sábado, 31 de agosto de 2013

DOMINIQUE VERNAY regresa a Saint-Étienne

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Busquen Saint-Etienne en el mapa de Francia. No está cerca de París ni de Cannes ni del Mont-Saint-Michel..., pero sí de Lyon, ciudad con la que, por cierto, no pudo ni podrá nunca rivalizar.
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"Como otras ciudades industriales adolece todavía de la mala imagen de un ciudad negra, sucia y adormecida. La ciudad (que se sitúa entre las 20 principales francesas en cuanto a número de habitantes), no figura en muchos de los mapas meteorológicos nacionales (Lyon está a menos de 60 kilómetros), y es ninguneada por parte de los medios de comunicación nacionales. Si no se trata de grandes acontecimientos deportivos (Campeonato del Mundo de Fútbol de 1998 por l'ASSE) o por algunos hechos relevantes de tipo diverso (crímenes, delincuencia) no se habla casi nunca de Saint-Étienne en términos de cultura local, historia, patrimonio, turismo, de la renovación urbana, o de los grandes proyectos de la ciudad", según  la Wikipedia.
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Y aunque así son las cosas en Saint-Étienne, a finales de julio decidí terminar mis vacaciones dando un paseo por sus calles, por las calles de mi adolescencia.......
 
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Y ahí me encontraba, dispuesta a subirme a su tramway, verdadera espina dorsal de la ciudad. Un dato importante: sus raíles fueron los únicos de Francia en haberse resistido a la época del desmantelamiento de todo lo que suponía un estorbo para los coches. Ahora, los tranvías vuelven a estar de moda... ¡Cosas que pasan!
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Pero, si me lo permiten, voy a cambiar de metáfora y sustituir la imagen "espina dorsal" por la de "río"; el Sena, por ejemplo. Cuando se trata de imaginar, prefiero hacerlo a lo grande, aunque en Saint-Étienne no haya otras aguas que las de unas cuantas fuentes y de espectaculares tormentas estivales.
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Tenía pues ante mí, un supuesto río de ocho kilómetros con sus dos orillas: la rive droite y la rive gauche. Hasta las siete de la tarde, callejeé por la orilla izquierda de sus raíles: cafeterías, franquicias, cines, una pequeña zona verde de cuando en cuando, plazas con árboles frondosos, estatuas del ayer y del hoy: place de la République, place Dorian, place Carnot, des Ursulines, Jean-Jaurès... Luego, al igual que la temperatura el ambiente fue refrescando, y me sentí atraída hacia la otra orilla desde la que llegaban efluvios del amanecer.
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En la rive droite descubrí un nuevo Saint-Etienne, un Saint-Étienne de ambiente festivo, un Saint-Étienne musulmán en pleno Ramadán, una ciudad que se despertaba al caer la noche, y cuyas calles no reconocía por mucho que me las supiera de memoria.
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Entonces, emprendí un paseo de dificultad máxima por los caminos de mi mente. Unos caminos resbaladizos de gravilla de prejuicios, con peligro de caídas en precipicios de aprehensión y en desniveles de sentimientos dispares. Sentírtigo. Los escaparates de las numerosas tiendas de dulces (dátiles rellenos de pasta de almendra, bahlava y otras delicias...) no conseguían atenuar cierta pizca de amargura, la amargura que ulcera todo aquel que se cree desposeído de algo que nunca fue suyo. 
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Mareada me tuve que sentar un rato en una placita en la que recordaba haber jugado a la marelle la rayuela, el cascayu con mis amigas. Otras niñas, con la cabeza cubierta, jugaban ahora a algo parecido; cerré los ojos para agarrarme con fuerza a sus risas y salir de una vez para todas de aquellas zonas empatanadas de mi mente. Cuando los reabrí, vi a contraluz a un hombre mayor que me estaba mirando con preocupación.   Con su chilaba blanca y su tapa de oración en la cabeza, me pareció mucho más alto de lo normal. Una aparición, pensé.
–¿Necesita ayuda? me preguntó con mucha amabilidad.
No, gracias. Estaba descansando.
-¿Es usted de aquí? me preguntó mientras miraba a las pequeñas que seguían jugando.
No. Sí. Sí. Bueno... Creo que sí.
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Entonces el hombre soltó una gran carcajada, y tradujó para un amigo lo que acaba de contestarle. Después de intercambiar una o dos frases en un idioma que, en mi ignorancia llamaré árabe, la aparición concluyó en una gran sonrisa de luna creciente:
Mi amigo dice que no se preocupe, que le pasa a usted lo que a todos nosotros... creemos que sí........
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* Dominique Vernay nació en 1953 en Chazelles-sur-Lyon, Francia, y reside desde hace años en Salinas, Asturias, donde trabaja como profesora de francés. Uno de sus relatos fue publicado en El País Semanal y otros emitidos por la Cadena Ser. Ha ganado varios premios en certámenes literarios, es coautora del libro In Crescendo (Editorial Anroart, 2012) y autora del libro No te quites la costra que te quedará marca (Autopublicación, 2013).
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15 comentarios:

