martes, 20 de agosto de 2013

Sławomir Mrożek, maestro de la narrativa breve

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El escritor, dramaturgo y dibujante polaco Sławomir Mrożek ha muerto en Niza a los 83 años, lejos de su país, como tantos otros ilustres escritores polacos que optaron por el exilio, con Gombrowiz a la cabeza, autor muy importante para él, según queda constancia en sus recientes Diarios. Tampoco Mrożek dejó de vagar de acá para allá a lo largo de toda su existencia, pues vivió en Italia, Alemania, Francia y México, tras abandonar su país en 1963, regresar en 1996 y dejarlo definitivamente a comienzos del nuevo siglo.
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Hasta finales del XX, en España solo se tenía noticia de su teatro, sobre todo de un par de obras: Tango (1964), cuyo montaje en Madrid obtuvo en 1970 el premio El Espectador y la Crítica; y Los emigrados (1975), pieza escenificada por Wajda en el mítico Teatro Stary (Viejo) de Cracovia, que fue llevada luego al cine. Pero el origen de la difusión de su teatro en Occidente se deba probablemente a su presencia en el clásico ensayo que Martin Esslin dedicó a El teatro del absurdo (1962), aunque luego el autor polaco renegara de su encasillamiento en una etiqueta que no lo convencía, sin  por ello dejar de estarle agradecido.  
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Quizá haya sido su obra narrativa, cuentos breves y microrrelatos, la que más seguidores haya cosechado entre nosotros, formando parte de una tradición de narradores centroeuropeos de la estirpe de Kafka, Brecht, Alfred Polgar o István Örkény, todos ellos maestros de lo breve y del humor negro. Mrożek se consideraba, de hecho, un escritor centroeuropeo más que polaco, aunque –como solía recordar- no escribió en otra lengua que la de sus padres, ni siquiera en francés, país en el que vivió tantos años y de cuya ciudadanía llegó a gozar. 
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Resulta difícil, no siendo norteamericano, que un autor de cuentos extranjero consiga, primero, ser traducido en España; y luego, encima, que se le preste atención. Es demasiado pedir. Y aunque Seix Barral publicó en 1969 las sátiras que componen El elefante, podría decirse que su auténtico descubridor en nuestro país fue el escritor catalán Quim Monzó (su cuento “La bella dorment” es una pirueta a partir de otro del mismo título del autor polaco), quien convenció al editor Vallcorba para que lo publicara. Así, aparecieron en catalán, en Quaderns Crema, a partir de 1995, y posteriormente, en el 2001, en castellano, en Acantilado, hasta formar un total de diez títulos. Es en estas cuidadas ediciones donde hemos leído libros como Juego de azar (2001), La vida difícil (2002), El árbol (2003), La mosca (2005) o la antología temática La vida para principiantes (2013), ilustrada por el propio autor.
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Su narrativa se sustenta en el humor y la sátira, en lo insólito, sorprendente y paradójico, en la intertextualidad, continuando una tradición que arranca con el surrealismo, la literatura del absurdo, o aquella otra que en España se tachó de inverosímil, pero que tiene mucho que ver con un tipo de humor desencantado y cínico que surgió en los países del Este, durante el régimen comunista, primero en forma de chistes orales. El objetivo de sus fábulas (con moraleja, pero sin pasarse, como escribe en “La isla del tesoro”) es la condición humana en general, los estereotipos y lugares comunes que le gusta cultivar; en particular el hombre del Este bajo el régimen comunista, y su singular adaptación a la economía libre de mercado. Pero tampoco se muestra más benévolo con la retórica democrática ni con la constante manipulación del lenguaje que, por ejemplo, ha convertido la pluralidad en un perverso relativismo. 
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Mientras disfrutamos leyendo a Mrożek, resulta difícil no recordar a autores tales como Ramón Gómez de la Serna, Jardiel Poncela, Mihura, Francesc Trabal, Pere Calders y Javier Tomeo, o los actuales Quim Monzó, Ángel Zapata o Poli Navarro, quien le dedica la sección con las piezas más breves de Los tigres albinos a nuestro autor y a Monterroso.
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En “El diario de un arribista” escribió Mrożek que “vivimos en una época de guasa, autoironía y parodia”, y eso vale para el pasado y para nuestro presente rabioso, tanto en el este como en el oeste. 
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* El dibujo del autor es de Agustí Sousa.
Este artículo se publicó en el diario El País, el 19 de agosto del 2013.
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8 comentarios:

