz, tal como hubiera podido ser, flotando, volando, renaciendo, arriba y abajo, como enormes mariposas transparentes y con consentimiento de los grandes heliotropos.
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* En la foto, aparece en el centro Daniel Moyano, junto a Julio Cortázar y Carol Dunlop, su compañera.
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4 comentarios:
Muchas gracias, Fernando. Siempre estaremos en deuda con Daniel Moyano.
Norberto Luis Romero fue el culpable de esta reedición tan necesaria.
Un abrazo.
Oscar Sipán
¡¡Daniel Moyano es genial!! Justo hace dos o tres meses releí El trino del diablo.
Hace 4 o 5 años pude ver un "Vivir cada día" dedicado a su vida entre Madrid y Bs As. Interesantísimo. Lo estoy buscando por la red pero no lo encuentro. Si alguien sabe donde lo puedo conseguir por favor que me informe.
Sobrecoge la imagen de las olas huyendo mar adentro. Por no hablar de las mujeres que sólo es posible amar en sueños. Tanto es así que, al menos para el autor, un sueño hecho realidad no valdrá para nada, salvo que vuelva a ser sueño nuevamente, y así recupere las alas de su credibilidad. Muy estimulante.
Muchísimas gracias Fernando, la obra de Daniel Moyano merece no caer en el olvido o la indiferencia, es uno de los grandes narradores y fue, además, una excelente persona y maestro para unos cuantos. Y muchas gracias a Oscar Sipán por haberme hecho caso.
Abrazos,
Norberto
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