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Llegué el martes a Santander para participar en un curso dedicado a la obra de Luis Mateo Díez, titulado Fábulas de la memoria y del sentimiento. Junto al autor, que ha llevado la mayor parte del peso del encuentro, hemos intervenido José María Pozuelo y yo. Lamentablemente, por problemas de salud, no ha podido unírsenos Santos Sanz Villanueva, como estaba previsto. Tener la posibilidad de oír a un autor, tan consciente de lo que escribe, es siempre un lujo; si se le suman las intervenciones del profesor Pozuelo, capaz de convertir en sencillo y ameno lo complejo, y unos alumnos atentos y curiosos, la mayoría mujeres, por cierto, y si todo ello ocurre en el palacio de la Magdalena, es casi lo máximo a lo que podemos aspirar, tal y como están las cosas de la literatura.
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Días tranquilos y suavemente felices en Santander, pero días de trabajo, de diálogo y confrontación de ideas. Me indigna cuando leo que los cursos de verano son unas vacaciones en las que la gente va a perder el tiempo. No niego que en alguna ocasión pueda ser así, pero mi experiencia, en los muchos cursos en los que he participado a lo largo de los años, en distintas universidades, nunca, nunca, ha sido ésa.
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Ocupo la habitación 118 del Palacio, tiene nombre, Conde de Aybar, y desde la ventana se ve un trozo de mar. En la pared cuelga un grabado de M. Brandi, dibujado por J. Maca. Representa a D. Pedro González de Mendoza y la leyenda que lo acompaña cuenta lo siguiente: "Obispo de Sigüenza, Arzobispo de Toledo y Cardenal de España. Varón célebre por sus virtudes políticas, su grandeza de alma, y su valor. Nació en Guadalajara en 1425, y murió de 67 años en la misma ciudad". En el grabado, el religioso nos mira, mientras con displicencia pasa las páginas de un libro que aparece sobre una mesa.
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Las conferencias se imparten en la planta baja, en la Sala de la Reina, que no es otra que Victoria Eugenia, la esposa de Alfonso XIII, cuyo busto de mármol, obra del inglés Conrad Dressler, aparece situado delante de un gran espejo, presidiendo el espacio. La obra fue el regalo de boda que las mujeres inglesas le hicieron a los monarcas. Muy cerca, en el llamado Salón de familia, en forma de ele, cuelga el gran retrato que Sorolla le hizo a la reina, junto a otros de su marido y de Don Juan. Dicen la crónicas que a la soberana no le gustaba el cuadro porque la pintó con las piernas cruzadas, y quizá por su aspecto de maja. En este palacio -regalo de la ciudad, costeado por suscripción popular- veranearon los monarcas hasta la llegada de la República. Unamuno, en su Cuaderno de la Magdalena, escrito durante los días de estancia en la Universidad, le dedicó a la reina uno de los poemas.
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A Santos, viejo amigo y muy querido, lo hemos echado de menos. Mañana, si encuentro la ocasión, os contaré algo más sobre esta grata estancia.
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4 comentarios:
Suena muy bien, y seguro que hace una temperatura ideal.
Y será tan bien recibida, la de mañana, digo, como esta sencilla y pequeña crónica de hoy.
Es raro que no hayamos coincidido estos días en el Palacio de la Magdalena. Yo ocupaba la habitación 118 y medio. Y veo todos esos lienzos que comentas, como si realmente hubiera pasado frente a ellos. De las conferencias me acuerdo menos; tendré que esperar a que plasmes tus impresiones al respecto. Pero te aseguro que, al leerte, he tomado mentalmente el primer avión a Santander y he viajado como polizón para beneficiarme de esa experiencia. No tengas prisa en volver, se está de maravilla frente a la playa del Sardinero. Pero si te marcas una ronda de vinos, avísame. Ya procuro seguirte a distancia, pero hay cosas que deben compartirse de cuerpo presente.
Un lujo todo. El lugar, la ciudad y tener a tu lado a Luis Mateo Díez. Hace unos meses terminé el árbol de los cuentos.
he leído mucho de él y siempre quedo igual de satisfecha.
Saludos
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