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Acabo de leer en las bitácoras de Álvaro Valverde y Miguel Ángel Lama que ha muerto el poeta argentino José Viñals (Corralito, Córdoba, Argentina, 1930). Apenas añadiré nada a lo que ellos explican mejor de lo que yo pudiera hacerlo. Pero sí me gustaría recordar que llegué a su obra por el cariño y la devoción que le profesaba Andrés Neuman, quien lo consideraba su maestro. El último recuerdo que guardo al respecto, pero no él único, es que el año pasado, estando en Málaga, en un congreso sobre el microrrelato, Neuman abandonó la cena de prisa y corriendo, recién llegado de un viaje, porque tenía que visitar a su amigo, que ya se encontraba enfermo. Viñals era un lector voraz, un escritor de la estirpe de Baudelaire, Rimbaud, Lautremont y Michaux, a quienes solía citar como sus autores favoritos. Y entre los españoles actuales, decía preferir a Gamoneda, Diego Jesús Jiménez, Juan Carlos Mestre y Jorge Riechmann. Su salida de Argentina, primero por mótivos familiares y luego políticos, su definitiva instalación en España, en Málaga y Jaén, en el pueblo de Torredonjimeno, su modesto pasar y la dificultad para que su obra tuviera una cierta aceptación, valen como ejemplo de los difíciles avatares y las resistencias que encuentra un escritor en el exilio.
........José Viñals era poeta, ensayista, dramaturgo y narrador. En 1986 apareció en tres volúmenes su Poesía reunida, entre la que destaca su libro Entrevista con el pájaro (1968). Pero, además, el lector curioso que no conozca su obra puede leer Milagro a milagro (Hiperión, 2000), Padreoscuro (Montesinos, 1998) y He amado (2006). En noviembre del 2007, la revista Lunas rojas le dedicó su número 15, coordinado por Andrés Fisher y Benito del Pliego.
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......"Caronte"
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La embarcación sombría desciende el río de la muerte. Son de labrada plata fría los remos, de madera tallada la proa decidida. De cadáver oscuro es el barquero, de ajado terciopelo el trono solitario.
Una música tersa abre sin ruido las esclusas. Negra es la noche. La corriente del río es de aceite de lámpara callada. El cielo es de pizarra.
Alguien muere a lo lejos. Luces de humildes candelabros enrojecen un ángulo del mundo. Alarmado de sombras, mira el faisán de ojo agudo y cuello estiradísimo. Con el pico cerrado, la garza no dormita. Emblemas de la noche, el faisán y la garza, la lechuza silente, el lobo de los lobos, el señor del aullido.
Aquél que muere carece de razones para vivir. Tiene pies escarchados, revuelta y mustia la ropa de su cama. Muérese de morir y de haber muerto, ya sin deberle a nadie una sonrisa.
Allí el barquero aguarda. Trepo a la barca, miro de soslayo, con un resto de vértigo en los ojos. ¿Dónde llevas mi cuerpo, guardamarina del vacío? Llevo el alma en un puño. Un polen ceniciento se escapa de mis huesos. Llevo el alma en un puño; lo repito en voz baja, en los tonos sombríos de la escala.
Pero no escuchas, barquero impenitente. Tienes el orificio de la oreja sellado de estearina. ¿Adónde llevas mi alma encerrada en un puño? ¿Hacia qué mar me llevas? El faisán y la garza y la lechuza y el lobo mismo, te ven pasar con estremecimientos. Son de labrada plata fría los remos.
El cielo de alquitrán nos engulle. No hay horizonte ni astros. El velo de la viuda tiene escamas sutiles de azabache. Allí el mar de los muertos, allí el inicio de las estribaciones. Allí la vieja trama del acridio, la plaga de langostas marrones. Aquí tú y yo sin dirigirnos la palabra, investidos de muerte, de muerte interminable convictos y confesos.
Sin embargo, reiremos con mueca fugitiva. La escasez de sentido. La gratuidad del acto de morir sin ser vistos, en el secreto de las soledades. Llevo el ceño fruncido. Llevo las telas del alma aletargadas. Llevo un paraíso claro de divisas de cielos funerales. Llevo hinchada la tripa, donde estuvo la tripa hundida y macilenta.