La lengua salvada dijo...

Una gran pérdida de la que los diarios, tal vez, se han hecho poco eco. Gracias por recordarle.

Un saludo desde Berlín,

Mikel Aboitiz

Fernando Valls dijo...

Es cierto, Mikel, solo han aparecido notas de agencia. Debe ser agosto... Saludos, también desde Berlín, Schoeneberg.

Ángel Herrero López dijo...

Gracias, señor Valls, por recordar también algo que muchos ignoran, y es que es precisamente gracias a Quim Monzó que en España hemos "descubierto" al Mrozek cuentista.
Se ha muerto un Grande.

Saludos.

Anónimo dijo...

Gracias por recordarle.
Copio aquí un fragmento de una entrevista que le hicieron en 1998 en La Vanguardia.Su respuesta está a la altura de sus cuentos.

—¿El teatro de texto vive una crisis?
—Por supuesto. Salta a la vista. Muy de vez en
cuando se puede ver algún espectáculo sorpren-
dentemente magnífico, pero la mayoría son sor-
prendentemente chapuceros. En general, hay de-
masiada gente en el mundo, y cada vez habrá más.
La gente tiene que tener alguna ocupación, de
modo que cada vez son más los que escriben, los
que dirigen, los que actúan. Lo bueno siempre
ha sido poco, mientras que lo malo es mayoría.
Y no hay nada que hacer: es el signo de nuestros
tiempos.
Marzo de
1998
,
La Vanguardia


Pilar

Ginés S. Cutillas dijo...

Uno de mis referentes.

Abrazos.

Pedro Herrero dijo...

"Por fin estábamos sobre la pista correcta. Un último esfuerzo y encontraríamos el legendario tesoro del capitán Morgan (...) Pronto descubrimos un esqueleto humano (...) Bajo el esqueleto debe haber un cofre (...) el esqueleto mostraba sus dientes sonriente (...) Finalmente, la tapa cedió. En el fondo del cofre yacía una hoja de papel y en ella estaba escrito: "Besadme el culo. Morgan.""

Cuando el lector llega a esa frase final de párrafo (que suena como un diparo en una habitación vacía) no tiene más remedio que retroceder a los párrafos anteriores, buscando aquella sonrisa cadavérica con la que el autor acaba de perfilar el tono humorístico de la escena. Eso, al menos, me ocurre a mí cada vez que leo "La isla del tesoro", de Slawomir Mrozek.

Gran pérdida, la de su muerte. Gran riqueza, poder leerlo y empaparse de su humor ácido y elegante. Descanse en paz.

Araceli Esteves dijo...

A mí también me ha dado pena su muerte, de la que, ciertamente, se ha hablado muy poco.
La muerte de un autor que me gusta, me despierta una desaforada necesidad de releerlo, como si en ese acto le resucitara un poco.

Fernando Valls dijo...

Pedro, ese micro dialogado me gusta mucho, por lo que tiene de parodia y de contrafábula, y por esa frase lapidaria final: "Me gustan las moralejas, pero sin pasarse". Toda la literatura de Mrozek me parece que consiste en eso precisamente: en remedos satíricos que deben contar con la complicidad del lector. Y sus finales, que confieso que no siempre consigo entender, son modélicos porque a menudo suelen romper las expectativas del lector.
Gracias a todos por vuestros comentarios.