martes, 3 de noviembre de 2009

Ha muerto Francisco Ayala

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Con 103 años ha muerto en Madrid el escritor Francisco Ayala (Granada, 1906), quien destacó como narrador y ensayista, obteniendo premios tan importantes como el de la Crítica (1972), el Nacional de Narrativa (1983), el de las Letras Españolas (1988), el Cervantes (1991) y el Premio Príncipe de Asturias. Llegó a Madrid con su familia en 1922, y tras licenciarse en Derecho en la Universidad Complutense, en 1929, se trasladó a Berlín, estudiando en la hoy llamada Universidad Humboldt, donde vivió espantado el ascenso del nacionalsocialismo. En 1932 consiguió la cátedra de Sociología de la Complutense. Antes había colaborado en La Gaceta Literaria y formado parte del círculo que Ortega creó en torno a la Revista de Occidente, ejerciendo entonces como escritor deshumanizado en narraciones como las que componen Cazador en el alba.
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Pero la guerra civil, como a tantos otros intelectuales, lo llevó al exilio, residiendo en Buenos Aires, donde fundó la revista literaria Realidad, y a La Plata, en cuya universidad fue profesor. Luego se trasladó a Brasil y a Puerto Rico, donde creó la revista La Torre, y en 1956 a los Estados Unidos, como catedrático de Literatura española, en Nueva York y Chicago, hasta que abandonó la docencia en 1977 y regresó a España definitivamente en 1980, aunque desde 1960 solía volver, aunque sólo fuera esporádicamente. En esos primeros años de separación de España, nos dejó algunas de las reflexiones más ponderadas sobre su condición de exiliado, en especial, su artículo "¿Para quién escribimos nosotros?", que data de 1947.
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En 1984 ingresó en la Real Academia Española de la Lengua y en 1999 se casó con la hispanista Carolyn Richmond. Entre sus numerosos libros, destacaría los cuentos de Los usurpadores (1949), que incluye el extraordinario relato "El hechizado"; la novela Muertes de perro (1958), la novela corta El rapto (1965), y los relatos de El jardín de las delicias (1971), libro en el que -por cierto- dejó un buen puñado de microrrelatos, y sus memorias, tituladas Recuerdos y olvidos (1982 y 1983). Además de sus trabajos sobre sociología (Tratado de sociología, 1947 ) y sobre cine (en especial, el temprano Indagación del cinema, 1929), dedicó numerosos libros al ensayo y la crítica literaria, como El escritor en la sociedad de masas (1956), Cervantes y Quevedo (1974), La estructura narrativa y otras experiencias literarias (1984) y El escritor en su siglo (1990). Tradujo, además, a Rilke y a Thomas Mann.
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Tuve la fortuna de coincidir con él en numerosas ocasiones, tanto en El Puerto de Santa María como en Madrid, en las reuniones del patronato de la Fundación Luis Goytisolo, escritor a quien le profesaba un gran afecto, del que ambos formábamos parte. A pesar de su muy avanzada edad, solía sorprendernos a menudo con su humor chispeante, sus comentarios sarcásticos (Umbral era una de sus bestias negras), pero siempre inteligentes e ingeniosos, con su extraordinaria vitalidad, que lo llevaba a volver la vista, tras cruzarnos con una chica joven y bonita, y su excelente apetito, que solía regar con whisky. Para mí, ha sido, sobre todo, uno de los grandes escritores narradores españoles del siglo XX y un articulista y ensayista lúcido y ponderado, como pocos. Yo lo recordaré siempre hecho un pincel, con su memoria caprichosa, olvidando lo que no le apetecía recordar, los ojos chispeantes, con esa mirada que se le quedaba, entre satisfecha y añorante, cuando Luis Mateo Díez, con una pizca de cariñosa ironía, le espetaba: "¡Don Paco, está usted hecho un gallo!".......
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3 comentarios:

LA ZARZAMORA dijo...

Gracias por avisar tan pronto.
Me sabe mal. El próximo será Sábato, a quien también se le iba la vista, cuando la tenía, tras cualquier niña bonita.

Un abrazo.

Isabel Mercadé dijo...

Era de aquellos que, además de interesarte en su obra, hacía que les cogieras afecto aun sin conocerlo. Esas ganas de vivir (el humor, el apetito, el deseo), sí, que describes...
Un saludo.

Eva Peña dijo...

Es un lujo contar con un escritor así, y un privilegio poder haber vivido más de un siglo en tan buenas condiciones. Descanse en paz.