Eso, reír, por la tersura del fagote de la voz comprensiva, por la alarma del ave, por la garza picuda, por el lobo viejísimo de ademanes concretos. Reír por esta noche de aceite silencioso que lleva al mar, al mar, al mar de las fragancias de la vida. Así morir de muerte arrinconada, en el globo nocturno del amor aterido, del ser sin ti, vacío y sin consuelo.
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La embarcación sombría desciende el río de la muerte. Son de labrada plata fría los remos, de madera tallada la proa decidida. De cadáver oscuro es el barquero, de ajado terciopelo el trono solitario.
Una música tersa abre sin ruido las esclusas. Negra es la noche. La corriente del río es de aceite de lámpara callada. El cielo es de pizarra.
Alguien muere a lo lejos. Luces de humildes candelabros enrojecen un ángulo del mundo. Alarmado de sombras, mira el faisán de ojo agudo y cuello estiradísimo. Con el pico cerrado, la garza no dormita. Emblemas de la noche, el faisán y la garza, la lechuza silente, el lobo de los lobos, el señor del aullido.
Aquél que muere carece de razones para vivir. Tiene pies escarchados, revuelta y mustia la ropa de su cama. Muérese de morir y de haber muerto, ya sin deberle a nadie una sonrisa.
Allí el barquero aguarda. Trepo a la barca, miro de soslayo, con un resto de vértigo en los ojos. ¿Dónde llevas mi cuerpo, guardamarina del vacío? Llevo el alma en un puño. Un polen ceniciento se escapa de mis huesos. Llevo el alma en un puño; lo repito en voz baja, en los tonos sombríos de la escala.
Pero no escuchas, barquero impenitente. Tienes el orificio de la oreja sellado de estearina. ¿Adónde llevas mi alma encerrada en un puño? ¿Hacia qué mar me llevas? El faisán y la garza y la lechuza y el lobo mismo, te ven pasar con estremecimientos. Son de labrada plata fría los remos.
El cielo de alquitrán nos engulle. No hay horizonte ni astros. El velo de la viuda tiene escamas sutiles de azabache. Allí el mar de los muertos, allí el inicio de las estribaciones. Allí la vieja trama del acridio, la plaga de langostas marrones. Aquí tú y yo sin dirigirnos la palabra, investidos de muerte, de muerte interminable convictos y confesos.
Sin embargo, reiremos con mueca fugitiva. La escasez de sentido. La gratuidad del acto de morir sin ser vistos, en el secreto de las soledades. Llevo el ceño fruncido. Llevo las telas del alma aletargadas. Llevo un paraíso claro de divisas de cielos funerales. Llevo hinchada la tripa, donde estuvo la tripa hundida y macilenta.
Eso, reír, por la tersura del fagote de la voz comprensiva, por la alarma del ave, por la garza picuda, por el lobo viejísimo de ademanes concretos. Reír por esta noche de aceite silencioso que lleva al mar, al mar, al mar de las fragancias de la vida. Así morir de muerte arrinconada, en el globo nocturno del amor aterido, del ser sin ti, vacío y sin consuelo.
4 comentarios:
Hace unos tres o cuatro años tuve la suerte de tenerlo muy de cerca en una lectura casi íntima que dio en la UPF. Era un hombre divertido y cálido y sus poemas están llenos de imágenes poderosas. Como tantos otros, hubiera merecido algo más que un "modesto pasar".
Saludos, Fernando, y gracias.
Hermoso texto de Viñals, tan lleno de imágenes, como toda su poesía.Qué pena su partida.
Un texto deslumbrante en su conjunto, maravilloso y terso se deja acariciar por las lectoras que buscan anclar en mares más tranquilos, sin barqueros, si acaso una sirena maltrecha y aterida al frío del deshielo.
Esta bitácora es sencillamente encantadora Fernando, celebro haber pasado.Hasta pronto...
soy paula la nieta de jose viñals. en mi nombre y en el de marta mi abuela y de toda mi familia te lo agradecemos. un gran abrazo.
http://laprofecia12-paulasarmiento.blogspot.com/
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