miércoles, 11 de noviembre de 2009

Barenboim los vuelve locos...

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El pasado domingo, en la Staatsoper, de Berlín, se representaba Lohengrin, de Wagner. A mí, que no sé nada de ópera, pero que disfruto mucho viéndola, me pareció que los cantantes estuvieron bien y la orquesta en su habitual línea de calidad, aunque el reparto no resultara el más adecuado. Y, sin embargo, la puesta en escena, con su intento de mezclar pasado y presente, de convertir la escenografía en una construcción de Exín Castillos, así como el ridículo vestuario y el supuesto humor del montaje que pretendía ser paródico, me parecieron penosos. Una pequeña parte del público se quejó, con sonoros abucheos al final del primer y del segundo acto. Así las cosas, terminada la obra, todo fueron aplausos.
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A Barenboim lo adora el público berlinés. El domingo estaba la sala llena, no había un solo asiento libre. La orquesta estaba situada en el fondo del foso, sin que se viera desde la platea, como le gustaba a Wagner. El caso es que en uno de los palcos del proscenio ubicados en el primer piso, se encontraban los cuatro músicos encargados de tocar la trompeta. Unos minutos antes de empezar, Baremboim subió a verlos para departir un rato con ellos, me imagino que interesándose por su situación.
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Y llega el momento más emocionante de la representación, cuando se apagan las luces, la gente guarda absoluto silencio y aparece el director, que dada la profundidad del foso sólo pudo asomar entonces media cabeza. Fueron tantos los aplausos del público que Baremboim tuvo que subirse a una silla para poder saludar una y otra vez. Y todo ello sin que hubiera empezado aún el espectáculo. Pero yo quería comentarles cómo al concluir la obra, tras los mencionados pitidos no del todo injustificados, los espectadores se rompieron las manos aplaudiendo. Hasta el extremo de alcanzar incluso el éxtasis cuando hizo su aparición en escena el director, junto con el acompañamiento de toda la orquesta. Fueron tantas las expresiones de contento, para dar muestras de ello acostumbran los alemanes a aplaudir y patear con ambos pies el suelo, que tuvo que salir él solo varias veces a saludar, cosa que, por lo demás, aquí no resulta nada habitual. Si bien fue muy encomiable el respeto y el cariño que le mostraron al director de la ópera estatal, sentimientos que comparto; por otra parte, resultaba contraproducente este exceso de complacencia, como si se quisiera dar a entender que toda la representación había ido sobre ruedas y me parece, la verdad, que no fue así.
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Lohengrin, "ópera romántica", como la definió su autor, se representó por primera vez en el Gran Teatro Ducal de Weimar en 1850, aunque Wagner no pudo asistir al estreno porque se encontraba exiliado en Zurich, tras haber participado en el levantamiento de Dresde en 1848. Con todo, ese día, el 28 de agosto, dirigió la orquesta el padre de Cosima, la esposa de nuestro autor, que era nada menos que Franz Liszt. Tampoco está mal, ¿verdad? De todas formas, no me resisto a decir que de entre las óperas de Wagner que he visto representadas, en directo, Parsifal, Tristán e Isolda y Tannhäuser, ésta de Lohengrin, a pesar de las atractivas aperturas del acto primero y tercero, con la celebérima marcha nupcial, se me antoja la menos lograda, pues en ella el estatismo habitual de sus obras -el reproche es de Zubin Mehta- resulta aquí mayor. Ya les digo que sólo soy un simple entusiasta en la materia.
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* La caricatura de Wagner es cortesía de LPO.
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5 comentarios:

María dijo...

Esta entrada tiene mucha miga: Wagner, Barenboim, Berlín...Me alegro mucho de leer tu opinión. Muchas veces he comentado con algunos amigos el tema del acercamiento a la música. En España, de forma bastante especial, seguimos teniendo a la música clásica en una especie de vitrina apta sólo para expertos (normalmente muy autoconscientes) ante los que los demás deben callar. Es un fenómeno que se agudiza por la mala situación de la educación musical (demasiado rígida, las Escuelas de Música son un tímido intento de solucionar el problema), que está bastante lejos de, por ejemplo, Alemania. Lo que sí que está claro es que, en la música, hay un componente fundamental que es la emoción (mi profesora de piano siempre gritaba: cantar, cantar, hay que cantar por dentro, no sólo tocar; de eso me he acordado después con los versos de Marzal "somos dios en la tierra mientras cantamos", cito de memoria), y eso es algo tan profundamente personal que ningún juicio experto puede callarlo.
Alex Ross en "El ruido eterno" (libro que va ya por la 5ª edición! Polémico y también con mucha miga)comienza el prólogo con una anécdota de Gershwin y Berg. Berg recibe al americano en su casa de Viena con un cuarteto de cuerda que interpreta su "Suite lírica", cuenta Ross:"Gershwin se sentó luego al piano a tocar algunas de sus canciones. Vaciló. La obra de Berg lo había dejado sobrecogido. ¿Eran sus propias obras dignas de este marco lúgubre y opulento? Berg lo miró con severidad y dijo: Sr. Gershwin, la música es la música". Ross añade: "Como si fuera tan sencillo".
Un abrazo

Freia dijo...

