miércoles, 14 de agosto de 2013

El Oporto de PEDRO HERRERO

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Oporto: entre gaviotas, azulejos y demás flaquezas humanas
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Oporto: ciudad de contrastes. Nubes y claros alternándose en el cielo sin solución de continuidad. Brumas matinales que dan paso al sol de media tarde. Fachadas llenas de azulejos, junto a otras que semejan el rostro de una mujer entrada en años, a la que no salva ni el mejor maquillaje. Lo de los azulejos se enmarca en una tradición cultural legendaria, más allá de la cual debe resultar adecuado ante los rigores del clima atlántico, que somete los edificios más antiguos a un desgaste cruel, inexorable.
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Oporto: barra libre para las gaviotas. Sería raro verlas a ocho kilómetros de la costa, graznando como cuervos sobre terrazas y azoteas, si no fuera porque el río les pone la alfombra roja para que invadan espacios a su antojo. Gregarias o en solitario, forman parte del paisaje visual, y también del sonoro. En Matosinhos, junto a la desembocadura del Douro, los pescadores les echan las sobras de lo que venden en las esquinas del barrio. En el Cais da Ribeira, en pleno centro de la ciudad, las aves se dedican a acechar a las carpas que asoman el morro con una ingenuidad que, a pesar del riesgo, sigue pasando de padres a hijos.
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Oporto: ciudad beata. Al menos a nivel de equipamientos. La ciudad de Vic, en la provincia de Barcelona, llegó a sumar un total de 48 iglesias bajo su diócesis (cuando se llamaba Vich), quizás en su condición de enclave estratégico para conectar con la ruta francesa del Camino de Santiago. Pero Oporto forma parte del propio Camino (en su ruta portuguesa), y las iglesias también abundan por doquier. Y por doquier halla uno vestigios de la filiación canónica de algunos habitantes, que lucen fotos de su líder espiritual como quien ondea banderas de un equipo de fútbol.
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Me dijeron que comería bien aquí. Doy fe de que no me engañaron. El bacalao fresco se vende en los mercados a 6 euros el kilo (a 20 euros va en mi pueblo). Probar una ración de pulpo en una taberna del barrio de pescadores adquiere ribetes de experiencia mística. Acompañarla con una Super Bock de 6,5 grados (cerveza de abadía) eleva el espíritu a un estado de gracia poco frecuente. Darse cuenta de que, en esas condiciones, lo que más le apetece a uno es fumarse un cigarro, y comprobar que ello no es posible, precipita el ánimo hasta los sótanos de la conciencia. Así de efímeros son los placeres de la carne.
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Oporto: ciudad de andar por casa. Dicho sea en el buen sentido. No me pareció que estuviera tomada por los turistas, a pesar de que los había en todas partes. Tantos como para tener que viajar de pie en los tranvías turísticos. Tantos como para pedir tanda en Bugo a fin de probar sus celebradas hamburguesas de diseño (la de salmón es un poema en tres dimensiones). Tantos como para abarrotar la librería Lello & Irmao, valiosa en sí misma, pero aún más desde que sirviera de decorado en una película de Harry Potter. Ignoro si ello ha disparado las ventas del local, pero la fama pasa factura y no extraña ver a sus empleados convertidos en vigilantes jurados, repitiendo incansables la misma cantinela: “no pictures, no photos, no pictures, no photos”, ante la indiferencia y el descaro de algunos clientes (mi hija, entre ellos).
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Es fácil pensar que los viajes muestran siempre lo mejor de nosotros mismos: aquello que vemos y admiramos, y de lo que nos gusta presumir. Pero también pueden revelar lo peor: aquello que deseamos ocultar porque nos avergüenza. De regreso a mi pueblo, tuve que ir a comprar vino de Oporto para un compromiso familiar. El dueño de la tienda es un hombre mayor, que conoce bien su oficio, y de paso también algunas flaquezas humanas. Cuando le dije que quería un Oporto de importación, y no una marca cualquiera, el hombre se me quedó mirando por encima de sus gafas de concha, y dictó sentencia con una sonrisa exculpatoria: “deje que lo adivine, usted viene de volar con Ryanair”.
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Fachadas en la Rua Boavista
La suntuosidad de los azulejos portugueses
Vista del Cais da Ribeira (Muelle de Ribera)
Gaviotas en la playa de Matosinhos
Iglesia de los Carmelitas

Relevo papal pendiente de actualización

Exterior de la librería Lello & Irmao
Interior (no autorizado) de la librería Lello & Irmao
En las tiendas de Oporto se compra y, de paso, se come

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* Las fotos son de Pedro y Marina Herrero.
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9 comentarios:

Beatriz AA dijo...

He llegado al todo por sus partes, en la desembocadura del Douro, gracias a tu amena crónica. Un abrazo!

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Tengo la suerte de haberme enamorado de Oporto (sí, no sólo de Londres, también de Oporto y de muchas otras) hace unos cuantos años, Don Pedro, y -como la tengo a sólo tres horas de coche- intento mantener la llama de ese amor lo más viva posible.

Me gusta mucho su crónica porque refleja el mismo Oporto que vivo cuando lo visito. Una pena no haber sabido que viajaría usted hasta allí, porque le hubiese recomendado un garito -infecto- donde suelen poner las mejores caipirinhas que he tomado a este lado del Atlántico.

Reitero mi enhorabuena por la crónica del viaje.

Al patrón de la nave, mi agradecimiento por traernos al Sr. Herrero.

Gemma dijo...

Una ciudad preciosa, Pedro. Mientras leía tu crónica, no he podido evitar reírme varias veces. Te lo agradezco. (Y felicita a Marina por las fotos.)
Un abrazo

manuespada dijo...

Oporto es una de esas ciudades a las que he estado siempre a punto de ir e incluso he tenido el viaje programado varias veces pero una fuerza superior siempre me lo ha impedido. Con la crónica de Pedro esta vez ha podido ser. Al fin.

Patricia Nasello dijo...

Qué suerte: he conocido la bella ciudad de Oporto.

Pedro, Fernando, Marina, gracias

Sergio Astorga dijo...

Como bien dice Pedro, caminar por las ruas de Porto es remontarse a la edad media por contradictorio que paresca.
Una pena no saber de tu venida. En la siguiente vuelta.
Un abrazo sin gaviotas.

Pedro Herrero dijo...

Muchas gracias por vuestros comentarios. Celebro que os guste mi impresión de una ciudad en la que, con gusto, me habría quedado mucho más tiempo.

Pido disculpas a Sergio Astorga y a Pedro Sánchez Negreira. Era yo quien debía avisar de mi viaje. He perdido una ocasión excelente para dejarme aconsejar por dos expertos sobre el terreno.

Gracias, una vez más, a Fernando, por sacarme a la palestra. Un abrazo a todas y a todos.

Javier Ximens dijo...

Da gusto viajar contigo, Pedro. Y me alegro de que ya sea una ciudad de colores. Hace muchos años estuve allí, pero entonces era en blanco y negro, salvo los azulejos, claro.
Me has hecho reír con tus ocurrencias y he disfrutado leyéndote. Gracias a Marina por meternos en la librería.

Miguelángel Flores dijo...

Qué simpática te quedo, Pedro, además de instructiva, que es de lo que se trata que sea una crónica de viaje.
Pues mira tú, que yo estuve hace unos tres años (y de hecho, es uno de los lugares a los que sé que volveré, que no siempre me pasa), y entonces sí se podían echar fotos en la librería. Vamos, y si no se podía, yo me harté sin saberlo.
Un abrazo