Dominique dijo...

¡Gracias Fernando!... Me conmueve ver mi texto en la "Nave de los locos" y, sobre todo, me conmueve poder leer en ella, y en letras bien grandes, el nombre de esa ciudad que sabe acoger –como ninguna otra en Francia– a todo aquel que tenga necesidad de un poco de descanso en tierra amiga. Un abrazo

Javier Ximens dijo...

Un placer, Dominique, leerte por esta Nave que cada vez viaja más tierra adentro y nos descubre autores y lugares.

Dominique dijo...

Gracias a tí, Ximens. Sí, viajar siempre más adentro y con amigos cerca.

puri.menaya dijo...

Buena crónica Dominique, los sitios de nuestra adolescencia pueden llegar a cambiar mucho. Ese sentir que uno no reconoce el lugar donde pasó su adolescencia, es muy duro, pero también lo es no sentir que se pertenece al lugar donde se vive ¿verdad?

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Es un placer encontrarte por aquí, Dominique; contándonos, además, secretos de tu tierra. Me ha gustado este paseo por esa ciudad hospitalaria.

Un abrazo para ti y otro para el patrón de la nave.

Manuespada dijo...

Gracias por descubrirme esta ciudad, Dominique.

virgi dijo...

Conocí una pareja encantadora de esa ciudad, una lástima que las vueltas de la vida no nos hayan dejado mantener la relación que empezó en un tren camino de Praga.
Besos

Dominique dijo...

Gracias a todos, Purificación, Pedro, Manu, Virgi, por acompañarme por esas calles en las que, de haber coincidido, os hubiera invitado a jugar al cascayu. :-)
Un abrazo

Fernando Valls dijo...

Dominique, ¿dónde se utiliza la palabra cascayu, para rayuela? Gracias y saludos.

Dominique dijo...

Fernando, cascayu se utiliza en Asturias y creo que especialmente en la zona de Luanco. La palabra francesa "marelle" no suena tan bien como "rayuela" ni como "cascayu", pero sí se juega de la misma manera: de la tierra al cielo pasando por el purgatorio con mucho cuidado. :-) ¡Complicado!

Dominique dijo...


Fernando, tu pregunta me ha llevado a otra: ¿Cómo llamarían este juego las pequeñas que vi jugar? Eso es lo que he encontrado:
Sharita (en árabe: شريطة ) en Marruecos.
Pero no estoy segura.

Alí Reyes dijo...

Felicitaciones a Dominique Vernay por su texto. Y la foto de la ciudad desde la perspectiva de la gárgola con la torre en lontananza está magnífica. Por cierto, tu nombre me recuerda a uno de tus paisanos y colegas que yo tanto admiro DONINIQUE LAPIERRE que hacía dupla literaria con Larry Collins en un libro documental a cuatro manos titulado ¿ARDE PAÍS? te aseguro que luego de leer esa monumental obra quedé prendado de la ciudad Luz para siempre.
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Fernando: Revisa un comentario que coloqué en la entrada que reporta lo del uso de gas serín en Siria, por favor

Dominique dijo...

Hola Áli Reyes, creo que tu comentario iba dirigido a Purificación Menaya cuya crónica fue colgada justo dos días después de la mía. De todas formas, es cierto todo lo que comentas sobre la foto de la gárgola y sobre la obra de mi homónimo... un saludo

Beatriz AA dijo...

¡Cómo lo has contado, Dominique, es que me has dejado en vilo hasta el final!

Y creo que acaba bien.

:-)

Tres bien.

Dominique dijo...

Merci à toi, Beatrice!