¡Cómo me ha gustado tu entrada, Fernando!
Te aseguro que, en muchísimas ocasiones, es un auténtico honor no ser un experto. Te lo digo yo, que tampoco lo soy y que conozco a unos cuantos que se tienen por tal (y en muchos casos lo son realmente, todo hay que decirlo). Tan expertos como insoportables, añado. A uno en concreto, incluso lo he sufrido muy de cerca durante unos cuantos años. Siempre he pensado que no pasar de ser un "dilettante" da muchas satisfacciones, a pesar de lo denigrado del término.

Por lo que tengo oído, en Berlín, a pesar de la educación musical de sus habitantes(mucho mayor, por lo general, que la nuestra y que la de la media europea), también cuecen habas. Hay buenos y viejos aficionados y hay también mucha gente que acude a ciertas representaciones de ciertos compositores, con ciertos directores, porque son conocidos y famosos. Y que conste que a mí Barenboim me parece un excelente "wagneriano" (su Tetralogía del Festival de Bayreuth del 92 me gusta especialmente).
Barenboim es un personaje atractivo por muchas razones: porque es un muy buen pianista y mejor director de orquesta, por su carácter amable y educado, por la creación de la West Eastern Divan, con su amigo Said. Incluso despierta simpatías por su matrimonio con la Du Pré, que acabó tan trágica y románticamente.
Pero Barenboim, además, es judío. Y yo creo, (por la gente alemana y austríaca que he tratado y que conste que es mi opinión muy particular) que en Alemania y Austria todavía existe un complejo de culpa colectivo por el holocausto y la barbarie nazi. Ese mismo complejo de culpa que hizo que hicieran lo posible y lo imposible por salvar a los atletas judíos en aquel durísimo Septiembre negro del 72 en Munich, por ejemplo. Supongo que está en la conciencia colectiva de todos los alemanes y que hace que todavía se sientan avergonzados cuando recuerdan ciertos episodios. Imagino que pasará todavía mucho tiempo hasta que ese síndrome se diluya. Y es bueno que lo tengan presente tanto ellos como el resto de los mortales.
No sé, a lo mejor es una estupidez pero puede que eso explique parte de la adoración que sienten por él. Adoración que, por otra parte, se da también entre el público madrileño.

¡Qué largo! Lo siento; lo mío no es la capacidad de síntetis.

Un abrazo y otro para mi "germana menor".
Un abrazo también a ti, María.

PD ¡Bravo por tu entrada de los 20 años!

María dijo...

Estoy de acuerdo con el comentario de Freia, quizá añadiría que en el mundo de la ópera en general, y en el de Wagner en particular, toda esa tendencia a una rendición incondicional y endiosamiento se agrava.

Sobre lo de los "expertos insoportables", no sé si será también así vuestra experiencia, pero en algunos casos, que tengo bastante cerca, he observado un fenómeno físico un tanto desazonador. Se trata de una auténtica transformación kafkiana, que se produce en ellos cuando uno pasa, en una conversación, de charlar con toda tranquilidad acerca de la necesidad de, por ejemplo, remendar las medias y los calcetines de los enanos, porque no hay otra manera de hacer frente a tanto destrozo(tema en el que están dispuestos a escucharte sin problemas, con generosidad y con sinceridad), a uno de "sus" temas. Es una mutación que se plasma en la voz, supongo que ya lo sabéis, se llama "engolamiento", porque la voz resuena en la garganta.
Un abrazo

Freia dijo...

Con permiso de Fernando (que no es plan de coparle el blog), me da a mí en la nariz, María que tú y yo nos movemos entre los mismos "expertos". Es posible que hasta nos conozcamos.
Jajajaja. Se les engola la voz y hablan en unos términos desconocidos en ocasiones para los neófitos y no iniciados, como si de un lenguaje secreto y comprensible sólo para ellos se tratase (de hecho, lo es). A veces lo usan de forma insconcientemente y otras, bien a propósito, para marcar distancias. Todo depende de si el "experto" es de los que se dignan bajar de tanto en tanto al mundo de los mortales o no.
Te aseguro que alguno que yo me sé está esperando a que cometas el más mínimo error para machacarte con su sapiencia. Que haberlos, haylos.
Un abrazo, de nuevo, a los dos.

Fernando Valls dijo...

María, Freia, yo estoy encantado con vuestro dueto..., pero no puedo dejar de pensar que los supuestos `expertos´ en literatura quizá somos igual de insoportables y pedantes. En mi favor, diré, que en mi vida privada no suelo hablar de literatura si no me pregunta. Gracias y saludos a ambas.