lunes, 5 de agosto de 2013

En Londres, con BEATRIZ ALONSO ARANZÁBAL

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UNA MIRADA A LONDRES (repitiendo un rito iniciático)
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En 1980 fui por primera vez a Londres con mi madre. Nos alojamos en casa de su amiga Fiona, profesora de francés y español, y conocí a su alumna Katy. Yo tenía 16 años y me quedé deslumbrada por una ciudad a la que llegábamos cada mañana a bordo de trenes de cercanías, con varias puertas de acceso al vagón de madera, y donde veía gente con turbantes o crestas de colores. Cla-cla-cla, y el tren arrancaba rumbo a Charing Cross (mítico nombre para mí, y título del libro sobre la relación epistolar que mantuvieron un librero y su cliente del otro lado del océano: 84 Charing Cross Road, de Helene Hanff).
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Mi hijo tiene 16 años y quise repetir el rito iniciático. Le llevé a Londres a finales de junio y nos alojamos en casa de mi amiga Katy (ella dice que soy su amiga más antigua). Pero sólo tenía un día para mostrarle la ciudad, antes de dejarle solo haciendo un curso de inglés con otros estudiantes extranjeros.
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Así que aquí va la crónica de un día en Londres, lanzados a la aventura sin seguir una ruta planificada, sólo dejándome llevar por la nostalgia de una ciudad que he vuelto a visitar pero que nunca he llegado a vivir.
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Tren a Greenwich. El Cutty Sark, el Observatorio Astronómico, la doble cúpula barroca, el meridiano cero. Una verde colina, una esquina de Londres. Hay que mirar y cerrar los ojos, como si no existiera toda esa gente que se sube a visitar el velero del siglo XIX, y surcar los mares del pasado.

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Justo enfrente, al otro lado del Támesis, se erige el Londres moderno que se levantó sobre la deprimida zona portuaria de los Docklands. Como no la conocía, tomamos el tren ligero que sin conductor sobrevuela una zona de impresionantes edificios de oficinas y lugares de esparcimiento. Transbordamos al metro y nos bajamos en Oxford Circus.Oxford Street es la calle de las compras, pero para mi sorpresa estaba cortada al tráfico, incluidos los autobuses de dos pisos, porque había un desfile del Orgullo Gay. Nos metimos por el Soho, con su zona china y los teatros, para pasar por el tópico Piccadilly Circus y desembocar en un parque.
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St. James’s Park es uno de los muchos espacios amplios y verdes de Londres, donde se puede descansar sobre la hierba y observar las ardillas, los patos, cisnes y resto de la fauna que esperan las migajas de los turistas. En este parque además hay hamacas para uso y disfrute de los viandantes. Era sábado y estaba a rebosar.
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El paseo siguió a pie bordeando Buckingham Palace para llegar al Parlamento y al Big Ben. El calor se iba haciendo cada vez más pesado. Así que sin quitar el ojo a la famosa noria London Eye, cruzamos el Támesis por Westminster Bridge y tomamos un autobús, uno cualquiera, para descansar un poco. Lo malo fue que llegó rápido a la cabecera y como no nos bajábamos (es un gusto ponerse en la primera fila del piso de arriba), la conductora tuvo que subir a avisarnos.
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Volvimos a cruzar el Támesis por Waterloo Bridge, en otro autobús al azar, y recalamos en Kingsway para acercarnos a Covent Garden. Otro lugar mítico para mí. Era un antiguo mercado que se reconvirtió en zona de bares y tiendas justo en el año en que conocí Londres. Ahora, una enorme paella presidía una de las plazas centrales y afuera la gente se agolpaba en actuaciones callejeras. Con la excusa de la hora del té, aproveché para merendar un pastel (con café café) y tomar fuerzas para el último objetivo. Tomamos el metro en Leicester y llegamos hasta Tower Hill.
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La Torre de Londres fue otra de las visitas que hice con mi madre y a la que ahora volvía. Es un lugar bien conservado que oculta historia, mazmorras, mitos y leyendas. En el foso, unas estatuas de leones nos recuerdan que usaban fieras para hacer más inexpugnable la fortaleza. Los cuervos simbolizan su vigencia.
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Desde allí cruzamos un último puente, Tower Bridge, en busca de una estación de trenes que nos devolviera a Richmond, nuestro punto de partida. Y una vez en el tren, marqué con el bolígrafo una línea que dibujó nuestro recorrido. El resultado fue un garabato más o menos así:
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En realidad aun cruzaríamos una vez más el Támesis, y esto fue al llegar a Richmond. Es una localidad elegante y antigua, donde habitaron los Tudor. El río es surcado por remeros y piragüistas, y cuando sube la marea, el agua invade parte del paseo. Como está cerca del aeropuerto de Heathrow, constantemente cruzan aviones el cielo. Esa tarde, en su zona verde, el “common green”, un grupo de hombres jugaba al críquet. A lo largo del río, unos bancos de madera permiten la contemplación de las inquietas aguas. Cada banco está dedicado a la memoria de alguien. Desde ahí pude ver al sol poniéndose lánguido, no rojo, en un atardecer muy british.
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.* Las fotos son de Beatriz Alonso Aranzábal (<http://cartas-sin-sellos.blogspot.com.es/>).
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** ESPERO QUE ME MANDÉIS CRÓNICAS DE VIAJES O COMENTARIOS SOBRE UNA CIUDAD QUE OS GUSTARÍA VISITAR.
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13 comentarios:

