sábado, 17 de agosto de 2013

El viaje estadounidense de PAZ MONSERRAT REVILLO

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Viaje al fondo de una caja
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En el verano del 2006 viajé a los Estados Unidos para visitar a los parientes de mi padre que viven allí. Pretendía rescatar desarraigos, aventuras, anécdotas exóticas y recelos familiares de la memoria de los últimos ancianos de la otra orilla de mi familia. Historias que me permitieran saber quién soy yo, qué genes me habitan, qué sangre me recorre.
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En una de tantas casas de una de tantas urbanizaciones de Louisville (Kentucky) pasé largas horas escuchando las historias que me contaba José Vila, Pepe para la familia,  primo hermano de mi padre (a quien también llamamos Pepe en privado), con quien además comparte un cierto parecido. Lo escuché, lo grabé, lo acompañé al cementerio, y me interesé a fondo por la mitología familiar: los personajes malditos, las anécdotas fundacionales, los viajes, los exilios, los itinerarios vitales de mis antepasados. La  vida recuperada en la conversación y en el brillo de sus ojos........
 
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Observé  fascinada cómo Pepe tejía el relato dando pespuntes a mis preguntas, hilando una anécdota con otra, uniendo diferentes fragmentos como si fueran pedazos de una colcha confeccionada con retales de distintas telas. Su discurso fluía y yo conseguía imaginar los objetos de la familia que me enseñaba en otras casas, en otras épocas, interpretar las cartas desde la emoción del que las escribió, y hacer que los personajes de las fotos adquirieran vida propia y continuaran la escena representada más allá del punto de congelación en que habían quedado fijadas.
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La caja en la que guardaba las fotografías de la familia era profunda y no había ningún tipo de orden cronológico en la colocación de las mismas,  tan solo una pequeña nota en el dorso indicando la fecha y el nombre del fotografiado. Aunque parezca paradójico, ese caos me permitió formar un universo coherente en mi cabeza, pude desbaratar el tiempo, y observar de un vistazo setenta años de la historia familiar, las piezas del puzle encajaron sin ningún esfuerzo como resultado de ese collage de imágenes y explicaciones. Viejos que después eran niños, padres de menor edad que sus hijos… Pude ver cómo la promesa de belleza en el rostro de una niña había sido erosionada por la vida, y cómo, en cambio, una adolescente sin ningún encanto se convertía en una anciana hermosa y serena. Casas antiguas, manteles de hilo, poses indolentes durante las incautas vacaciones previas al exilio, esas orejas de soplillo tan familiares, y la primera muñeca de la abuela. Cierta tendencia a los ataques de autocompasión palpitaba en algunas miradas antiguas en las que me reconocía. También flotaban en el viscoso caldo primordial las manchas verdosas del espejo heredado y el sueño recurrente de la tía solterona acerca de una rama sin fruto que se hunde en el lago. Los errores que se repitieron generación tras generación recorrían la caja como viejos soldados llenos de condecoraciones, y los apellidos intercambiaban información entre sí como lo hacen las hormigas con sus delicadas antenas.........
 
 
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Pepe  fue muy discreto en la exhibición de su propia historia. Actuaba como quitándose de en medio para poder así narrar mejor las vidas de los demás. Era un narrador honesto y respetuoso con los personajes que describía. Fiel a la liturgia de convertir a sus  familiares en personajes sagrados, apenas me explicaba nada de su infancia y juventud en la Habana, de su huida clandestina, de su itinerante destino como ingeniero encargado  de poner en marcha diferentes centrales productoras de energía  por toda la geografía mundial. Pero yo le insistí en que contara sobre él. Me habló de alguno de los países en donde trabajó y me dijo que, de todos los lugares a los que había sido destinado, el que le produjo una impresión más honda fue la India, durante una estancia de 1962 a 1964.
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Después salió un momento de la habitación para  buscar fotos y documentos de sus años en Bombay, y así  ilustrarme con imágenes su entusiasmo por ese lugar. Mientras esperaba, continué removiendo las fotos de la caja con la mano, como si fuera una niña que prestara su mano inocente a un showman para sacar el boleto ganador.........
 
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Lo que saqué del fondo de la caja hizo temblar la seguridad de mis cimientos, un ligero movimiento sísmico socavó mi identidad. Pensé que era el  castigo por pretender jugar tan alegremente con el espacio y con el tiempo.
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En la foto había una niña con gorro, guantes, bufanda, abrigo y leotardos, todo de un color claro y a juego. De unos dos años aproximadamente. Era yo, sonriendo al que me tomó la foto, probablemente mi padre, y totalmente ajena al destino que iba a tener esa foto viajera. Una imagen que fue enviada por mi padre desde España para que sus primos y sus tíos conocieran a su primera hija, seguramente acompañando a alguna postal navideña. Una foto que llevaba más de cuarenta años esperándome en esa caja para decirme que el viaje al fondo de la memoria familiar ya lo había hecho yo  hacía mucho tiempo, metida en un sobre y muy bien abrigada. Mientras el ingeniero Vila volvía de su estancia en Bombay, yo viajaba hacia esa caja para  mezclarme definitivamente con el mantillo vegetal de mis raíces.
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Para  mi mayor desconcierto, en el dorso de la foto rezaba: "La hija de Pepe, 1964".
Cuando volvió Pepe con más cosas, le sonreí de una manera indescifrable para alguien que nunca tuvo hijas.
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14 comentarios:

Carmen Peire dijo...

Precioso. Un relato en sí. Gracias, Paz por abrirnos así una parte de tu historia familiar

Susana Camps dijo...

Me ha gustado eso de "Pude ver cómo la promesa de belleza en el rostro de una niña había sido erosionada por la vida, y cómo, en cambio, una adolescente sin ningún encanto se convertía en una anciana hermosa y serena". Y que te descubrieras desde fuera y desde después, por supuesto. La mayor expedición.
Un fuerte abrazo, viajera.

Isabel dijo...

Precisa y preciosa historia que da la sensación, por lo bien narrada, de estar leyendo una novela.

Gracias por compartirla.

Saludos

Javier Ximens dijo...

Muy emotivo este viaje de los sentimientos. Conocer la historia de tu propia familia es el mejor libro de Historia. Gracias, Paz, por contárnoslo así de bien.

Lola Sanabria dijo...

Me ha gustado mucho este viaje intimista y emotivo.

Mi enhorabuena a anfitrión y visitante.

Beatriz AA dijo...

Qué viaje, qué mundo de sorpresas, y esa foto de la hija de Pepe.

Un beso amiga

Araceli Esteves dijo...

Hermoso viaje al fondo sin fondo de la memoria.

Paz Monserrat Revillo dijo...

¡Muchas gracias por vuestros comentarios y gracias a Fernando por subirme a bordo!

Pedro Sánchez Negreira dijo...

¡Gracias por regalarnos ese pellizco de tu vida, Mar! Yo también tengo parte de mi clan materno en aquella tierra. De hecho, tengo a mis dos abuelos enterrados en la Florida. Mientras te leía se me fue instalando una sonrisa nostálgica que aún no se me ha borrado.

Me alegra, Fernando, te nos hayas traído a la hija de Pepe -el de aquí- para disfrutar del domingo.

Un abrazo,

Miguelángel Flores dijo...

Qué viajes tan hermosos de leer, el que te llevó a América y que te llevó a tu pasado. Felicidades.
Un abrazo

Paz Monserrat Revillo dijo...

Te agradezco mucho tu comentario Pedro, pero si me llamas Mar voy a tener todavía más problemas de identidad ;-) Un abrazo cariñoso y bromista

Paz Monserrat Revillo dijo...

Pues si.Me salió barato el billete: dos viajes en uno.Otro abrazo para ti, Miguelángel

Alí Reyes dijo...

Esto es tan tremendo que me veo obligado a comentar en la entrada de la página principal

Paz Monserrat Revillo dijo...

Alí, me conmueve qye te haya conmovido.En cuanto a lo que dices en la entrada de Richard Ford sobre que merecería estar en un libro te diré que es parte de un proyecto que tengo a medias desde hace ya unos años.Si conoces a algún editor que me espolee a terminarlo te invito a algo.Gracias por tus halagos, vienen muy bien.