Miguelángel Flores dijo...

Pues mira, yo que nunca he estado en Londres, ahora casi lo parece, Bea.
Seguro que tu hijo lo recordará por siempre (for ever, que deben decir por allí).
Abrazos.

Beatriz AA dijo...

Gracias Fernando por abrir tu blog a mi "giornata particolare".

Miguelángel, ya irás, y te gustará.

Besos
Beatriz

Javier Ximens dijo...

Muchas gracias, Beatriz, por este paseo por una ciudad que aún no he visitado.

Beatriz AA dijo...

Ese "aún" es una ventana abierta. Gracias a ti por acompañarme.

Pedro Herrero dijo...

Si alguna vez viajamos juntos de vacaciones, avísame con tiempo para que pueda entrenarme y seguir el ritmo que marcas. Menuda travesía.

La primera vez que estuve en Londres (hace 25 años) fue en un viaje organizado. De no ser por eso, aún ahora estaría buscando aparcamiento o preguntando cómo salir de la ciudad.

Supongo que las rutas que pueden trazarse en una urbe de tal calibre son prácticamente inacabables. De la que comentas me suenan algunos enclaves. Estoy seguro de que a tu hijo le has transmitido la esencia de un ritual que merece la pena repetir en su momento.

CDG dijo...

Cinco veces he estado allí.
Cinco veces me ha descubierto cosas nuevas.
Un saludo.

puri.menaya dijo...

Me ha gustado sobre todo esa intención en tu viaje de repetir un ritual, Londres es una ciudad mágica para esas cosas. Y menudo recorrido le hiciste al chico, ¿de verdad no protestó de tanto ir de un lado a otro? Con 16 años es difícil arrastrarlos. Gracias, Beatriz, por traerme de nuevo esta ciudad y mostrarme lugares que no conozco de ella y que espero encontrar cuando vuelva a visitarla. Porque a Londres hay que volver, siempre.

Propílogo dijo...

Ojalá todos los ritos iniciáticos fueran así.
Estupenda crónica, tan real, de lo lo que son esos paseos por Londres.
Saludos.
Gabriel.

manuespada dijo...

Nunca he querido conocer Londres, aunque he estado de escala, pero quizá ahora me anime gracias a ti, Bea. Un abrazo.

Beatriz AA dijo...

Voy a confesar algo: no he estado en París.

Dicho esto prosigo: nunca terminaría de ver cosas en Londres.

Pero apenas he estado allí, porque las circunstancias no permiten estar viajando. Y hay mucho mundo.

Los ojos de un adolescente de ahora nada tienen que ver con nuestra mirada de la "Transición" (política y social, personal y vivencial).

Pero aquellas miradas nuestras nos descubrieron el mundo.

Londres, tan trillado, y siempre sorprendente.

Algún día visitaré París.

Gracias Pedro, CdG, Puri, Gabriel y Manu. Kisses for you!







Fernando Valls dijo...

Beatriz, eso sería tema para otra serie de entradas que quizá podríamos escribir el próximo verano, con vuestra colaboración. Cuando uno tiene cierta edad, a partir de los cuarenta, digamos, reflexionar sobre dónde ha viajado y dónde no ha estado nunca, me refiero a sitios significativos (París, Londres, Nueva York, Roma, Viena, Amsterdam, Berlín, Venecia, Buenos Aires...) puede ser muy significativo, o quizá, a veces, pura casualidad.
Gracias a todos por vuestros comentarios.

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Estupenda crónica, Beatriz; yo les debo este a mis niños.

Confesaré que estaba enamorado de Londres antes de conocerla, con lo que lo tuvo muy fácil para seducirme (y no, yo tampoco he estado en París) y muchas noches me pregunto cómo es que no he acabado viviendo allí.

Gracias por tu viaje.

Beatriz AA dijo...

Gracias a ti, Fernando, y creo que no es casual y que merece una reflexión por qué unos sitios sí y otros no.

Hola Pedro, no sabía que teníamos tanto en común ("muchas noches me pregunto cómo es que no he acabado viviendo allí").

Besos